EL EVANGELIO DEL DOMINGO

La hora del Hijo del Hombre (Juan 12,20-33)

PBRO. MARIO RAMÓN TENTI.

Entre los peregrinos que han subido a Jerusalén para celebrar la Pascua y que desean encontrarse con Jesús están unos griegos. Andrés y Felipe, son los responsables de que ellos se acerquen a Jesús y lo conozcan, es decir, que crean en él. Ante la propuesta de conocerlo, Jesús dice: “Ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre va a ser glorificado”. La ocasión de la venida de los griegos es para Jesús un signo de que la ‘hora’ ha llegado. Es la hora de la Cruz, la hora de dar la vida por los demás. La Cruz nos muestra cuántos nos ama Dios, es el signo del odio de los hombres que Jesús transforma en un signo de amor: dar la vida por los demás. La muerte en la Cruz no es un hecho aislado en la vida de Jesús. Él vivió haciendo el bien, amando y sirviendo a los demás: cuando curaba a los enfermos, cuando perdonaba a los pecadores, cuando compartía la mesa con los pobres. Así era su vida, sirviendo a los demás para manifestar que Dios ama a sus hijos y nunca se olvida de ellos. La Cruz es la culminación de una vida al servicio de los hermanos, el mayor signo de amor y servicio. Para que entendamos su mensaje y podamos imitar su vida, la compara con el grano de trigo que cae en tierra y muere para dar fruto. Sólo muriendo, dando la vida en el amor servicial, generamos vida a nuestro alrededor. La vida es un don de Dios para ser entregada como regalo de amor a los hermanos. Solo así se puede ser dar fruto, ser feliz. Contrariamente a lo que piensa la mayoría de la gente, que la felicidad está en apegarse a las cosas materiales, al éxito, a las personas, Jesús nos enseña que la vida consiste en darse, en amar y servir a los demás. Cuanto más amo y sirvo, más desapegado estoy y más feliz seré. El apegarse, el encerrarse en uno mismo lleva la muerte. Sólo el amor conduce a la vida.

Conclusión

Los cristianos de hoy necesitamos redescubrir el sentido de nuestra vocación. Jesús nos ha llamado para ser sus discípulos, para anunciar que Él vive junto a nosotros, que su Reino llega a nuestras vidas cuando lo recibimos como regalo de su infinita misericordia y lo hacemos patente en el servicio a los demás. Como dice San Pablo “de buena gana entregaré lo que tengo y hasta me entregaré a mí mismo, para el bien de ustedes”. Es ese el mejor programa para los cristianos, la única forma de agradar a Dios y ser feliz. Dar hasta que duela como decía la Madre Teresa, dar todo, darse a sí mismo para que los demás sean felices. En un mundo con tantas manifestaciones de egoísmo, de individualismo, y violencia, frente a la cultura de la muerte que desprecia la vida, los cristianos debemos ser signo de amor que recoja lo débil y pequeño, que ilumine tanta oscuridad y de sabor a la vida con gestos de ternura, de cercanía y solidaridad a los hermanos.

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