Jesús, la luz del mundo
Queremos hacer una reflexión sobre “Jesús,
la luz del mundo” porque Él mismo dice: “Yo soy
la luz del mundo”. Juan 8-12. Es la afirmación de
Jesús. Esas palabras indican que el mundo necesita
de su luz porque está sumido en las tinieblas
morales y espirituales. Y continúa diciendo:
“El que me sigue no andará en tinieblas, sino que
tendrá la luz y la vida”. Hay que seguir a Cristo
para no andar en tinieblas. Jesús dijo también:
“Ustedes son luz del mundo”.
Jesús es la luz para todos los hombres de todos
los tiempos. Dios se había hecho guía de los
hebreos en el desierto, por medio de una nube.
El que sigue a Jesús no andará en tinieblas. Y
sabemos que la luz es símbolo de muchas cosas
buenas. Luz que brilla al amanecer, después de
una noche de espera. Nos permite vivir y trabajar
en casa mientras afuera reina la noche. Luz
encendida en las calles, alegría para los ojos que
llega a todos, a pobres y ricos. Luz que triunfa sobre
las fuerzas oscuras del mal y de la ignorancia.
Y hoy en nuestro mundo hay mucha ignorancia,
que quiere quedar en las tiniebla.
Cristo es todo esto y mucho más para el que le
sigue. Por esa luz vivimos en plenitud. Nos permite
atribuir a las cosas y a los quehaceres el lugar
y la importancia que les corresponde. Mediante
esa luz logremos también triunfar sobre
todo lo oscuro que cada uno lleva. Solamente somos
conscientes de una pequeña parte de nuestro
interior y a cada momento nuestros actos
obedecen a impulsos que no controlamos y que
provienen de otro temperamento y de otra naturaleza.
Nos animan buenas intenciones y tenemos
el corazón limpio, por lo menos así lo creemos.
En realidad obedecemos a los llamados de
la carne y la sangre, como expresa la Biblia. Pero
si vivimos en la luz, ella iluminará poco a poco
hasta los últimos rincones de nuestro ser.
Si Jesús es la luz del mundo, si vino para iluminar
como ha hecho Dios Padre cuando el pueblo
caminaba en las tinieblas, nosotros debemos
continuar siguiendo esa luz. Entonces, si Jesús
ha tenido para dar esa luz en abundancia, debemos
llegar a ser luces en otras vidas, en otras casas,
en otras familias. La luz es la fe, el amor y la
vida de cada verdad. Pero si la persona mantiene
la mentira, el odio, la hipocresía, al no abrir el
corazón ni aceptar a Cristo, no basta con que Jesús
sea la luz del mundo. Él quiere que también
nosotros, cada cristiano sea luz del mundo. No
podemos decir que somos luz y escondernos. No
para aparentar, pero sí para manifestar a través
de obras nuestras acciones.
No podemos poner abajo la luz; hay que hacerla
brillar, compartirla para guiar a nuestros
hermanos. Este domingo hablamos de esa luz.
Hay que seguirla, seguir a Cristo. Hoy podemos
iluminar para no caer en las trampas de este
mundo, no caer en sus engaños, porque hay un
montón de ofertas que hablan de luces y energías,
de doctrinas extrañas, como decía el Evangelio
del viernes en su primera lectura: “No te
dejes engañar con todo lo que hay como doctrinas
extrañas”. Hay que tener cuidado porque
hay muchas personas que prometen energías
y luces. El ciego no puede guiar a otros ciegos.
Cristo no es ciego. Él es la luz que ilumina.
Vamos a pedirle a Cristo para que continúe
iluminando su iglesia, para que todos nosotros
como creyentes, cristianos, bautizados, seguidores
de Cristo, podamos iluminar al mundo, salir
de las oscuridades y de las tinieblas.
Que nuestra Madre que ha recibido la luz, como
los profetas, los apóstoles, sea para nosotros
una guía y nos muestre otro camino, el camino
de la felicidad.
Que nuestra Madre interceda por nosotros para
que siempre podamos llegar a esa luz e iluminar
al mundo para que todo cambie por el bien de
todos. Amén.