Evangelio según San Marcos 7,31-37.

Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: “Efatá”, que significa: “Abrete”. Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Comentario El rito “Effatha” (así nos ha llegado la transcripción griega del arameo hithpetah), aunque es opcional en la administración del bautismo, está lleno de significado. A un Dios que se nos ha hecho Palabra, e incluso Palabra encarnada, hay que escucharle y hay que responderle. La apertura de los oídos significa obediencia (“habla, que tu siervo escucha”: 1 Sam 3,9), y la de los labios designa confianza (“inclina el oído y escúchame”: Salmo 86,1). El bautizado se dispone a vivir en comunión con su Dios, y la palabra, pronunciada y escuchada, será el gran medio de cultivar esa relación amistosa. Hoy nosotros vamos a prestar oído especialmente a la narración del Génesis. Nos es muy conocida y hasta podríamos recitarla de memoria. Pero, ¿estamos seguros de captar toda su profundidad? Algo ciertamente resulta claro: la posibilidad de aceptación o de rechazo de Dios por parte nuestra, la actitud de fe o de no fe, de dejarnos guiar por Dios o de oponernos a su proyecto. San Pablo habla algunas veces de la “obediencia de la fe” (Rm 1,5; 16,26), expresión que la mejor exégesis entiende como genitivo explicativo (técnicamente lo llaman epexegético): la fe se traduce en obediencia (=ob-audiencia), es sencillamente obediencia, o bien, la obediencia demuestra la autenticidad de la fe. Quien cree, quien se fía de Dios, le escucha, le obaudit, se deja llevar por él; no tiene recelo ni reticencias respecto de él, no le ve como contrincante a eliminar o desarmar, sino como aliado y amigo, de cuya presencia y compañía se puede gozar. La narración bíblica del “pecado original” presenta al hombre engañado respecto de quién es Dios para él: alguien que le pondría prohibiciones, receloso de que pudiera privarle de su gloria. Para ello echa mano de mitologías extrabíblicas que depura y conduce a su campo. El hombre sería seducido por la serpiente, presente en el imaginario de muchas mitologías, a veces vista como un segundo dios, el del mal. Pero la Biblia elimina todo res iduo de dual i smo, pues el temible áspid nunca está al nivel de Dios. El contenido de los mitos es siempre antropológico. Parece que hablan de otras cosas, pero lo que abordan son problemas humanos.
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