EXCLUSIVO DE EL LIBERAL

ANÉCDOTAS DE TAXI | Prótesis

Por Víctor David Bukret.

Llovió torrencialmente y como de costumbre, las calles se tornaron intransitables. Del mismo modo que sucede en la mayoría de las ciudades del mundo. Siete y veinte de la mañana.

Quedé libre en el norte de mi ciudad y me dirigí a la terminal de ómnibus. A pesar de la advertencia legal por el seguro, me subieron cinco pasajeros, que iban a lugares diferentes, enojados, porque según ellos, hacía un par de horas que no conseguían "un puto remis".

Volví hacia el sur, y molesto con la situación anterior, no quise parar a decenas de manotazos que hacían pasajeros desesperados, haciendo equilibrio en el cordón de la calle y con paraguas... Por los ademanes que me devolvía el espejo, creo que le mandaban saludos a mi vieja. No quería parar. No quise levantar a nadie más. Hasta que en una cuadra sin árboles, diviso a esta señorita... Yo diría señora. Pedazo de yegua, con algo que no parecía un vestido corto, sino un camisolín transparente, rojo, que combinaba con unas botas de goma de color amarillo. ¡Clavé los frenos!

El auto primero planeó... después hizo como un willy, y se convirtió en una tabla de surf. Creo que con una ola bañé a dos que intentaban cruzar la calle anegada, y paré al lado de la rubia, que partía las aguas como Moisés.

Bajo la ventanilla y le digo:

-¡SUBA SEÑORITA!

-¡AY, GRACIAS, PERO ES PARA MI ABUELA!

La vieja venía hacia el portón, con su bastón brillante, al igual que su dentadura...



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