ANÉCDOTAS DE LA HISTORIA

Francisco Salamone, el arquitecto de Las Pampas

Por Eduardo Lazzari. Historiador.

La historia argentina está atravesada por la influencia de la inmigración, que alcanzó a millones de habitantes del mundo que llegaron a nuestras tierras para forjar un futuro más promisorio que el que le brindaban sus viejas naciones, dando así cumplimiento real al mandato constitucional que el Preámbulo de la Carta Magna de 1853 ofrecía al universo. Y esa circunstancia tan característica de la identidad argentina es tan fundacional que para nuestro lenguaje solo existen los “inmigrantes” cuando en el resto del orbe se habla de “migrantes”, es decir que pueden ir o pueden venir. Este fenómeno poblacional único, que llegó a significar que cuatro de cada diez habitantes de nuestro país fueran extranjeros, brindó una riqueza de diversidad, de universalidad, de matices y de marcas que permitieron la creación de una cultura tan extraordinaria, que se manifiesta en las relaciones sociales, en el arte, en la ciencia y en todas las expresiones que hacen a una sociedad. Y el personaje que hoy protagoniza estas líneas es, sin duda, una de esos frutos maravillosos de la Argentina abierta al mundo y generosa en su abrazar a todos.

INFANCIA, FORMACIÓN Y FAMILIA

Francisco Salamone es uno de los cuatro hijos de Salvatore y Antonia D’Anna. Salvatore era un constructor de Leonforte, en el centro de la isla de Sicilia, en Italia, que a principios del siglo XX, decide pensar un horizonte más próspero para su familia y emprende con ellos un viaje hacia el sur de América. Su hijo Francisco nace el 5 de julio de 1897 y en 1903 llega a Buenos Aires. Se instalan en un populoso barrio, donde los niños asisten a la escuela pública y Francisco decide seguir los pasos de su padre, ingresando a la Escuela Industrial de la Nación (hoy llamada Otto Krause) donde recibe el título de maestro mayor de obras. Francisco, desde su infancia, mostró un interés muy grande por el arte y por los avances del progreso humano, y en su adolescencia se fanatizó con el cine. Se cuenta que solía caminar rumbo a sus estudios para ahorrar los diez centavos del tranvía y poder así ver todos los estrenos que las novedosas salas de cinematógrafo acercaban a los porteños. En la década de 1910 nacerá su admiración por las estrellas del cine y varias películas de los años ’20 serán claves en su desarrollo profesional. Sin duda, la influencia de “Metrópolis”, la película del alemán Fritz Lang, una de las joyas de la historia del cine, es evidente en la acción arquitectónica de Salamone. Decide estudiar arquitectura e ingeniería, para lo cual se traslada a la ciudad de Córdoba, donde recibe el título de ingeniero civil a los 22 años y de ingeniero arquitecto a los 25. Esta doble visión profesional le va a permitir convertirse en un audaz proyectista y un eximio artista en las obras que hoy constituyen un patrimonio edificado único en el país. En 1928, a los 31 años, se casa con Adolfina Croft, a quien llamará toda su vida “Pina”, la hija de un cónsul austríaco, con quien tendrá cuatro hijos: Roberto, Ana María, Stella Maris y Ricardo. Las características geniales de Salamone no harían fácil la vida familiar, y hacia el final de su vida, prácticamente vivirá solo, al tiempo que su esposa se instala en la ciudad de Mar del Plata.

ARQUITECTURA INGENIERIL

Salamone se caracterizó por su facilidad en establecer relaciones sociales que le facilitaron su desarrollo personal y profesional. Además, su condición de gran empresario le permitió amasar una considerable fortuna, que le permitió brindar a su familia un nivel de vida muy acomodado. Por caso, cada uno de sus hijos tuvo una institutriz y vivieron muchos años en un palacete de la calle Montevideo, en Buenos Aires, donde además tenía su estudio profesional. Salamone fue socio del Jockey Club, y entre sus amigos se contaban Arturo Capdevila y Leopoldo Marechal, quien sin duda en su homenaje habla en sus obras del “Ángel Gris”, que remite a una de las grandes esculturas de Salamone, el portal del cementerio de Azul. Salamone descubrió en el hormigón armado, la “piedra líquida”, el instrumento que le iba a permitir las construcciones que soñaba. Además, su inquietud progresista lo hizo poseedor de las habilidades de la modernidad. Por ejemplo, comenzó a utilizar masivamente la construcción modular con piezas premoldeadas de hormigón. Sus primeras experimentaciones las hace en Villa María, Córdoba, donde la plaza “Centenario” es una joya, lo mismo que el edificio del matadero municipal, cuyo diseño es aún hoy moderno, convertido en un centro universitario. Pero lo que hace de Salamone uno de los más grandes arquitectos de la historia argentina es la obra que realizó en la provincia de Buenos Aires entre 1936 y 1940. En el marco de un plan de obras públicas fomentado por el gobernador Manuel Fresco, Salamone, en una alianza comercial con el empresario Alfredo Fortabat que le permitía disponer de cemento a discreción y a un precio adecuado, el arquitecto proyectó, diseñó, dirigió y terminó unas cien obras, entre las que se cuentan once palacios municipales, quince delegaciones municipales, veinte mataderos, siete cementerios, plazas, ramblas, hospitales, escuelas, mercados y portales de parques que aún hoy, siguen gallardamente en pie y brindado los servicios para los que fueron pensados. Salvo los mataderos, que por las disposiciones sanitarias debieron ser cerrados, el resto lucen en muy buenas condiciones. Todos sus proyectos fueron audaces, funcionales y sobre todo, construidos en una calidad extraordinaria. Sus dotes de ingeniero fundidas en sus dotes de arquitecto, su sensibilidad artística y su innovación profesional le permitieron ser un constructor y urbanista genial. Diseñó no sólo los edificios, sino su mobiliario, y elegía personalmente cada uno de los elementos necesarios, como baldosas, artefactos de iluminación y las plantas y árboles de sus parquizaciones. Para visitar sus obras, distribuidas a lo largo y ancho de la provincia de Buenos Aires, adquirió una avioneta y aprendió a volar, y en 1938 se convirtió en el piloto con más horas de vuelo en el continente americano. En una suerte de homenaje a sus admirados actores de cine, siempre usaba anteojos negros, como las estrellas de Hollywood. En el cementerio de Azul, sin duda, uno puede imaginar el sentido escenográfico de las películas de los años ’30, tan emparentadas a través del moderno art decó. El estilo de sus obras transita por la vanguardia, el futurismo italiano, las variantes del art decó, y sin duda no está sujeto a ninguna norma. Salamone es un creador que supo tomar de la tradición arquitectónica los elementos que le permitieron ser un modernista. En la década de 1940, le hacen un juicio por defectos en una obra de pavimentación en Tucumán. Se autoexilia en Piriápolis ante el riesgo de sufrir la cárcel. Es absuelto y lo indemnizan con mucho dinero, pero su carácter se quiebra y pierde su ángel constructivo. Realiza unas pocas construcciones y se sume en una depresión, a la que no es ajena su afición al juego y todo contribuye a su soledad y su aislamiento.

MUERTE, OLVIDO Y HOMENAJES

Muere solo el 8 de agosto de 1959, luego de sufrir una serie de infartos cardíacos. Es muy impresionante que su gran amigo, por entonces arzobispo de Buenos Aires, monseñor Fermín Lafitte, a quien había conocido durante sus años en Córdoba, muere en la misma ciudad, el mismo día y a la misma hora. Fue sepultado en una bóveda prestada por un amigo en el Cementerio de la Recoleta, y varios años después sus restos fueron trasladados a un cementerio privado, en el que su tumba contiene un error inexplicable: la lápida dice “Francisco Salomone”. Está mal escrito su apellido. Olvidado durante casi medio siglo, las investigaciones de arquitectos como René Longoni, Juan Carlos Molteni, Alejandro Carrafanq, Carlos Pernaud, Alejandro Novacoski, Felicidad París, Jorge Bozzano y Nani Arias, mantuvieron su obra en la memoria, y desde 2009, ha sido reconocido con calles y plazas con su nombre, estudios y documentales, y sobre todo en 2014, en un hecho auspicioso para el patrimonio argentino, prácticamente toda su obra bonaerense ha sido declarada monumento histórico y artístico a nivel nacional, siendo la primera vez que tiene ese reconocimiento la obra de un autor en mérito al conjunto y no solo cada pieza por sí. Recorrer su obra por Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos es acercarnos a construcciones geniales, originales y conmovedoras que hacen merecedor del título de “arquitecto de las pampas” al inmigrante siciliano Francisco Salamone, un fruto dilecto de la mejor Argentina.

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