Evangelio según San Marcos 7,14-23.

Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: “Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. ¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!”. Cuando se apartó de la multitud y entró en la casa, sus discípulos le preguntaron por el sentido de esa parábola. Él les dijo: “¿Ni siquiera ustedes son capaces de comprender? ¿No saben que nada de lo que entra de afuera en el hombre puede mancharlo, porque eso no va al corazón sino al vientre, y después se elimina en lugares retirados?”. Así Jesús declaraba que eran puros todos los alimentos. Luego agregó: “Lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre”. Comentario En una hoja parroquial de hace medio siglo existía una sección de “consultorio moral”, en la que aparecían preguntas de la más variopinta casuística. No se me olvida una referente a si los caracoles son carne o pescado, es decir, si pueden comerse en viernes de cuaresma o no. Y no puedo evitar este recuerdo cada vez que me encuentro con el texto paulino “el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rom. 14,17). San Pablo no coincidió con Jesús por los caminos de Palestina, pero estuvieron muy cercanos en su crítica a la superficialidad religiosa, las exterioridades y la casuística moral. Ni uno ni otro se hizo problema de la posible suciedad física (purificación de las manos) o de la distinción entre alimentos puros e impuros. Y la escuela paulina relacionó esa libertad con el mensaje del Génesis: “todo lo que Dios ha creado es bueno, no hay que desechar nada, basta tomarlo con acción de gracias” (1 Timoteo 4,4). ¿Cuánto tiempo y energías habremos perdido los cristianos en disquisiciones bizantinas, sin consistencia ni sentido? En nuestras discusiones, a veces seculares, con hermanos de otras confesiones, sobre sutiles y refinadas formulaciones teológicas, ¿hemos cuidado los sentimientos del corazón, como Jesús pedía? Y cuando hemos rechazado a un sacerdote de la propia parroquia, o de la comunidad religiosa, a causa de una nimia “irregularidad” litúrgica, ¿hemos pensado dónde están los acentos del evangelio? Jesús lo dijo magistralmente: “coláis el mosquito y os tragáis el camello” (Mt 23,24). Que Él nos ayude a poner nuestra atención en lo que se la merece.
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