Evangelio según San Juan 6,16-21.

Al atardecer, sus discípulos bajaron a la orilla del mar y se embarcaron, para dirigirse a Cafarnaún, que está en la otra orilla. Ya era de noche y Jesús aún no se había reunido con ellos. El mar estaba agitado, porque soplaba un fuerte viento. Cuando habían remado unos cinco kilómetros, vieron a Jesús acercarse a la barca caminando sobre el agua, y tuvieron miedo. Él les dijo: “Soy yo, no teman”. Ellos quisieron subirlo a la barca, pero ésta tocó tierra en seguida en el lugar adonde iban. Comentario La joven comunidad de discípulos en torno al Resucitado crece y, en consecuencia, se diversifica, y con ello, inevitablemente, surgen los problemas. El que la comunidad viva unida (unánime) no significa que no haya tensiones o diferencias. Cuando la procedencia de los discípulos es variada, y variadas son las mentalidades, las tradiciones culturales, las necesidades económicas, etc., la unidad, además de un don (por la presencia de Cristo en medio de la comunidad), se convierte también en una tarea, que invita a resolver los conflictos con espíritu evangélico. Así es en este caso, una suerte de banco de pruebas para el crecimiento de esta comunidad recién nacida. Los Apóstoles escuchan la queja, reconocen el problema, entablan un diálogo y buscan un discernimiento en busca de soluciones adecuadas. Se da, con motivo de este conflicto, una primera apertura dentro de la misma comunidad. Los apóstoles están dispuestos a distribuir las tareas (la oración, el ministerio de la Palabra, la diaconía...), que hablan ya de un incipiente desarrollo de la comunidad y de la diversidad de los carismas. Pero, además de distribuir, también se muestran dispuestos a compartirlas. Se ve en que los siete elegidos son todos de origen griego, y no son sólo diáconos que sirven las mesas, sino que constituyen una especie de jerarquía para los creyentes de procedentes de la diáspora (que, probablemente, entre otras diferencias, leían la versión griega de la Biblia), y ejercen también el ministerio de la Palabra, como pronto se va a ver en el testimonio martirial de Esteban (Hch 7-8) o en la misión de Felipe (Hch 8, 4-40). El conflicto inicial se resuelve, pues, con espíritu evangélico, que supone el respeto al diferente, la capacidad de acoger otras tradiciones, sin que esto rompa la unidad y sin someter a todos a un mismo patrón cultural. Es un primer ensayo de inculturación que apunta a lo que será después el encuentro en campo abierto con la poderosa cultura helenista. La fe verdadera nos guía en situaciones de incerteza. Así lo vemos en el Evangelio de hoy. Los discípulos parecen haber perdido al Maestro, que se marchó al monte solo, y parece que ellos mismos andan perdidos: de noche, en medio del lago, con el viento en contra.
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