LA ABRITA

Video | El misterioso castillo del francés

Escenario de la más tierna historia de amor que se conozca en tierras santiagueñas. Hoy perdura sólo su leyenda. El edificio se cae a pedazos.

Ya casi no se lo ve desde la ruta 9, como hace unos años. La vegetación creció en derredor, y algarrobos, mistoles y otras plantas nativas se erigen como custodios perennes del totalmente inusual mirador del llamado “Castillo del francés” o “Castillo de La Abrita”, una construcción de principios del siglo pasado, que encierra más leyendas que certezas.

Disparador de la más dulce historia de amor en tierras santiagueñas, generó mil versiones y suposiciones que los años se encargaron de transformar en leyenda. La tradición oral cuenta que fue construido por un enamorado francés llamado Roberto Gidder  para su amada, bautizó la estancia como La María, en su honor. Joven y bella dotada para la música, los lugareños cuentan que tras su muerte en circunstancias desconocidas, en ocasiones se pueden oír sus tiernas melodías al piano, llantos, risas y otras manifestaciones similares.

En sus momentos de esplendor el chalé contaba con  catorce habitaciones, un mirador de más de diez metros de altura, veinte ventanales, veintitrés puertas talladas, habitaciones con baño privado con agua fría y caliente, con pisos, escalones de mármol de Carrara. Fue escenario de las más glamorosas fiestas con personalidades locales de la época y hasta algunos amigos europeos, según comentara oportunamente el Ing. Miguel Giuliano, nieto de un productor que en aquéllas épocas arrendó el campo.

Hoy pervive en mejores condiciones su leyenda que su estructura. Ésta es su historia.

Oculta

Cuando era más fácilmente visible al pasar, especialmente desde Santiago del Estero hacia el sur, como viajando a Córdoba, era imposible no girar la cabeza y fijar la mirada en ese bello edificio, alto, esbelto, señorial.


En muchos kilómetros a la redonda no hay nada tan alto como este mirador, que desde sus ventanales lastimados por el tiempo, extiende ahora su mirada hueca sobre lo que fueron los dominios de su propietario y mucho más allá, ya que esta antigua casona se construyó en un campo de unas 7.500 hectáreas, pegado a la famosa estancia La Porteña, extendiéndose hacia el oeste unos 18 kilómetros.

Aunque en realidad el mirador permite ver “hasta los cerros” (según antiguos moradores del lugar), que bien podrían ser las Sierras de Guasayán, a 100 kilómetros de distancia, o las montañas catamarqueñas, a más de 130 km.



Espinas

Esas tierras ahora están a cargo del Inta, que instaló ahí su Estación Experimental Agropecuaria (EEA).

Previa presentación, se accede al predio, ya que el castillo se encuentra a escasos 300 metros del ingreso a la EEA, que se pueden recorrer por la parte externa del frente o atravesando una serie de cercos, portones y alambrados internos.

No más entrar en el terreno propiamente dicho de la casa, es preciso asegurar cada paso en tierra inerte, porque una enmarañada alfombra de espinas ofrece una poco amigable bienvenida a los curiosos, sobre todo a los pies de los curiosos, que cada tanto se detienen a arrancar de los calzados los puntiagudos estiletes vegetales.

Aún así, la caminata vale la pena. Cada centímetro superado es recompensado con la sorprendente silueta de lo que no caben dudas fue una joya arquitectónica en pleno monte santiagueño.

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