COSTUMBRES ANCESTRALES - Por Prof. Nelson Antonio Chávez Leguizamón

Veneraban a San Gil, el Nacimiento, al Señor del Buen Camino y a Nuestra Sra. de La Merced

Las familias hacían oficiar misas en sus propias casas, en una especie de minifiesta patronal de las sagradas imágenes que atesoraban en sus hogares.

Para sentirse cerca de Dios, el hombre siempre quiso hacer figura de algo en qué creer. Las devociones a los santos o a la Virgen en sus diversas advocaciones en casas de familias loretanas son muestras de una fuerte fe transmitida por generaciones.

En esta ciudad histórica hay diversas familias que son fieles custodias de este tesoro que hace a la religiosidad popular en sus imágenes de bulto y de vestir. Y en su momento tuvieron el acompañamiento de todo un pueblo creyente y peregrino.

San Gil.

De acuerdo con datos de antiguos, su imagen data de hace aproximadamente 250 a 300 años. La figura de 40 cm fue heredada de generaciones anteriores, que supieron mantener y propagar la devoción. Su última depositaria fue la señora Teresa Herrera de Pérez, quien la recibió de su madre Sara Herrera.

Esta señora llegó a la ciudad desde el interior loretano, en una fecha que no se pudo precisar, y se instaló en el barrio Remanso. En su domicilio se celebraba anualmente la fiesta de San Gil. Se rezaba una novena que consistía en rosarios, en compañía del resto de su familia, vecinos y promesantes que se llegaban a la casa ubicada en la intersección de las calles Moreno y Güemes.

Ésta se colmaba de fieles que luego de tomar gracia, encender velas y obsequiar sus ofrendas, se preparaban para la procesión que, entre cánticos, vivas y el estruendo de bombas, recorría las calles aledañas.

Nacimiento del Niño Dios.

Era una celebración que se realizaba en el domicilio de la señora Mercedes de Acuña, en el barrio Remanso sobre la calle Mitre y Güemes. Cada nacimiento era motivo de alegría entre los niños que se preparaban para representar a María, José, los pastores, Reyes Magos y ángeles que entonaban los tradicionales villancicos.

Por aquella época este barrio se caracterizaba por las fincas con frutales, lo que hacía posible que luego del momento emocionante de la adoración del Niño Dios, se distribuyera entre los presentes una variedad de frutas frescas.

Señor del Buen Camino

Fue propiedad de doña Emerenciana Herrera. Se trata de una imagen histórica que pasó de generación en generación, al igual que muchas que se encuentran en esta ciudad y en el interior de nuestro departamento. Historias esconde mi pueblo que necesitan conocerse.

En el populoso barrio El Remanso pude conocer y conversar con quienes en su momento fueron testigos de tan sentidos momentos. Mercedes de Acuña, (84), me regaló su fecunda memoria. Junto a su hijo Roque me trasmitieron muy gentilmente lo que experimentaron durante sus vidas.

En el domicilio de su madre existe un espacio preparado por su padre al que llamaban “la salita”. En este lugar, en el mes de diciembre se preparaba y decoraba para recibir la imagen de Nuestra Señora de Loreto. Por la noche se la velaba y al otro día en compañía de los vecinos se la llevaba en procesión a su santuario.

Nuestra Sra. de la Merced, de la familia Coria.

Esta devoción mariana tiene sus orígenes en la Villa Loreto. Según cuentan los descendientes de los primeros dueños de la pequeña imagen, ésta fue propiedad de don Ignacio Coria y de doña María Antonia Juárez En el Loreto viejo se reverenciaba la tierna imagen de María redentora de cautivos. Doña Norma Villarreal me transmitió lo que sus abuelos le contaron.

Por aquellos tiempos la imagen fue cubierta con cueros y escondida en la espesura del monte para ser preservada de los nativos del lugar y de personas con algún cargo público que querían suspender las festividades que se realizaban cada 24 de septiembre, porque en estos encuentros de fe también sucedían hechos de violencia. Ya en Villa San Martín, las generaciones siguientes de esta familia continuaron con la devoción a la Virgen. Establecidos en el margen del río Nambi, año tras año el patio de la familia se vestía de fiesta.

En los primeros minutos del 24 se realizaba la procesión. Juliana Coronel se hace cargo de esta celebración. Reunía a toda su familia y junto con los vecinos se congregaban “costeando la loma”. Caminaban entre rezos, cantos y vivas e iluminados con velas que se fabricaban con sebo y utilizando el tronco del cardón para sostenerlas.

Siempre animados por la abuela Juliana, como cariñosamente la llamaban. Además de dedicarse a los aspectos de la fe, también curaba a través de remedios caseros. Luego la familia se trasladó al barrio El Polígono, donde continuó con esta devoción familiar. En las esquinas de Saavedra y Gumersindo Sayago se construyó la gruta, para que sea visitada la Virgen.

En la actualidad, previo al día de la Patrona se reza la novena. Y en algunas ocasiones, durante la fecha central se celebra misa, pero ya no como en tiempos pasados cuando se realizaban grandes muestras de veneración.

Nuestra Sra. de la Merced, de la familia Ibarra.

Otra devoción que congrega a los loretanos y en la que se manifiestan innumerables muestras de fe es la de la imagen histórica de Nuestra Señora de la Merced, de la familia Ibarra.

La profesora Nilda Elizabeth Ibarra me relató lo que en su niñez y luego lo que sus abuelos le contaran acerca de esta expresión de fe hacia la Madre de Dios. Don Amancio Ibarra y doña Ventura González, sus abuelos, eran quienes en épocas pasadas realizaban la festividad de la Virgen cada 24 de septiembre. Todos los vecinos se congregaban en su domicilio para pedir favores y agradecer las bendiciones recibidas.

Al mismo tiempo celebraban dicho momento encendiendo velas, colocando flores y tocando su imagen para sentirse bendecidos. Con el paso del tiempo, la señora María Rosa Ibarra asume la responsabilidad de recordar el día de la Virgen.

Los rezos del rosario en los días de la novena anticipaban la festividad del día 24. Una clara demostración de fe se observaba el día central. La concurrida procesión por las calles del antiguo Loreto así lo manifestaba. Entre oraciones, cantos y vivas, en sus andas adornada con flores, la pequeña imagen era transportada por cuantos devotos quisieran cargarla mientras duraba el recorrido.

Finalizado el momento religioso, se preparaba el homenaje en el que los hermanos Carrizo eran infaltables concurrentes a esta celebración. Y al son del bandoneón, don Segundo “Rubio” Ibarra ejecutaba tradicionales melodías del cancionero folclórico provincial.

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