EL EVANGELIO DEL DOMINGO

Alegres por el encuentro con el resucitado

Lucas 24, 35-48

Los discípulos de Emaús, que habían tenido una experiencia de encuentro con el Resucitado, regresaron a Jerusalén y encontraron al resto del grupo reunido comentando que el Señor había resucitado y se le había aparecido a Simón. Ellos contaron lo que habían vivido en el camino con aquel “peregrino” que les enseñaba desde las Escrituras y como lo habían reconocido en la fracción del pan. El clima es de alegría y fraternidad porque Jesús ha resucitado, ellos vuelven a encontrarse y de esta manera están dispuestos para el envío. De repente Jesús se hizo presente en medio de ellos y les comunicó la paz. Ante la presencia del Cristo Glorioso, los discípulos se sobresaltaron y se llenaron de temor porque creían ver un espíritu. Todavía no lograban entender el verdadero sentido no sólo de la resurrección de Jesús sino sobre todo de su misión. Aún después de la resurrección, Jesús tendrá que seguir instruyendo a sus discípulos acerca de sí mismo, de su misión y de lo que espera de su comunidad. Los discípulos estaban atados a una mentalidad triunfalista, a una imagen de Dios y por lo tanto de Jesús viciada de elementos nacionalistas, militares y políticos. No estaban preparados para aceptar la encarnación, la Cruz y una Resurrección que incluya lo corporal, lo cósmico. Las palabras de Jesús invitándolos a “tocar” y “ver” y el gesto de comer con ellos pretenden corregir estas imágenes distorsionadas que de él tenían. Como los discípulos no logran entender correctamente el sentido de la Resurrección del maestro, Jesús, abre sus inteligencias y les ayuda a comprender, partiendo de las Escrituras, el anuncio de su muerte y resurrección y la necesidad de predicar en su nombre la conversión a todas las naciones. Es necesario purificar la “imagen” que los discípulos tienen de él y de su misión, antes de enviarlos a anunciar la buena noticia. Para ser testigos y poder anunciar al mundo que Cristo ha vencido al pecado y a la muerte es necesario comprender lo que la Resurrección significó para él, para su comunidad, para la creación y para el mundo entero.

Conclusión

Al igual que ayer, también hoy la Iglesia en actitud de escucha y disponibilidad al Espíritu debe purificar la imagen de Jesús que anuncia al mundo y transparentar su misión liberadora en medio de los pueblos. Anunciar a Cristo servidor de la humanidad, despojándolo de todo trazo de poder mundano, un Cristo que ama al mundo, servidor de los pobres y hermano de los excluidos. Recuperar el sentido de su causa: la del Reino de Dios, que busca que toda persona sea respetada en su dignidad, que sea el mundo un espacio de fraternidad, de equidad y justicia, que Dios brille como antorcha en los corazones de los hombres, en la cultura de los pueblos, en los modos de vivir de cada comunidad. Los discípulos debemos y podemos contagiar la alegría de la fe, de seguir a Jesús, de reproducir sus gestos de amor en el mundo, sirviendo a los más pobres, tendiendo puentes de comunión en medio del odio y la guerra, renovando la esperanza para que nadie se sienta excluido de la mesa de la vida. ¡Dios es amor¡ ¡Dios ama al mundo¡ Esa e s nue s - tra alegría y el centro del mensaje que a n u n c i a - mos.

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