EL EVANGELIO DEL DOMINGO

El que me coma vivirá para siempre - Juan 6, 41-51

PBRO. MARIO RAMÓN TENTI

Los judíos murmuran y se escandalizan porque Jesús les dijo que era el “pan bajado del cielo”. Cómo puede pretender tener un origen divino si ellos conocen a sus padres: ¿acaso no es el hijo de José? ¿Cómo dice que ha bajado del cielo?. Así como los antepasados “murmuraban” contra Dios que los había liberado de la esclavitud, ahora murmuran contra Jesús porque pretende tener un origen divino. Creer en Jesús supone la acción amorosa del Padre que quiere que todos los hombres se salven, por eso los atrae hacia él. Este es el testimonio de su origen divino, porque él está junto a Dios y ha venido de Dios. La intervención del Padre da origen a la fe: reconocer a Jesús es entrar en el misterio divino, lo cual no puede realizarse sin que Dios abra el acceso a ello. De hecho Dios se ha comunicado a través de su “enseñanza” que hay que “escuchar”, las sagradas escrituras. Estas remiten al Hijo, a Jesús. Ahora, con su llegada al mundo, el tiempo de la espera se ha cumplido, la enseñanza inmediata y plena del Padre se realiza a través de la misión del Hijo, que une en su persona la divinidad y la humanidad. Todos los que son atraídos por el Padre hacia Jesús, él los resucitará el último día. Los antepasados habían comido el maná, la “ley” y habían muerto; este alimento resultó ineficaz para comunicar la vida. Ahora bien, el pan del cielo que es Jesús suprime para siempre la muerte para los que comen de él. Porque es el pan vivo, es el donante de la vida para los que creen. Jesús se da como alimento, “el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Jesús en su condición humana se da como alimento de vida. Adherirse a la persona del Hijo, a su proyecto de salvación para el mundo es creer en él. Conclusión El Padre Dios atrae a los hombres hacia Jesús, su amor de Padre misericordioso quiere que el mundo se salve. Creer en Jesús es adherirse a su persona, a su proyecto de reino, que significa la transformación del mundo de injusticia y dolor para vivir en la comunión de la fraternidad universal bajo el amparo de Dios. También hoy, muchos “murmuran” porque Jesús, el Señor de la vida, se ha hecho hombre y se identifica con los que sufren. Prefieren creer en un Dios puro, alejado de la historia de la humanidad, un Dios que sólo habla de las cosas del cielo. Pero Jesús fue hombre, y vivió su humanidad con pasión. Aceptar el misterio de la encarnación es hacerse solidario con todo lo humano, en especial con aquellos estigmatizados por el hambre y la soledad. Comer a Jesús, pan de vida, significa entonces abrirse a la comunión nutriente con Dios que posibilita gestos concretos de solidaridad con los que sufren. Así como el Padre nos atrae hacia Jesús para que recibamos de él la vida, Jesús nos atrae hacia los que sufren para que les enunciemos la Buena Noticia.
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