SANTIAGO INOLVIDABLE

Mi primer viaje a Buenos Aires

Por Leonardo “Nano” Gigli.

Febrero de 1940. Luego de recorrer exactamente 1.014 kilómetros en el tren “Estrella del Norte llegamos finalmente a Retiro, esa hermosa e imponente estación de hierro, cristal y mármol, puerta de la gran ciudad, que en esa época era la más limpia y segura del mundo, con una policía mejor que Scotland Yard, y que le decían “la París de Sudamérica”.

Lo primero que hicimos fue colocar unas monedas para que funcionara una hermosa locomotora a escala, guardada en un cofre de cristal, paso seguido vimos por primera vez unas escaleras mecánicas: una subía y otra bajaba, y junto a mis dos hermanos mellizos, comenzamos a usarlas, y como era gratis, nuestra mamá nos dejó hacerlo por un buen rato.

Mi hermano Vicente, ya canchero, bajó sentado en un escalón, sin advertir que al final había unos dientes, que le arrancaron el pantalón corto y se tuvo que cubrir con unas hojas de La Prensa, hasta llegar al hotel.

Por supuesto éste quedaba en la Avenida de Mayo, donde paraban todos los santiagueños. Al día siguiente fuimos a conocer el obelisco en la avenida 9 de Julio, que en ese momento era“la más ancha y corta del mundo”, a Lavalle, la calle de los cines, a la Corrientes, a comer pizza en las “Cuartetas”, y tomar helados en “El Vesubio”. Viajamos en tranvías y en el subterráneo, que en esos tiempos funcionaba todos los días, y a la noche después de recorrer la costanera y ver la fuente de Lola Mora, fuimos al famoso “Parque Japonés” a divertirnos con sus juegos, en el lugar donde hoy se levanta el Hotel Sheraton, subimos a un alto edificio el “Comega” que desde su confitería del último piso, se dominaba todo Buenos Aires. Anduvimos en botes en el Rosedal de Palermo, visitamos el museo histórico de Luján, nos bañamos en las piletas más grandes del mundo de Villa Ballester, y nos compraron ropa en las famosas tiendas Gath & Chávez,(que era santiagueño) es decir, en pocos días conocíamos más a Buenos Aires, que los mismos porteños.

En la semana de carnaval nos dimos con la grata noticia de que el corso se desarrollaría en la Avenida de Mayo justo frente a nuestro hotel, por lo que pedimos a mamá que nos compre disfraces en “Casa La Motta”(donde se viste Carlota).

Mis hermanos, como buenos gemelos, eligieron sendos disfraces iguales de “Patoruzú” que consistía en: careta, peluca con pluma, boleadora. poncho, y ushutas.

Ya disfrazados, nos dispusimos participar del corso, al salir del hall del hotel (todavía no se decía: “Lobby”) al ver tanta gente, mis hermanos José y Vicente, se retobaron y retrocedieron unos pasos, mi madre extrañada, les preguntó qué les pasaba, y ellos respondieron que les daba vergüenza. Mi mamá que ya había invertido en los disfraces, les dijo: “qué se creen ustedes, por que sean en Santiago, los famosos mellizos Gigli, aquí en Buenos Aires alguien, los va a reconocer y encima con caretas”. No muy convencidos por el argumento, pero sí por el pellizcón, se adentraron en la multitud de gente desconocida, los dos adelante seguidos por mi papá, mamá, yo, y mi hermana.

No dimos más que unos pasos, cuando un grupo de muchachos, que venían hacia nosotros, exclamaron: “Miren: los mellicitos Gigli!! Al escuchar esto, se quitaron las caretas, las pisaron y le reclamaron a mamá”: “Has visto que nos iban a conocer”, y se sentaron en la vereda de la avenida.

Lo que pasó, fue que esos muchachos, eran los cinco hermanos Ábalos, que habían ido a Buenos Aires a triunfar, y que por supuesto conocían a mis padres, y dedujeron que esos dos patoruzitos eran mis “famosos” hermanos.

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