Evangelio según San Lucas 11,1-4.

Un d í a , J e s ú s e s t ab a orando en cier to lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos”. E l l e s d i j o e n t o n c e s : “Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino; danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación”. Comentario En la ladera del Monte de los Olivos se nos recuerda, en una sinfonía de lenguas, la escena del Evangelio: “Enséñanos a orar”, suplican los discípulos. “Decid así”, responde el Maestro. Es la oración del Señor; por eso es sublime y es modelo; tan breve, tan directa, tan filial. Lejos de esas oraciones largas, pringosas, moralizantes, con las que los hombres pretendemos arrancar de Dios su benevolencia. El Padrenuestro es “el resumen de todo el Evangelio” (Tertuliano). “Es el corazón de las sagradas escrituras” (Catecismo). Es la oración de la Iglesia. Las primeras comunidades han de recitar esta oración tres veces al día (Didaché). Como en una pieza musical, todo se entiende desde su obertura: “Padre que estás en los cielos”. Ya está dicho todo. Porque es nuestro Padre, queremos su Reino y nos llenamos de confianza para pedir. Es el Padre de todos; aunque rece en solitario, siempre rezo en plural. Pero brilla mejor en comunidad: en el Bautismo, antes de comulgar, al acabar la Liturgia de la Horas. Dos peticiones primeras: que venga el Reino; que se haga la voluntad de Dios. Es la causa de Dios. Está a la base de toda nuestra oración: el nombre, el Reino, la voluntad de Dios, ante todo. Porque amamos a Dios queremos lo mejor, expresado en estos verbos: santificado, venga, hágase. Cuando penetramos en el misterio de nuestro Bautismo, y nos sentimos hijos del Padre, qué bien entendemos nuestras ganas de que Dios “sea conocido, amado y servido” (Claret). En la segunda parte del Padrenuestro nos jugamos la causa del hombre. ¿Cómo podríamos separar la causa de Dios y la causa de sus hijos? Pan y perdón pedimos. Ese pan, necesario para poder edificar el Reino que, antes, hemos suplicado. Porque oramos en verdad, nos a cordamos de los que pasan hambre de ese pan, que también son hijos del mismo Padre. Y el perdón. Como el hijo de la parábola, lo reconocemos: “Hemos pecado contra ti”. Lo bueno es que no se nos ocurre decir: “No nos trates como hijos tuyos” sino que con confianza repetimos mil veces: “Padre, perdona nuestras ofensas”. Igual que reza el Padrenuestro el niño con su madre, al acostarse. Así.
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