EL EVANGELIO DEL DOMINGO

Cristo señor del universo envía a los discípulos

Mateo 28,16-20

Los once discípulos marchan a Galilea, siguiendo las indicaciones de las mujeres y se dirigen al monte que Jesús les había señalado. Galilea es la tierra en la que Jesús enseñaba y curaba a su pueblo, en donde encontró eco su predicación y surgió la comunidad de los discípulos. Galilea es tierra de “refugio”, contrasta con Jerusalén (en dónde murió Jesús) y en donde persiguen a sus discípulos. El “monte”, nos recuerda las bienaventuranzas y el lugar donde Jesús se transfiguró. Jesús se aparece y sus discípulos le rinden homenaje, lo adoran. Pero, no por eso dejan de dudar, la fe incluye la duda, es a la vez, confianza y desaliento. Mateo la describe como una fe “humana”. El Resucitado anuncia a los discípulos que ha recibido todo poder sobre la creación, ha sido exaltado y constituido soberano del universo. Este poder es el fundamento para el mandato que les dará. El poder de Jesús se manifestará a través de la predicación de los discípulos, es un poder que no domina, sino que libera a los que se hacen discípulos. El discipulado de Jesús se da allí donde su autoridad actúa entre las personas y se guardan sus preceptos y enseñanzas. Por eso, este mandato trasciende a los once apóstoles y es propio de todos los discípulos de Jesús a lo largo de la historia. Mateo cree que la Iglesia es misionera desde sus origenes, y concibe su misión como un “ir” a todos los pueblos. La soberanía universal del Resucitado sobre cielo y tierra habilita la dimensión universal de la misión de los discípulos. El mandato de hacer discípulos a todos los pueblos significa, en primer lugar, el mandato bautismal. El bautizado pertenece a la Iglesia de Jesús. El bautismo se hace en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, que expresa la fe constitutiva de la nueva identidad de los bautizados y evoca, el acto mismo del bautismo según la tradición de la Iglesia naciente. A la vez, los discípulos deberán enseñar a guardar “todo lo que yo les he mandado” es decir, lo que enseñó Jesús. Se trata de una iniciación en la praxis, se trata de hacer la voluntad del Padre. Deben enseñar a “vivir” la fe, introducir a los nuevos discípulos en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Esto pone de manifiesto la dimensión ética de la fe. Ser discípulo de Jesús es cumplir sus preceptos, realizar las buenas obras. Al final de la proclamación de Jesús está la promesa de su presencia en la comunidad: “Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Jesús es el “Emmanuel”, Dios con nosotros, que está presente en la Iglesia en su palabra, en sus preceptos y en la experiencia de Dios entre aquellos que oyen y ponen en práctica esa palabra.

Conclusión

La Iglesia celebra hoy la Santísima Trinidad, es decir, el misterio de Dios que es comunión en la trinidad de personas. Son tres personas y una sola comunión y una sola comunidad trinitaria. Por eso, podemos decir que la misión de la Iglesia no es otra que hacer discípulos de Jesús a todos los pueblos para que vivan en esta “comunión trinitaria”, la del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Se trata por lo tanto, de iniciar a los discípulos en el misterio de la comunión con Dios que según Mateo se expresa en la pertenencia a la Iglesia, signo de la comunidad trinitaria, y en el cumplimiento de la palabra y voluntad de Dios.

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