ANÉCDOTAS DE LA HISTORIA

Salvador María del Carril y Tiburcia Dominguez: El vicepresidente, su esposa y un rencor de más de un siglo

Por Eduardo Lazzari. Historiador.

Los tiempos de la independencia y de la organización nacional fueron construidos con hechos históricos, sacrificios personales, gestos audaces, y sobre todo implicaron para todos los habitantes de nuestro país sufrir las consecuencias de las extensas campañas militares, que fueron muchas. Las invasiones inglesas (1806-1807), la guerra de la independencia (1810-1824) y la guerra contra el imperio del Brasil (1825-1828), los conflictos civiles, primero entre las Provincias Unidas y la Liga de los Pueblos Libres (1815-1820), luego entre federales y unitarios (1824-1852) y finalmente entre la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires (1852-1861), y la gran tragedia sudamericana que significó la guerra de la Triple Alianza, contra el Paraguay (1865-1870); fueron el escenario caótico en el que se desarrolló el proceso que culminó en la República Argentina. Resulta difícil imaginar la cantidad de muertos, heridos y mutilados, pero es seguro que su proporción sobre la población fue inmensa, y sus consecuencias en las familias argentinas fueron demoledoras. Muchas mujeres entregaron a esposos e hijos. Hogares que debieron ser abandonados por las batallas y combates. Casas y propiedades que se perdieron por las arbitrariedades del conflicto. Y todo en un marco de instituciones consuetudinarias que sólo dependían de la voluntad de los poderosos y que sólo dejaría de ser así a partir de la sanción de la Constitución Nacional de 1853. Estos años que van desde el inicio del siglo XIX hasta 1870 tendrán grandes protagonistas, pero fueron pocos los que atravesaron todo el período. Entre ellos rescataremos hoy la figura legendaria y polémica de Salvador María del Carril, un actor fundamental de la historia política argentina, que tuvo un largo matrimonio que terminó, si no de la peor manera, de una forma que aún hoy sorprende.

INFANCIA, FAMILIA Y FORMACIÓN

Salvador María José del Carril de la Rosa nace en la ciudad de San Juan de la Frontera el 10 de agosto de 1798, y fue bautizado de necesidad al día siguiente en la iglesia Nuestra Señora de la Merced. Sus padres eran los sanjuaninos Pedro del Carril y María Clara de la Rosa. Hizo sus primeros estudios en su ciudad y muy joven se trasladó a Córdoba para estudiar en la Universidad. Fue discípulo del deán Gregorio Funes durante los tiempos de la Revolución de Mayo y se doctoró en derecho civil y canónico en 1816, a los 18 años de edad. Viajó a Buenos Aires, donde ejerció el periodismo. Atraviesa la turbulenta década de 1820 ejerciendo diversos cargos públicos y parte al exilio hacia 1829. Salvador conoce a María Tiburcia del Carmen Domínguez de López Camelo en su exilio oriental. Tiburcia había nacido en Buenos Aires el 13 de abril de 1814 y fue bautizada en la iglesia Nuestra Señora de Montserrat a los dos días de vida. Sus padres eran José Luciano Domínguez y María Luisa López Camelo. Cuando él tenía 33 años y ella 17, se casan el 28 de diciembre de 1831 en el pueblo uruguayo de Mercedes, a orillas del río Negro, y el matrimonio tendrá once hijos a lo largo de casi treinta años, siete nacidos en el Uruguay, otros dos en Paraná, uno en Santa Catarina, Brasil, y otro en Berlín, Alemania, demostración de las consecuencias de los exilios provocados por las guerras civiles.

ACTUACIÓN PÚBLICA

Vuelto a San Juan, asume como ministro de gobierno entre 1822 y 1823, y a sus 24 años fue electo gobernador sanjuanino. Entre sus disposiciones, suprime el cabildo, las alcaldías, los conventos y las milicias. Defensor de las ideas liberales, aplica el mismo sistema que Bernardino Rivadavia estableció en la provincia de Buenos Aires. Proclama la Carta de Mayo, que es la primera constitución provincial escrita del país, en la que se incluyen los derechos del hombre, siguiendo los preceptos de la Asamblea del año XIII. La Carta incluía la libertad de cultos por primera vez en el país. A los trece días de la firma de la Carta de Mayo, una revolución lo derroca y parte al exilio en Mendoza. Este documento fundacional de la tradición constitucional fue entregado al verdugo para ser quemada en la plaza pública, en julio de 1825. El 8 de febrero de 1826 el Congreso General nombra a Bernardino Rivadavia presidente de la República, y éste elige como ministro de Hacienda a Salvador María del Carril. En el marco de la guerra contra el Brasil, Del Carril propone la ley de consolidación de la deuda, la convertibilidad de la moneda emitida en papel, y el uso del oro como pago del comercio exterior. La renuncia de Rivadavia en junio de 1827 significó el retroceso de sus partidarios como Del Carril, y el ascenso del coronel Manuel Dorrego a la gobernación porteña. El papel más oscuro que protagonizó Del Carril en la historia tiene que ver con su participación en el complot que acabó con el fusilamiento de Dorrego en manos del general Juan Lavalle. En esos días de fines de 1828 Salvador le escribe a Lavalle: “La prisión del señor Dorrego, es una circunstancia desagradable, lo reconozco; ella lo pone a usted en un conflicto difícil... La disimulación…, sería… inútil al objeto que me propongo. Hablo del fusilamiento de Dorrego: hemos estado de acuerdo en ello, antes de ahora. Ha llegado el momento de ejecutarlo, y usted que va a hacerse responsable de la sangre de un hombre…”. Sin duda esta carta definió el destino de Dorrego y el de los treinta años de guerra civil que siguieron a este episodio. Para Del Carril significó el exilio, que lo llevaría a Uruguay y Brasil cerca de dos décadas. Participó del partido unitario y desde 1843 comenzó una larga correspondencia con el gobernador federal de Entre Ríos, Justo José de Urquiza, con quien iba a unirlo una perpetua amistad. Luego de la batalla de Caseros, donde Urquiza derrota a Rosas, Del Carril regresa al país y se integra al Consejo de Estado que organiza Urquiza. Su provincia natal lo nombra diputado al Congreso General Constituyente de Santa Fe y es uno de los varios unitarios que firma la Constitución Federal de 1853, en el marco del primer gran acuerdo político que propone Urquiza: los federales dejan de ser caudillos y los unitarios resignan sus ideas de gobierno: todos aceptan las reglas del liberalismo. Se destacó en la convención junto al santiagueño José Benjamín Gorostiaga, considerado el “padre de la Constitución”.

VICEPRESIDENCIA Y CORTE SUPREMA

Urquiza lo elige como compañero de fórmula para las elecciones de fines de 1853, y eso lo convierte a Salvador del Carril en el primer vicepresidente constitucional de la Argentina, el 5 de marzo de 1854. Debido a las ausencias de Urquiza de la capital, Paraná, la tarea de Del Carril a cargo del Poder Ejecutivo fue enorme. Mantuvo una lealtad sin fisuras con el presidente, a pesar de sus desacuerdos en algunas medidas. Quiso ser el sucesor de Urquiza, pero Alberdi interpretó la Constitución diciendo que los dos cargos (presidente y vice) eran similares y simultáneos para impedir su reelección, ya que no fue la intención de los constituyentes la creación de una dictadura bicéfala. Producida la unificación del país luego de la batalla de Pavón, el presidente Bartolomé Mitre nombró a los jueces de la primera Corte Suprema de Justicia: Salvador del Carril, Francisco de las Carreras, Francisco Delgado, José Barros Pazos y Valentín Alsina. Los cuatro primeros juraron el 15 de enero de 1863. Alsina fue reemplazado por el ilustre santiagueño José Benjamín Gorostiaga, completando el cuerpo. En 1870 Del Carril fue nombrado presidente de la Corte. Se puede decir que ejerció plenamente las presidencias de dos poderes del estado: Legislativo y Judicial, y como suplente el tercero: el Ejecutivo. Renunció en 1877 y se retiró de toda actividad pública, a la provecta edad de 79 años. Calles, pueblos, escuelas y monumentos recuerdan su paso por la vida pública argentina.

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