Hacer la voluntad de Dios

Evangel io según San Marcos 3,31-35.

Entonces llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar. La multitud estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron: “Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera”. El les respondió: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?”. Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

Comentario

En la época de Jesús no se estilaba la emancipación de los hijos solteros, tan típica de las sociedades occidentales modernas (si las crisis económicas no lo impiden). Por eso, este desaire de Jesús hacia su familia tuvo que resultar llamativo, quizá escandaloso. Sus oyentes conocían bien el mandamiento “honra a tu padre y a tu madre”, y pertenecían a una cultura en la que los lazos familiares eran mucho más fuerte que en la nuestra. Jesús tuvo que desconcertar. Y tal vez el evangelista Marcos quiso acentuar el desconcierto: en un párrafo tan breve, afirma hasta dos veces que los parientes de Jesús “están fuera”. ¿Querrá insinuar que están “fuera de órbita”, que en relación con Jesús no se enteran de la misa la media, que el parentesco carnal no ayuda? Algo muy extraño en ese momento. Existe toda una veta de la tradición evangélica que carga las tintas contra la familia de Jesús. En este mismo evangelio, un par de páginas más atrás, escribe el autor que “los suyos salieron a llevárselo porque decían: está fuera de sí” (Mc 2,20). ¿Se sentirían quizá avergonzados de él, de su extraño estilo de vida? Y el cuarto evangelio nos informa sin tapujos que “ni sus hermanos creían en él” (Jn 7,5) (no entramos ahora en el espinoso asunto del parentesco de estos “hermanos” con Jesús, asunto quizá carente de interés para los evangelistas, que no se molestaron en aclarárnoslo). En Jesús todo resulta novedoso. Su convicción de que entramos en una nueva época de la historia le lleva a relativizar tradiciones e instituciones. No descalifica el pasado religioso de su pueblo, y menos aún el Decálogo, pero afirma que el Reino es una fuerza tan poderosa que, si se lo acoge, puede hacer estallar los modelos “de siempre”, abriendo a otras posibilidades. “Si uno está en Cristo es una criatura nueva” (2Co 5,17). Jesús tuvo la amarga experiencia de familias carnales que entorpecieron a algunos el alistarse en su seguimiento. Uno lo pospuso con este simple pretexto: “déjame antes despedirme de los de mi casa”; a otros tuvo que decirles: “no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; uno solo es vuestro Padre, el del cielo”.

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