ANÉCDOTAS DE LA HISTORIA - MARÍA ANTONIA DE PAZ Y FIGUEROA

Mama Antula, la santa santiagueña

Por Eduardo Lazzari / HISTORIADOR

El relato histórico de los argentinos, por alguna razón ideológica y sobre todo por alguna explicación no muy clara, ha sido injusto con los personajes vinculados a la religión, ya desde los tiempos coloniales.

Sin duda, con la llegada del imperio español a América, desde el primer viaje de Cristóbal Colón en 1492, se produce un hecho notable como fue el mandato que se dieron a sí mismos los reyes católicos Fernando e Isabel y sus sucesores, de acompañar el proceso de transculturación que se produjo en el encuentro, muchas veces traumático, entre las poblaciones que habitaban el nuevo mundo y los europeos, con la imposición de la fe católica.

Esta decisión política iba a convertir la organización estatal española en nuestro continente en una compleja trama de instituciones seculares y religiosas, que en general actuaron en consenso, aunque en determinados momentos fueron fuente de discordia y conflictos que alcanzaron un nivel de violencia insólito, siendo el más paradigmático de esos episodios de disputa, la expulsión de la Compañía de Jesús, la orden religiosa mejor organizada de aquellos años, por su mala relación con virreyes y obispos en la América española, en 1767. Por esos tiempos surge la figura de una mujer extraordinaria, María Antonia de Paz y Figueroa.

Encarar una modesta biografía de esta mujer es una tarea que entusiasma y viene a combatir el olvido metódico de las grandes mujeres de fe, hecho que constituye una curiosa omisión que trataremos de corregir, sin la ambición de hacerlo con toda justicia.

NACIMIENTO Y JUVENTUD

María Antonia nace en 1730 en el seno de una familia tradicional de Santiago del Estero, la más antigua fundación española (1553) y sede del primer obispado (entre 1570 y 1699) en el actual territorio argentino.

Desde su infancia mostró una indudable vocación por lo religioso, y era fiel de la iglesia de los jesuitas en la “Madre de Ciudades”. Desde su primera juventud, colaboró con los sacerdotes que realizaban los ejercicios espirituales siguiendo las enseñanzas de San Ignacio de Loyola. María Antonia reunía a las jóvenes de Santiago, para participar de las actividades vinculadas a la promoción de los ejercicios.

Esta tarea la realizó durante veinte años, por lo que era habitualmente llamada, junto a sus compañeras, “beata”. La expulsión de los jesuitas, en 1767, cerró bruscamente esa etapa de su vida. Pero María Antonia, que contaba con 37 años, consiguió que el fraile Diego Toro asumiera la predicación y realizara las confesiones de quienes realizaran los ejercicios espirituales, ya sin la dirección de los jesuitas.

Este grupo de mujeres siguió ocupándose de las tareas que hacían posible el alojamiento de los ejercitantes y de todo lo necesario para que no se dejaran de realizar los ejercicios en Santiago. A mediados de la década de 1770, en los tiempos de la fundación del Virreinato del Río de la Plata, su fama de santidad había llegado a Salta, Jujuy, Tucumán, Catamarca y La Rioja, y ya era conocida como “Mamá Antula”. Comenzó entonces peregrinaciones hacia aquellos lugares donde era solicitada para organizar ejercicios espirituales, caminatas que se caracterizaban por hacerlas sola, descalza y confiando en la mano de Dios, ya que vivía gracias a la generosidad de las personas con las que tenía contacto en esos viajes. Un cálculo conservador señala que fueron centenares los ejercicios guiados por esta mujer en el actual territorio del noroeste argentino.

Eran los tiempos de los obispos cordobeses Manuel de Abad e Illanar, Juan Manuel Moscoso y Peralta y José Campos Julián. Su fe en Dios era inconmensurable y asignaba todas sus acciones, padecimientos y alegrías a la voluntad divina. Cuando enfrentaba enfermedades, atribuía sus curaciones a Dios. Se conservan cartas en las que Mama Antula dice: “Me encomendé al Sagrado Corazón y me encontré curada pronto, sin ningún remedio”, y más adelante: “Pero fui curada una y otra vez por una mano invisible”.

VIAJE A CÓRDOBA

El centro de la vida de los jesuitas en el territorio que luego se iba a convertir en el Virreinato del Río de la Plata era Córdoba. Una de las razones para la creación de la nueva jurisdicción fue la necesidad de imponer orden en el gigantesco caos en que se sumieron las estancias, las misiones y los colegios jesuíticos. Por eso la llegada de Mama Antula a la sede del obispado del Tucumán (Córdoba) fue muy bien recibida y en poco tiempo organizó tandas de ejercitantes, algunas de ellas de doscientos y hasta trescientos fieles.

Toda la organización económica de estos ejercicios espirituales, como el alojamiento y las comidas, corría por cuenta de Sor María Antonia, quien conseguía lo necesario a través de las limosnas. Pero además los sobrantes de dinero le permitían dedicarse a los pobres, que vivían más allá de La Cañada, y de los presos.

Al tiempo, hacia 1780 decide viajar a Buenos Aires, para seguir adelante con su tarea espiritual. En cada población en la que organizara los ejercicios, Mama Antula conseguía jóvenes mujeres que se incorporaban a lo que iba a terminar siendo una congregación religiosa, a la que llamó “Hijas del Divino Salvador”.

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