Letras santiagueñas

LADRONES EN FUGA

Juan Manuel Aragón

El de la boletería, que nos conocía, nos preguntó: -¿También tenían que traerlo? -Carnaval tiene la culpa- respondió el Gordo Estanciero, al que habíamos llevado por si se armaba lio. Su sola presencia causaba estupor entre la gente, semejante presencia digo, aunque no tan grandote como el otro. Pero el Yeti, al que le decíamos Blanquito era pacífico incapaz de matar una mosca, con eso le digo todo. Entramos. Justo a esa hora el baile hervía de gente. Apenas alcancé a divisar para el lado de la pista y una bombita me dio de lleno en el ojo. Un grupo de chicas de la otra cuadra que también habían ido, se nos vinieron al humo. Y ya comenzaron las corridas y los gritos. Me acuerdo que le tenía ganas a la Fátima, pero esa tarde me terminé enganchando con la hermana, que no estaba tan buena, pero, para el caso daba lo mismo. El Gordo Estanciero la apretaba a la Marianela y los Bony´s sonaban en los parlantes “tú y yo en la noche más oscura, tu y yo dos ladrones en fuga, tú y yo un amor prohibido, un amor prohibidooo”. El Gordo, lo viera, movía la cara para todos lados, ponía la jeta así y repetía: -¡Prohibidooo! A esa hora ya estaba enloquecido. Mientras, había ido pasando el tiempo, se había hecho de noche y seguíamos meta bailar. Al final ya jugábamos con barro porque se nos habían acabado las bombitas. Embarrábamos a la primera que veíamos que tuviera un poquito de la remera limpia, aunque fuera un cachito así. Me acuerdo que la hermana de la Fátima había perdido las ojotas en medio de las corridas, pero a esa hora a quién le importaba. Fue en ese carnaval del 2003, que en un momento dado me paré en medio de la pista, botella de cerveza en la mano, mirando el cu… erpo de una flaca que bailaba con un muchacho que conocía de vista, y me pregunté: “Qué hago aquí, quién soy, por qué estoy perdiendo el tiempo lastimosamente en vez de hacer algo útil por mi vida, convertirme en alguien serio, reposado, de la casa al trabajo del trabajo a la casa”. Pero se me pasó enseguida y seguí tratando de convencerla a la hermana de la Fátima de que al final nos teníamos que ir a casa los dos juntitos, no separarnos nunca más en la perra vida y vivir felices haciendo chicos mañana, tarde y noche. -No me voy a aburrir de fabricar niños con vos- le susurraba al oído mientras le trataba de indicar cómo se hacían. -Salí, che- me decía ella haciéndose la enojada, pero se vé que tan mal no le caía la propuesta. Yo me hacía el zonzo, como si no hubiera sabido que ella ya tenía varios grandes premios nacionales corridos y ganados de punta a punta, con la fusta bajo el brazo y saludando a la tribuna.
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