Juan 4, 5-42

Bajo la presión de los fariseos, Jesús abandona Judea y se dirige a Galilea. El relato afirma que debe pasar por Samaria, no porque desde el punto de vista geográfico sea necesario, sino porque tiene una misión que realizar: recibir al pueblo Samaritano (cismático y hereje para los judíos) y reconciliarlos. Se encuentra primero con la mujer samaritana y luego con la gente de la aldea que lo reconoce como el salvador del mundo. Entre estos encuentros les revelará a los discípulos que su alimento es hacer la voluntad del Padre y llevar a cumplimiento su obra y el contendido de la misión que les confía: ser cosechadores de su siembra. Cansado por el camino, Jesús llega a Sicar al pozo de Jacob y al ver venir a una mujer y encontrarse con ella a la hora sexta, le pide de beber. La mujer sorprendida por la petición que trasciende las prohibiciones sociales y rituales le recuerda la vieja enemistad entre judíos y samaritanos. Jesús responde: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ¡dame de beber!, tú le habrías pedido y él te habría dado agua viva”. Jesús se manifiesta a la mujer como el “don de Dios” que da el agua viva, es decir, la revelación del Padre, que después de Pascua será el don del Espíritu. El que beba de esa agua no tendrá más sed y se convertirá en fuente que brota hasta la vida eterna. El deseo de Dios (sed) es colmado ya desde ahora en aquellos que creen en la Palabra del Revelador. Ante esta promesa, la samaritana pide a Jesús beber de esa agua, confía en su poder revelador. Sigue el diálogo entre Jesús y la mujer. Ahora se centra en la historia del pueblo samaritano: en sus infidelidades (cinco maridos: dioses extranjeros) y lugar de culto. ¿En dónde hay que adorar a Dios? ¿En Jerusalén o en el monte Garizím según la tradición samaritana? Llega la hora, ya estamos en ella, dice Jesús, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Es el Espíritu el que transforma a los creyentes, los hace nacer de nuevo para que puedan adorar al Padre recibiendo la revelación (palabra) del Hijo. Ahora, en Jesús, los discípulos adorarán al Padre, ya no hacen falta templos ni lugares sagrados, Jesús es el “lugar” de encuentro con el Padre. Los que reciben a Jesús Mesías y sus palabras y viven en comunión con él, también están en comunión con el Padre y así lo adoran. El relato termina con la profesión de fe de los samaritanos. A iniciativas de la mujer que cuenta a los pobladores de su aldea lo que le “dijo Jesús”, ellos salen a su encuentro y después de estar con él dos días, lo confesaron como “el salvador del mundo”. El relato termina revelando que Jesús vino a cumplir la obra del Padre que consiste en salvar a toda la humanidad. Conclusión El deseo de Dios que hay en todo corazón humano sólo puede ser satisfecho en el encuentro fecundo con Jesús. Él nos da el Espíritu para que cumplamos su palabra y adoremos al Padre. Quien conoce y ama a Jesús vive en comunión con él y con el Padre y recibe la Vida como un don presente y permanente que conduce a la felicidad. Sólo en Jesús la humanidad puede encontrar respuesta a sus anhelos y experimentar la salvación. l
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