La ruralización de la vida en la mesopotamia santiagueña de ayer

Por Raúl Jorge Castillo

Sobre la base de su libro “Los pueblos antes de las vías”, el docente jubilado Raúl Jorge Castillo analizó aquella época de esplendor que tuvo Santiago durante la época prehispánica y luego colonial. Dicho trabajo fue presentado en el marco de la Tercera Jornada de Historia de Santiago del Estero y el NOA, en el año del Bicentenario de la Independencia.

En diálogo EL LIBERAL, el autor hizo un pormenorizado análisis que incluyó excursiones por distintos pueblos y ciudades del interior, al que denominó como corredor productivo de la mesopotamia santiagueña e involucró la vida y desarrollo de los pueblos que surgieron a la vera de los dos ríos, el Salado y el Dulce.

Así, el investigador aborda una rica documentación sobre este corredor productivo, hoy desaparecido. Y fue su historia dolorosa, sensible, que inspiró esa expresión triste, abarcativa de muchos pueblos santiagueños que llego hasta nuestros días, como “la agonía de los pueblos”.

El corredor de las dos villas o corredor productivo de la mesopotamia santiagueña, definición que involucra a las localidades de Villa Matará y Villa Robles, no es una simple propuesta que busca solamente conocer parte del pasado, sino que forma parte de un anhelo que apunta a reivindicar a aquellos pueblos que fueron olvidados antes de la llegada del ferrocarril.

Entiendo que entre ambas poblaciones se desarrolló un espacio productivo que abarcó buena parte de los siglos XVIII y XIX. Pero seguramente no solo en lo que hace a la producción y comercialización de pueblos con cultura española, sino también entre los pueblos de aborígenes, muchos antes de los siglos precitados.

El contexto geográfico al que se hace referencia es de unas 20 leguas, que cubrían la región más rica de la mesopotamia santiagueña, uniendo los ríos Salado y Dulce. Los pueblos cercanos al Salado (Cachi Mayu) se dedicaban mayoritariamente a la ganadería, la cercanía de los montes seculares y pasturas naturales, ayudaban a ese propósito. En cuanto al Dulce (Mishqui Mayu) con sus cíclicas inundaciones facilitaban el riego de amplias superficies que posibilitaban las siembras.

“La ruralización de la vida”, etapa de la época colonial, hacen pensar que todas las familias santiagueñas de la región estaban dedicada al trabajo en las grandes estancias. Los apellidos ilustres de la historia lugareña tenían sus posesiones, mayoritariamente en esta zona de la mesopotamia.

No es casualidad entonces que los dos gobernadores, Juan Felipe Ibarra y Manuel Taboada, hayan nacido en Villa Matará, epicentro del trabajo y de la lucha, en aquel entonces, contra los naturales de la tierra.

Teniendo en cuenta que la región había tantas estancias, con sus respectivas peonadas, surgió allí el basamento de la soldadesca de ejércitos que nutrieron primero las luchas contra el aborigen, luego de la Independencia y luego la época de los caudillos. En esos seres anónimos de peones- soldados, estaba asentada, en los primeros tiempos de la historia, la fortaleza de Santiago. No por nada, Santiago del Estero fue una referencia política por más de 50 años en la historia del país, primero a través de Ibarra y luego con Taboada.

Desarrollo milenario

En el corredor de las dos villas, uniendo los dos ríos, estaba afianzado un desarrollo milenario, de “la historia humana provincial”, al decir de José Togo, dado las condiciones naturales favorables para la vida que se dieron en la conversión de los pueblos nómades en sedentarios. El agua, la pesca, la caza, la riqueza de los bosques, el clima, fueron los argumentos más contundentes que encontraron los españoles para afincarse primeramente en estas tierras y ser la base que impulso al nacimiento de otros pueblos.

Seguramente en la época de los primeros habitantes aborígenes de la región, el conocimiento mutuo era esencial para sobrevivir. Había que mostrar su capacidad de fuerza, su habilidad negociadora, de intercambios, en la necesidad de integraciones sociales a través de casamientos, acuerdos, la búsqueda de la paz, donde por supuesto no se escribía nada, era lo natural por lo menos en la mayoría de los casos, cualquier decisión basado en el sentido común, a no ser la guerra, que era una acción extrema de probar las respectivas fuerzas.

Cuando llegaron los españoles, encontraron una forma de vida, una cultura en muchos aspectos, donde se dejaron llevar, hasta por conveniencia estratégicas. Aquel corredor de las dos villas, encerraba también sin quererlo, sin haberse propuesto un “desarrollo transversal de la región”, de río a río, de ribera a ribera, del este al oeste y viceversa.

Es importante tener en cuenta este aspecto, porque después con la llegada del tren, el paradigma cambió. Todos comenzaron a mirar al sud, al puerto. El riel fue el centro de las acciones y cortó de cuajo el impulso natural de la convivencia de la mesopotamia santiagueña. De la “unidad de trabajo”, “de intereses comunes”, pasamos a la sobrevivencia de los pueblos, algunos murieron, como la vieja Villa Matará, otros sobrevivieron como Villa Robles.

Hacia el rescate del interior profundo

De aquellos tiempos de vivir mirando los ríos y trabajar con ellos, se comenzó a darle la espalda, mirando los rieles. Estamos en una etapa de acomodamiento cultural, señalando un paso necesario para las generaciones que vienen, para mirarnos nuevamente, reconocernos como un pueblo con objetivos distintos, desde la ruralidad, desde el interior de la provincia. El inconformismo a veces tan negativo, debe llevarnos a una reflexión profunda, mirando lo antiguo, de dónde venimos, analizar el presente y plantear, discutir y consensuar hacia dónde vamos. Tenemos una gran tendencia para los festejos los santiagueños y está muy bien, somos un pueblo de mucha alegría, pero eso no significa dejar de pensar. Debemos revalorizarnos como pueblos del interior. No todo está en las grandes ciudades, el interior debe rescatarse culturalmente.

En estos nuevos objetivos, debemos buscar la pluralidad de los actores, desde el político, desde el social, desde lo económico. Todo debe estar presente, representado. Es necesario el trazado de nuevos objetivos, de un nuevo proyecto de integralidad total, eso nos dará un sentido de pertenencia amplio y será mucha más fácil la marcha hacia cualquier objetivo, porque los intereses son comunes.

En definitiva, esta hipótesis del corredor de las dos villas o el corredor productivo de la Mesopotamia, debería ser uno de los sellos distintivos y de desafío, para el futuro de la Provincia.

Partimos del hecho que en la zona cercana al Río Salado, había grandes estancias, con muy buena producción ganadera y de mulares aprovechando las pasturas naturales. El monte contiguo también daba sus riquezas. Los algodonales y la siembra de trigo, maíz, eran complementos para esas economías regionales. En esa amplia región mesopotámica, también era lo natural encontrar gente dedicada al telar, al hilado, a la fabricación de ponchos, cobija y otras prendas. En este aspecto quiero mencionar una circunstancia histórica que marcan de alguna manera la característica de la zona. Cuando Juan Felipe Ibarra va a estudiar al Colegio Monserrat en Córdoba, pagó su primer año de estudio con cera (extraído del Archivo del Monserrat, que contiene “las condiciones patrias de los colegiales 1772 -1810”).

Como se ve los frutos de la tierra en aquel entonces, era una importante moneda de cambio en la economía. La Dra. Tenti de Laitán, nos regala un hermoso informe de agosto de 1816, donde se detalla la existencia de 11 atahonas en la zona, que si bien es cierto son respuestas a necesidades de grupos familiares, también indica la presencia de cultivos de trigo y maíz y sobre todo de una cultura de auto sustento. La caña de azúcar también daba buenos rindes, tal es así, que en las costas del Salado había un trapiche de hierro propiedad del Sr. Zacarías Herrera.

Hay que pensar que toda esta producción tenía como mercado seguro a Potosí, que con sus minas había logrado crecer poblacionalmente, calculándose que para fines del siglo XVII y XVIII tenía 160.000 habitantes. Todo este panorama de trabajo, de producción, comenzó a tener altibajos a partir de 1810.

La Revolución, las luchas de la Independencia, la Anarquía, la decisión política de suprimir el monopolio comercial, termino dañando estas economías del interior. En la zona del Río Dulce, la riqueza era la variedad de los cultivos, hay que acordarse de que los españoles tenían la cultura del mediterráneo, les era imprescindibles el vino y el aceite, por eso proliferaron en la zona los viñedos y los olivares, los alfalfares que servían de alimento a la cría de animales.

También la caña de azúcar produjo la instalación de ingenios azucareros en la región, el más conocido por su envergadura era el de Colonia Pinto, con 450 hectáreas de cultivos de caña, superior al de Saint Germain.

Tenía unos 2.000 empleados, otro emprendimiento reconocido fue el de Santo Domingo. Este contexto económico en el corredor productivo de las dos villas, trajo en su momento, por “la ruralización de la vida”, la instalación de numerosas familias, hasta que llegó el declive. La desaparición de Villa Matará fue la consecuencia más dolorosa. l

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