Evangelio según Mateo 4, 25-5,12

Pbro. Mario Ramón Tenti

En la tradición bíblica el “bienaventurado” es aquel que bendecido por Dios posee virtudes y bienes espirituales y materiales que lo distinguen. Pero, principalmente, es el que “teme al Señor” (Eclo 25,7-11), pone en él su confianza y cumple sus preceptos. En Mateo, las bienaventuranzas describen una dicha que tiene su fuente en la presencia y actividad de Jesús. Esta dicha es “escatológica”, ya que está ligada al Reino que se encuentra presente, pero que todavía no se ha manifestado en plenitud. Jesús la anuncia y comunica a los que escuchan sus palabras con fe a pesar de los sufrimientos de la vida presente. La interpretación ética y espiritualista de las bienaventuranzas ha hecho que creamos que los sujetos y destinatarios de las mismas son las personas consideradas en su individualidad y según sea su grado de pertenencia a la Iglesia. Pero, en realidad, se refieren al pueblo pobre y sencillo que se agrupa en torno a Jesús; pueblo pobre que tiene una larga experiencia de la miseria económica y social, que nada espera de la sociedad y que cuenta exclusivamente con la salvación de Dios. La llegada del Reino de Dios con Jesús produce al interior de la sociedad de Israel un cambio transformador que repercute en todas las dimensiones de la vida: a nivel socio-económico, religioso, cultural y político. El Reino incluye desde la esperanza a los desposeídos que sufren la injusticia de la exclusión: los que lloran, los mansos, los que tienen hambre y sed de justicia, es decir, los que esperan el veredicto soberano de Dios que libera a los oprimidos, aquellos que por experimentar la misericordia de Dios obran con misericordia con los afligidos, aquellos que tienen el corazón puro, que son fieles a Dios y lo sirven en sus hermanos, los que trabajan por la paz, es decir aquellos que crean condiciones a nivel de las relaciones humanas y comunitarias para que haya paz, fruto de la justicia y la equidad. Estos bienaventurados, herederos del Reino, serán perseguidos y calumniados por seguir a Jesús, por luchar para que en el mundo triunfe la vida sobre la muerte, por practicar la justicia que libera de toda opresión. Conclusión Las bienaventuranzas son sin lugar a dudas el ideario que el discípulo de Jesús debe perseguir. Poder vivir de acuerdo a ellas supone poner el corazón en las manos de Dios para que lo modele según su voluntad, confiar en su misericordia, dejarse transformar por la acción del Espíritu que hace nueva todas las cosas. Esta actitud es posible cuando se comprende que el Reino ha llegado como novedad, como acontecimiento de salvación, y nada puede compararse con la dicha de vivir bajo su expectación. El “ya” de la presencia de Dios que sana y transforma, pero el “todavía no” de su realización plena que nos permite esperar con la lámpara encendida de la fe y la antorcha incandescente del amor.
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