Evangelio según San Mateo 6, 24-34

PBRO. MARIO RAMÓN TENTI

La llegada del Reino trae a la humanidad consecuencias insoslayables desde el punto de vista ético: los discípulos debemos servir con exclusividad a Dios y no preocuparnos de manera enfermiza por los bienes materiales, porque Dios es Padre providente y sostiene a sus hijos en sus necesidades, y el compartir solidario con aquellos que padecen pobreza debe ser un signo creíble de nuestro seguimiento de Jesús. Dios es “celoso”, exige exclusividad, por eso Jesús nos dice que “Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero”. Le exclusividad del amor a Dios se fundamenta en su bondad providente, El cuida de sus hijos con preocupación de Padre que nunca abandona. Por eso, de igual manera los que somos hijos, discípulos de Jesús, debemos preocuparnos de los hermanos, de sus sufrimientos y necesidades. Para buscar el reino de Dios y su justicia el hombre no debe dejarse dominar por las preocupaciones de la vida: beber, comer, vestirse. Esto no significa un desprecio de las necesidades del cuerpo, ni es una invitación a un “optimismo despreocupado”, sino es un llamado al hombre a buscar lo esencial, y por lo tanto dejar de preocuparse enfebrecidamente por estas cosas sin confiar en la providencia del Padre. No debemos caer en las preocupaciones de la vida porque de lo contrario no podremos amar y servir a Dios con exclusividad. El ejemplo de los pájaros y de los lirios del campo muestra la fe de Jesús y sus discípulos en Dios, Creador y Padre, que dispensa la vida con generosidad y abundancia en la creación toda, más aún dando y sosteniendo la vida de sus hijos. Dios conoce las necesidades legítimas de los hombres y los colma con todo aquello que necesitan para vivir. El hombre no debe caer en la tentación de la desconfianza en la providencia divina que lo lleve a vivir preocupado por las cosas efímeras y pasajeras. Conclusión El Papa Francisco nos dice que las riquezas y las preocupaciones del mundo “ahogan” la vida de las personas y la “palabra de Dios”. La ambición desmedida por los bienes materiales y el dinero oscurecen la presencia de Dios en nuestro corazón, nos impide vivir en libertad, nos hace esclavos de nuestros caprichos y nos cierra a la Palabra, que no puede fecundar en nosotros. Sólo Dios y su amor nos hacen libres, sólo en El podemos experimentar compasión con los que sufren y hacer comunión fraternal, para que no haya nadie en el mundo que sufra hambre y enfermedad, para que todos vivan dignamente. Buscar el Reino de Dios y su justicia debe ser nuestra única preocupación, lo demás lo esperamos de la providencia del Padre.
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