CUENTO

Jaque al Inca

Primer Premio Concurso Diario EL LIBERAL “Encuentro de dos mundos” (1992).

Aún no puedo creerlo. En veinte años de infatigables investigaciones en archivos de España y América, no he encontrado algo parecido a lo que la suerte me acaba de deparar: en olvidado legajo de la Biblioteca Nacional de Lima se encuentra reproducida una partida de ajedrez jugada el dos de agosto de 1533 por el Inca Atahualpa y uno de sus captores, el tesorero Alonso Riquelme. El “juego de seso” -como lo definiera el Rey Alonso el Sabio- era desconocido en la América precolombina y fue enseñado al Inca por su protector, el valiente capitán Hernando de Soto, durante los nueve meses que aquel estuviera cautivo en Cajamarca; lo practicaban a diario y fue asimilado con extraordinaria facilidad por el inteligente prisionero, comunicándose por medio del intérprete Felipillo.

El Inca sólo jugaba con su caballeroso maestro, a quien pronto superó. El tablero estaba toscamente pintado sobre una mesa de madera y los trebejos eran de barro. Su amparador invariablemente cedía al indio las piezas blancas en señal de respeto. Hasta mi flamante descubrimiento, se tenía por cierto que Atahualpa siempre rehusó jugar con otro que no fuera su amigo y consejero, contestando a todo desafío con humilde grandeza, por medio de Felipillo:“Yo juego muy poquito y vuesa merced juega mucho. La fatalidad quiso que por única vez -ahora lo sé-, aceptara jugar una partida, con otro; ésta fue, para su desgracia, con Alonso Riquelme. En veintiocho movidas finalizó el juego con el triunfo de Atahualpa. El antiguo manuscrito narra el enojo de Riquelme por la humillación sufrida ante los custodios del prisionero, los capitanes Blas de Atienza, Juan de Rada, Francisco de Chaves y el mismo Hernando de Soto. Su necedad hizo que tratara al Inca de seor fullero e indio puerco, ante la mirada impasible del hijo del sol, a quien este triunfo iba a costarle la vida.

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El torneo de ajedrez “V Centenario” llega a su fin. Experimento inexplicable desasosiego porque mi rival en esta última partida -de la cual depende el triunfo-, sea un peruano de desconocidos antecedentes y gastadas ropas, que no puede disimular su incomodidad ante el asedio de los periodistas. Su figura desvalida desentona con las arañas de Murano, la boiserie y las mullidas alfombras del Club Argentino de Ajedrez. Empero, su persona no está exenta de cierto aire de majestuosa dignidad. Mi contrincante -curiosamentecomienza su juego con una antigua apertura desde hace mucho tiempo obsoleta. Nuestros movimientos son maquinales, propios de autómatas, como si cada jugada y su respuesta estuvieran predeterminadas. Los relojes sobre la mesa han quedado olvidados, reducidos a simples objetos ornamentales.

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He regresado a mi habitación en el hotel de Lima y paso la noche en duermevela. Ahora conozco el motivo que decidiera la suerte de Atahualpa en el juicio que se le siguiera y su consiguiente ejecución el veintinueve de agosto de 1533. La votación fue de trece votos contra once, a favor del injusto sacrificio. El último en votar, el que decidió el resultado, fue el tesorero Alonso Riquelme. En mi agitación, no sé si sueño o imagino cuál pudo ser la suerte del Tahuantisuyo de no haber mediado aquella fatídica partida de ajedrez. Por mi mente desfilan hombres pálidos y barbados, otrora altivos y orgullosos, sometidos quizá durante siglos a la dominación de otros hombres, taciturnos, de piel morena y salientes pómulos.

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Después del movimiento número veintisiete, mi rival -mi oscuro rival que llama castillo a la torre y se vale de gambitos que no se ven sino en viejísimos tratados-, tiene el triunfo asegurado. Inesperadamente, toma su rey y lo tumba sobre los escaques en señal de derrota, ante el estupor de comentaristas y público experto. Sólo yo he podido observar que antes de soltarlo lo ha apretado por un momento en su puño moreno, a modo de tosca caricia. Se levanta y se escabulle entre el público, eludiendo toda entrevista. En cuanto a mí, los honores del triunfo y la cuantiosa recompensa ya me pertenecen. Lo demás: flashes fotográficos, cámaras de televisión, aplausos… todo será muy pronto un confuso recuerdo. Pero jamás olvidaré que al estrechar la mano de mi contrincante, algo me impidió mirarle a los ojos.


Cuento perteneciente al
libro “Cuentos de lesa
literatura” (1996).
Cuento perteneciente allibro “Cuentos de lesaliteratura” (1996).


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