EL EVANGELIO DEL DOMINGO

A mis ovejas les doy la vida eterna

Juan 10,27-30.

La escena se realiza durante la fiesta de la Dedicación que conmemoraba la consagración del Templo y del altar después de la profanación de Antíoco Epifanes dos siglos antes. Jesús se paseaba por el Templo bajo el pórtico de Salomón, lugar frecuentado por la gente para escuchar la enseñanza de la Ley. Los judíos se acercan a Jesús y le exigen que revele si era el Mesías, necesitaban una prueba para acusarlo. Jesús lo confirma implícitamente: lo he dicho y no creen, más aún, las obras que hago en nombre de mi Padre, signos y curaciones, “dan testimonio de mí”, pero ustedes no creen, porque no son mis ovejas. La situación es conflictiva y cargada de tensión. Así como algunos rechazan a Jesús, los dirigentes del pueblo, otros “escuchan su voz”. Son las ovejas que el Padre le dio y con quienes el pastor tiene un trato personal, íntimo: “yo las conozco y ellas me siguen”. A esas ovejas, Jesús les da vida eterna y no perecerán jamás y “nadie las arrebatará de mi mano”. A los discípulos, el Pastor les asegura la vida eterna, porque están unidos a él. Por eso, ante la persecución, ellos deben recordar que Jesús les dio vida eterna y que nada ni nadie puede arrebatarlos de su mano ni de la del Padre, porque ambos los protegen. Jesús dice que es “uno” con el Padre. La seguridad de los discípulos, de la Iglesia, se fundamenta en la comunión de Dios. Esta comunión entre el Padre y el Hijo garantiza la salvación de las ovejas. Los discípulos, que escuchan la voz del Pastor y tienen un trato íntimo con él, son asociados por el Hijo a la comunión con el Padre. Esto los sostiene en la persecución y los anima a dar testimonio en el mundo.

Conclusión

No es casual que Juan coloque este episodio en la fiesta de la Dedicación del templo. La escena tiene un valor simbólico. Los judíos creían que el templo era el lugar de la presencia de Dios y en donde el pueblo encontraba la “vida” a través de las prácticas cultuales que allí realizaban. Jesús manifiesta otra realidad: el encuentro con Dios se realiza en él, los discípulos que escuchan su voz y lo siguen son incorporados a la comunión con Dios, la misma que hay entre el Padre y el Hijo, comunión que garantiza el acceso a la vida eterna. Hoy más que nunca es necesario anunciar a Jesús, darlo a conocer al mundo, para que las personas lo conozcan, se dejen guiar por él, experimenten su cercanía que da la vida. Se hace imperioso escuchar a Jesús, escuchar su voz, dejarse cautivar por su amor, seguirlo porque sólo él puede darnos vida eterna, es decir vida plena. El mundo necesita escuchar su voz, mirar con fe los signos de su presencia siempre amiga y misericordiosa, dejarse conocer por él, sentirse atraído por su mensaje, seguirlo viviendo como discípulo, y siendo receptivo a la vida en abundancia que nos ofrece. No hay otro camino, sólo en Jesús podemos encontrar una vida auténtica y llena de luz.

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