ANA GIRIBALDI

Un ritual de vida transformado en poesía

Nada es absurdo/ mientras sea posible/ reconstruirse de la más absoluta destrucción”. Así lo dice en unos de sus versos Ana Giribaldi. “Porque escribir un poema, es reparar también una herida, una desgarradura, porque todos estamos heridos”, decía Alejandra Pizarnik, una verdad que cala hondo.

Con una sinceridad aplastante, Ana grafica su intensidad humana volcada en la poesía que emana de la soledad, de los tiempos que se fueron, el presente y la esperanza puesta en el mañana. Su espíritu rebelde, ávido de revelaciones, se ofrece como un péndulo inquietante, y lo suficientemente sensible como para producir estupor, desde el tono sensual y erótico de la palabra. “La poesía, la palabra, es para mí descubrimiento, encuentro, indagación, inflexión, aparición, nombrar lo que debe ser nombrado y aparecido, es incisión, tocar fondo, y es también, salir a flote, resurgir, una celebración. La poesía es donde soy, donde me vinculo, alzo mi voz e impregno mis huellas con lo que voy aprendiendo de la vida”, explica lisa y llanamente.

La escritora, profesora de Castellano, Literatura y Latín, danza en su poética y nos cuenta como es ese mundo por el que navegan sus palabras, sus imágenes sonoras, allí donde quizás nunca encuentra respuestas, pero siempre está acercándose, allí donde “la vida es un amanecer constante, posible, ineludible” como ella lo expresa, para ir en busca de algo.

¿Qué tipo de mensaje o contenido predomina en la poesía de Ana Giribaldi?

-Mi poesía puede dividirse en dos etapas, fundamentales, que tienen que ver con el camino que voy andando, construyendo, aprendiendo. La primera habla de quien era Ana en un momento de mi vida de búsqueda, de esa mirada necesaria hacia uno mismo, de indagar sobre mi existencia, mi historia, que particularmente, conduce a la historia en épocas de la dictadura de los 70. La memoria, habla, entonces, de mí y de esa historia. De lo social. De los asuntos que nos constituyen como seres humanos: la contemplación al otro, que no es uno, o sólo uno, los dolores cotidianos, no en lo físico, aunque también, consecuentemente, esos dolores internos, hechos carne tantas veces, las indiferencias, las desigualdades, habla de las desolaciones, el paisaje, lo urbano, lo rural, habla de hombres y mujeres, de género, de vanidades, de desencuentros, pero también de las breves y benditas esperanzas y certezas. La segunda, es una vuelta de página. Soy yo, habiéndome encontrado. Habiendo renacido, aunque suene cursi o cliché, tras esos años de constante búsqueda. Es haber armado el rompecabezas de mi vida, como mujer con una historia por detrás de la cual testimonio la posibilidad, absoluta, de reconstruirse. De reincidir, incluso, cada día, cada noche, en esa reconstrucción. La vida, como amanecer constante, posible, ineludible.

¿Por quiénes sientes respeto y afecto en el ambiente literario santiagueño?

-En el ambiente literario santiagueño siento afecto por las personas que me provocan admiración, respeto, seres que no se detienen, que buscan estrategias y las crean para aproximarnos una voz que diga algo más allá de lo pactado, porque muchas veces, la literatura, la poesía, en este caso, es un pacto, ese lugar donde se dice o se habla prácticamente con los mismos códigos, alguien o un grupo de “alguienes” indican qué es materia de poesía, qué es digno o no de considerarse materia de lirismo, cómo se expresa esa poesía... lo supuestamente aceptado, tolerado, pretendido... Me gustan, tienen un lugar en mis afectos esos seres que con la tinta de la voz nos sacuden el alma, con rabia, con ternura, con pasión, con la voz de cada uno, las pupilas de cada uno: Diana Beláustegui, Claudio Rojo Cesca, Carlos Hopian (si bien Hopian no es santiagueño nato, pero sí por adopción, afortunadamente), Jorge Rosenberg, por supuesto, y su mirada con tanta simbiosis de lo dulce y lo amargo. Esa nostalgia que a pesar de su insaidad, sabe pararse frente al hoy para cuestionar asuntos sencillos y también los fundamentales.

¿Leer o escribir poesía te ha ayudado a autodescubrirte?

-La voz, la manifestación de la voz, ponerla como le surge a uno, en mi caso, la poesía, la palabra, siempre sirve en esto de reconstruirse. Decir, es abandonar la oscuridad. Decir, es nacer. En soles o en estrellas... Decir es dar luz a esos nacimientos que marcan ciclos, etapas, determinaciones... La poesía, la palabra, es para mí descubrimiento, encuentro, indagación, inflexión, aparición, nombrar lo que debe ser nombrado y aparecido, es incisión, tocar fondo, y es también, salir a flote, resurgir, una celebración. La poesía es donde soy, donde me vinculo, alzo mi voz e impregno mis huellas con lo que voy aprendiendo de la vida.

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