El templo

La fiesta de la dedicación de la basílica de San Juan de Letrán me ha dado la oportunidad de buscar qué es un templo, aunque soy sacerdote, aunque seamos cristianos, podemos volver a leer qué es un templo. Es un lugar físico construido para realizar oficios religiosos, es una edificación. En el Antiguo Testamento, en un principio fue un tabernáculo movible, luego fue el templo fijo y al principio, Dios habitaba en el tabernáculo, luego en el templo. Podemos decir que hay una confusión cuando hablamos de templo e iglesia, pero una iglesia es una comunidad de vida, basada en la adoración, en ayuda mutua. Jesús dijo “donde están dos o tres reunidos en mi nombre, yo estaré allí, en medio de ellos”. El templo de Jerusalén evocaba la presencia de Dios en medio de su pueblo. La casa de oración que David quería construir, era la obra de su hijo Salomón. La oración del templo se apoya en la obra de Dios y su alianza. La presencia activa de su nombre entre su pueblo y en recuerdo de los grandes hechos de éxodos, que dice “el templo de Dios debía ser el lugar donde aprender a orar, las peregrinaciones, las fiestas, signos de la santidad y de la gloria de Dios”. En el Antiguo Testamento, el gran templo de Salomón era el lugar de encuentro con Dios y con la oración. En el anterior estaba el arco de la alianza, signo de la presencia de Dios en medio del pueblo. La iglesia es la casa de Dios, donde podemos encontrar al señor. La iglesia es el templo en el que habita el Espíritu Santo que la guía y la sostiene. Si en el Antiguo Testamento estaba edificado el templo por la mano de los hombres, con la encarnación del hijo de Dios no somos nosotros quienes damos una casa a Dios, sino que es Él quien construye su casa para venir a habitar entre nosotros. Cristo es el templo viviente del Padre y edifica su casa espiritual. La Iglesia, hecha no de piedras materiales sino de piedras vivientes que somos nosotros. Nosotros, las piedras vivas del templo de Dios unidas profundamente a Cristo. El templo somos nosotros, el pueblo de Dios. Podemos preguntarnos cómo vivimos nuestro ser iglesia; ¿somos piedras vivas o somos piedras cansadas, aburridas e indiferentes? Por eso hay necesidad de edificar ese templo, custodiarlo y purificarlo. Cada uno de nosotros, contribuye a la construcción con los dones que Dios no ha dado; hay que custodiar esa iglesia. El Espíritu Santo es el que produce armonía en nosotros y en la iglesia. Es la armonía de ese edificio. Hay necesidad de purificar la comunidad diocesana; crecer y hacer crecer. No podemos continuar transformando nuestro templo en un lugar pagano, de negocio sin respetarlo. “Yo he elegido y consagrado esta casa a fin de que mi nombre preside en ella”, dijo el Señor. Antes como hoy, el templo ha despertado muchas ambiciones; los profetas habían denunciado los abusos, esos vendedores en los patios sagrados que pagaban tasas a los sacerdotes, y Zacarías había anunciado esa purificación que Jesús realiza a su manera, y Juan dice: “Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén y encontró en el templo a vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados detrás de sus mesas. Hizo un látigo con cuerdas y los echó fuera del templo junto con las ovejas y bueyes; derribó las mesas de los cambistas y desparramó el dinero por el suelo. A los que vendían palomas les dijo, saquen eso de aquí y no conviertan la casa de mi padre en un mercado. Sus discípulos se acordaron de lo que dicen las escrituras: me devora el celo por tu casa; los insultos de los que te insultan cayeron sobre mí”. Debemos cambiar. Nuestras fiestas patronales no son un momento para vender, no es un momento para buscar plata, sino para crecer en la fe. Cuántas veces hemos visto falta de respeto en nuestros templos; falta de silencio. Si nosotros, el clero, quienes celebramos, no ponemos límites; si hacemos todo light, si hacemos todo para joder, no vamos a vivir en la formalidad. Hay que dejar de usar los celulares en nuestros templos; el clero debe poner límites, debemos hacer respetar nuestros templos. Si no damos el ejemplo, nadie va a respetar nuestros lugares de encuentro con Dios. Vamos a mostrar una falsa imagen. También con nuestra forma de vestirnos, no es cuestión de miseria, es de buena presencia. Una persona que va a una fiesta no va como va a una playa o a la plaza. Debemos presentar una buena imagen ante Cristo. Que el Señor nos dé a todos su gracia, su fuerza, para que podamos estar profundamente unidos a Cristo, que es el pilar de nuestra vida y la vida de la Iglesia. Oremos para que seamos siempre piedras vivas de nuestra Iglesia. Amén.
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