EL EVANGELIO DEL DOMINGO

Como el Padre amó, yo los he amado

Juan 15,9-17.

Dios es amor y todo lo que procede de Él tiene el sello del amor. La creación entera, con sus formas y colores, las montañas, los mares y ríos, los glaciares y hielos, los bosques y selvas preñados de vida, las razas y pueblos, cada uno de nosotros, en nuestros ambientes, nuestras culturas y expresiones artísticas, el trabajo sacrificado de los que cada mañana somos aliados del acto creador de Dios, el amor humano, la familia, la sonrisa de los niños, la sabiduría de los abuelos, todo es signo y huella del amor de Dios. La historia de salvación, el afán del Padre para que sus hijos encuentren la felicidad, la venida de su Hijo, hecho hombre en Jesús, como nosotros, junto a nosotros, es presencia y cercanía del amor de Dios. La infinita misericordia de Jesús cuando anuncia las buenas nuevas del Reino, cuando cura a los enfermos, perdona a los pecadores, se sienta a la mesa para compartir el pan de los pobres, alienta a los caídos e incluye a los marginados, revela que Dios es amor y sólo el amor sana, salva y comunica la vida. Jesús vive en el amor, es su atmósfera vital, su modo de ser y de estar en el mundo, para mostrarnos que sólo si nos dejamos amar por Dios, estaremos en condiciones de amarnos los unos a los otros. Por eso, para ser fiel al amor de Dios, entrega su vida. Jesús convierte la Cruz, signo del odio y la intolerancia humana, en símbolo del amor verdadero: “no hay amor más grande que dar la vida por los amigos”. De eso se trata la vida, ese es el verdadero amor, el que se da, el que se entrega, el que nada se guarda para sí. De ese amor, generoso y pleno de vida, el amor de Jesús, nace el amor entre los discípulos: “ámense los unos a los otros como yo los he amado”. La auténtica fraternidad, nace y se nutre en el amor de Dios. Por eso Jesús invita a los discípulos a permanecer en su amor, de lo contrario la fraternidad será imposible.

Conclusión

Hoy, en un mundo signado por el odio, el individualismo y la increencia, el amor de comunión entre los cristianos, sea cual sea denominación eclesial, es un signo de que Jesús está vivo entre nosotros y nos invita a hacer comunión con él para que recibiendo su vida nuestro gozo sea pleno. Porque Jesús ha venido a salvar al mundo, y para que en él todos tengamos vida. Un cristianismo que vive la realidad del amor, siempre nuevo y creativo, amor sin fronteras que trasciende razas, religiones, clases sociales, culturas; amor al servicio de la vida y la fraternidad universal, hace creíble el mensaje del Reino y muestra el “rostro” misericordioso de Dios. La Iglesia tiene que vencer el miedo a abandonar las viejas doctrinas y estructuras que la alejan de Dios y de los hombres, permanecer en comunión con Jesús viviendo el mandamiento del amor. Así podrá ser una comunidad abierta, misionera, y servicial que sale al encuentro de las personas para ofrecerles el don del amor de Dios, que los hará libres y les permitirá dar frutos duraderos. Ese es su desafío, transparentar en el mundo al Dios amor.

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