Evangelio según San Lucas 10,1-9.

El Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir. Y les dijo: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, digan primero: ‘¡Que descienda la paz sobre esta casa!’ Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; curen a sus enfermos y digan a la gente: ‘El Reino de Dios está cerca de ustedes’”. Comentario Hace dos domingos, en la lectura de su Evangelio, escuchamos claramente que no nos hacen falta ni fantasmas (ni horóscopos, ni mediums de pelos largos ni otras vainas postmodernas y new age están de moda, añadiría yo hoy), ni apariciones del más allá para creer. Todo lo que necesitamos lo tenemos ya. Los antiguos judíos tenían la Ley y los Profetas. Nosotros tenemos el mensaje de Jesús, y la predicación de la Iglesia. Y el mensaje está claro: el Reino de Dios está cerca de vosotros. Quizá no tanto en sentido cronológico, (porque no sabemos ni el día ni la hora), pero sí en sentido físico, es decir, el Reino está en el prójimo, o sea, en el próximo. No hace falta irse a misiones para encontrarse con el Reino de Dios (eso queda para unos pocos, especialmente llamados, y que tienen la suerte de poder hacerlo. Un profesor mío en el Seminario dijo que se quería ir a las misiones, y le mandaron a Roma, a estudiar Misionología...) El Reino viene a nosotros, en la gente con la que nos encontramos, en las cosas que nos pasan, y de nosotros depende recibirlo o rechazarlo. Los cristianos viejos parece que estamos curados de espanto, que lo sabemos todo y que no podemos aprender nada. Pero aunque hemos oído muchas veces este Evangelio, no siempre lo escuchamos con total atención, y menos veces lo ponemos en práctica. El p. Claret iba de viaje con una muda de ropa, la Biblia y poco más. Nosotros, sus hijos, viajamos con un poco más de equipaje. Se me puede decir que son otros tiempos, pero lo importante es la mentalidad. Mi Maestro de novicios, el p. Juan Carlos Martos, CMF, solía decir que a los religiosos nos vendría bien una desamortización, para aprender a vivir de otra manera. No sólo a los religiosos, a todos nos vendría bien reflexionar sobre nuestro apego a los bienes, lo que nos cuesta dejar las cosas y cuántas cosas imprescindibles acumulamos. Cuando haces el Camino de Santiago, te das cuenta de que dos camisetas, varios pares de calcetines, una muda de recambio y una gorra bastan. Se trata de confiar en Dios, dejarse en sus manos, y lanzarse al camino. Hay peligros y en el mundo en que vivimos, los peligros también vienen a nuestra casa, a poco que nos descuidemos- y a veces no podemos tenerlo todo previsto. Hay que ir confiando, haciendo todo como si dependiera sólo de nosotros, y sabiendo que al final todo depende de Dios. Que el testimonio de San Lucas nos ayude a confiar hasta la muerte.
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