Lectura del Santo Evangelio según San Marcos 8,27-33

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?” El l o s l e c o n t e s t a ro n : “Unos, Juan Bautista; otros, Ellas; y otros, uno de los profetas”. Él les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy?” Pedro le contestó: “Tú eres el Mesías”. Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días”. Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: “¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!” Reflexión Al hombre le pediré cuentas de la vida de su hermano. Nos encontramos ante el final del diluvio. La tierra ha sido recreada. La abundancia de la vida brota de nuevo. La bondad de Dios vence sobre la perversidad humana. Y un nuevo pacto se desarrolla entre Dios y su pueblo. En el texto del Génesis se dice que Dios entrega todo al hombre: “Vosotros creced y multiplicaos, moveos por la tierra y dominadla”. No podemos dar por supuesto que el crecer sea solo en número, o en cantidad. El creced puede llamar a un aprendizaje. El creced puede referirse también a no repetir la historia de perversión y corrupción, o de aniquilación de unos contra otros. El creced, supone mirar al hermano (al prójimo) como imagen y semejanza de Dios. El hermano es sangre de tu sangre. Dios nos pedirá cuenta de la vida del hermano. No podemos seguir pronunciando con indiferencia la pregunta de Caín “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?” después de haberle dado muerte a Abel. Tampoco podemos vivir en la corrupción. En el capítulo 6 del Génesis dice: “Al ver el Señor que la maldad del hombre crecía sobre la tierra y que todos sus pensamientos de su corazón tienden siempre y únicamente al mal, el Señor se arrepintió de haber creado al hombre en la tierra y le pesó de corazón”. Muchas otras preguntas como la de Caín se manifiestan entre nosotros. Hay una, que sobre todo señala la ingratitud y el egoísmo: “¿Acaso te pedí yo que me trajeras al mundo?” Muchos padres hoy tienen que escuchar este tipo de preguntas ante la rebeldía de sus hijos adolescentes, y mayores. Y ante la tentación de querer echarles las culpas a Dios hemos de mirar hacia dentro. El mal puede crecer en nuestro interior: son las envidias, los egoísmos, los rencores, los odios y las venganzas entre otros. Pero también crece cuando el respeto a la vida se minimiza y se justifica en forma de derechos que no son tan fundamentales para la persona. No podemos hacer indefensos a nuestros hermanos con nuestros comportamientos injustos. En otras traducciones de este texto se dice: “Sed fecundos, multiplicaos y llenad la tierra”. Este “sed fecundos” implica no hacer de la vida un desierto. No aniquilar la vida. Al contrario, implica que la vida corre por nuestra historia, implica hacer brotar la vida, que la vida tenga cabida en nuestro interior. El multiplicaos es hacerse transmisores de la vida, predicadores de la gracia de Dios y de su alianza con los hombres. Llenad la tierra de la vida, convertirla en un vergel donde la vida se dona, se entrega, haced de la tierra un gran mundo de paz. El salmo 101 recoge la idea de que el Señor reconstruirá Sión. Mirará las súplicas de los indefensos y no despreciará nuestras súplicas o peticiones. Hemos de vivir confiados en que la presencia de Dios siempre será cercana y atenta a nuestros sufrimientos.
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