ANÉCDOTAS DE LA HISTORIA

Los tres obispos de una familia cordobesa

La historia de la Iglesia Católica en la Argentina tuvo a lo largo del tiempo posterior a la sanción de la Constitución 1853 dos grandes focos coincidentes con las dos más antiguas diócesis del territorio nacional: Córdoba y Buenos Aires. Desde allí surgió la formación de sacerdotes en un número insuperable para las otras jurisdicciones, siendo los seminarios de la Inmaculada Concepción, en la metrópolis porteña y de Nuestra Señora de Loreto, en “La Docta”, las casas de formación por excelencia del clero argentino.

Los años de las guerras de la independencia y civiles, en los que se cortó toda relación con la Santa Sede y provocó que todas las sedes episcopales argentinas quedaran vacantes, significaron casi la desaparición del clero y el comienzo de prácticas religiosas sólo encabezadas por laicos, que sin embargo, mantuvieron la piedad popular, aunque en condiciones rituales poco ortodoxas. Luego de 1853 la normalización de las relaciones con el Vaticano, permitió el nombramiento regular de obispos y la creación de un clero nacional, al que se sumó la llegada de sacerdotes europeos de congregaciones religiosas, tales como salesianos, lasallanos, pasionistas, palotinos, asuncionistas y otros.

Sin duda, Buenos Aires fue proclive al espíritu laicista posterior a la unificación de la República, en 1862, lo que quedó de manifiesto más adelante en la ley 1420 de educación común, la ley de registro civil y la ley orgánica de las universidades. Como hechos brutales de ese tiempo se recuerda el incendio del Colegio del Salvador, jesuita, y el acoso a la Iglesia fue asumido por ésta en las formas arquitectónicas: colegios sin espacios abiertos hacia la calle, ventanas con rejas, iglesias con forma de castillo fortificado y la actividad pastoral circunscripta a la piedad intramuros.

Córdoba resultó ser mucho más combativa frente al anticlericalismo y eso provocó la expulsión del vicario Jerónimo Clara, a cargo del gobierno de la diócesis desde la muerte del obispo Esquiú en 1883, por parte del gobierno nacional del presidente Julio Argentino Roca. Pese a este contexto, prosperó una nueva dirigencia sacerdotal, sobre todo gracias a la creación, en Roma, del Pío Colegio Latino Americano, destinado a la formación de obispos con capacidad intelectual y habilidad política para enfrentar los desafíos de los nuevos tiempos.Entonces fue que tres cordobeses, con vínculos familiares, de la zona de Traslasierra, se convirtieron en obispos argentinos: Ramón, Uladislao y Filemón Castellano.

ULADISLAO JAVIER CASTELLANO

A la vera del viejo camino trazado por los jesuitas entre el curato de San Alberto (hoy Villa Cura Brochero, Córdoba) y la villa real de Merlo, en San Luis, en el paraje de Yacanto, cerca del pueblo de San Javier, nacía el 23 de noviembre de 1834, Uladislao Javier, el hermano menor de los dos hijos de Francisco Javier Castellano Bringas y de María del Rosario Castro Barros Almonacid, descendiente de dos ilustres familias riojanas. Cursó sus estudios de Teología, Derecho Civil y Canónico en la Universidad de Córdoba, para ingresar en el Seminario Diocesano el 7 de marzo de 1853, mientras sesionaba en Santa Fe el Congreso General que iba a dar al país la Constitución.

Fue ordenado sacerdote el 18 de noviembre de 1858 y por sus condiciones intelectuales, prontamente fue nombrado catedrático de Teología y ejerció durante seis años el vicerrectorado de la Universidad, hasta 1875. Luego fue designado rector del Seminario del Loreto, deán del Cabildo Eclesiástico y Vicario General del Obispado de Córdoba el 8 de julio de 1876. Toda su carrera se desarrolló en la curia diocesana, lo que lo llevó al episcopado el 1 de octubre de 1892, siendo nombrado obispo auxiliar de Córdoba y titular de Anchialus. Lo consagró monseñor Reginaldo Toro en la Catedral cordobesa el 20 de noviembre de ese año.

Ante la vacante producida en el arzobispado de Buenos Aires por la muerte de monseñor León Federico Aneiros, el 3 de setiembre de 1893, el papa León XIII lo promovió a monseñor Castellano, que tomó posesión de su cargo el 24 de noviembre de 1895. Su tiempo como cabeza de la Iglesia argentina fue tempestuoso por las oleadas liberales en su contra. Su gestión se caracterizó por establecer la regularidad de reuniones de los obispos argentinos, y la redacción de fuertes cartas pastorales en defensa de la libertad de la Iglesia.

El Papa lo llama a Roma para participar del Concilio Plenario Latinoamericano en 1899. A su regreso decide tomarse vacaciones en su tierra natal y la muerte lo sorprende en San Javier el 6 de febrero de 1900, a los 65 años de edad. Por decisión de su familia fue sepultado en la iglesia parroquial donde había sido bautizado, que fue modificada tiempo después para adecuarla a su condición de mausoleo arzobispal. Dentro del templo se conservan las sucesivas lápidas de su tumba y varios ornamentos de su vestimenta episcopal.

RAMON JOSÉ CASTELLANO

La familia de José María Castellano y Rosa Torres, pobladora de la Villa de los Dolores, en el sudoeste cordobés, fue bendecida con el nacimiento de dos varones que culminaron sus vidas como obispos católicos de la Argentina. Ramón José, el mayor, nació el 15 de febrero de 1903. A los quince años comenzó sus estudios en el Seminario de Córdoba, donde alcanzó los títulos de Filosofía, Teología y Derecho Canónico, para ser ordenado sacerdote el 18 de setiembre de 1926. Ejerció diversos cargos en parroquias y capillas, hasta que fue consagrado obispo auxiliar de Córdoba y titular de Flavias, el 28 de abril de 1946, por el arzobispo Fermín Lafitte, a quien acompañó en su tarea pastoral.

En medio de la crisis que la institución religiosa sufrió por el brutal enfrentamiento con el segundo gobierno del presidente Juan Perón, que puso en discusión el liderazgo del cardenal Santiago Luis Copello al frente del episcopado argentino, el arzobispo cordobés Lafitte tuvo que asumir como administrador apostólico de Buenos Aires, lo que derivó en un mayor protagonismo de su obispo auxiliar Castellano desde 1956. Un evento muy significativo de la vida de monseñor Castellano como obispo fue la ordenación de 37 sacerdotes salesianos en la misma ceremonia el 27 de noviembre de 1957, cantidad que no ha sido superada hasta hoy en la Iglesia argentina.

El 26 de marzo de 1958 fue promovido a arzobispo de “La Docta”, y como tal participó de la primera y la segunda sesión del Concilio Vaticano II, donde militó dentro de los sectores conservadores, opuestos a las reformas propuestas por los papas Juan XXIII y Pablo VI. Su postura inflexible ante los reclamos del clero de su arquidiócesis provocó una crisis inédita en la Argentina, ya que un tercio de los sacerdotes de Córdoba se negaron a aceptar sus posiciones frente a las enseñanzas del Concilio, además del enfrentamiento con el gobernador radical J, Páez Molina, por la integración del Consejo Provincial de Educación.

El nombramiento por parte del papa Juan XXIII de Enrique Angelelli, hoy beato por martirio, como obispo auxiliar para Córdoba en 1960 y la resistencia de éste a aceptar los criterios pastorales conservadores del arzobispo llevó a una lucha que culminó con la renuncia del arzobispo. El 19 de enero de 1965 Castellano dejó su sede en Córdoba, fue nombrado arzobispo titular de Iomnium, a la que renunció en 1970 y murió el 27 de enero de 1979, en el mayor ostracismo. Quizá el hecho más destacable de su vida episcopal es la ordenación del sacerdote jesuita Jorge Bergoglio, hoy papa Francisco, el 13 de diciembre de 1969. Está sepultado en la Catedral cordobesa.

FILEMÓN FRANCISCO CASTELLANO

El hermano menor de Ramón Castellano, Filemón Francisco nació el 30 de abril de 1908. Viaja en 1927 al Colegio Pío Latino Americano de Roma, regresa a terminar sus estudios en el Seminario de Córdoba, luego en la Universidad Gregoriana de Roma y a París, donde se doctoró en Teología y se licenció en Filosofía. Fue díacono el 6 julio de 1930, en Roma y presbítero el 14 de septiembre en su ciudad natal, Villa Dolores.

Fue vicario en San Jerónimo y profesor de Filosofía en la Universidad Nacional de Córdoba. Fue elegido como primer obispo de Lomas de Zamora, diócesis recientemente creada, el 19 de mayo de 1957. Lo consagraron dos meses después los arzobispos de Córdoba Fermín Lafitte, de Mendoza Alfonso Buteler y su hermano Ramón. En ese tiempo era el rector del Seminario de Córdoba.

Antes de llegar a la sede bonaerense, fundó el Consorcio de Médicos Católicos y el Instituto Superior de Cultura Religiosa. Fue un gran intelectual, habiendo escrito sobre teología, sociología y crítica política. Entre sus obras se destacan: El dogma de la Inmaculada en Teología (1936); Harnak y su “Esencia del Cristianismo” (1937); Psicoanálisis de Freud (1939); Rusia y la Religión (1946); La filosofía de la religión (1946) y La Locura moral (1950).

Era uno de los obispos argentinos de mayor relevancia, debido a su gran espiritualidad. Su renuncia por razones de salud, ya que había perdido totalmente la capacidad de moverse por sí mismo el 16 de abril de 1963, privó a la Iglesia argentina de un pastor que quizá hubiera morigerado la crisis que sobrevendría a la aparición de los sacerdotes del tercer mundo. Monseñor Filemón Castellano falleció el 27 de septiembre de 1980 en un monasterio benedictino, donde se había recluido dieciséis años atrás. Se encuentra sepultado en una tumba del cementerio de Villa Dolores, en Córdoba.

Los descendientes de los tres obispos han pensado construir un templo votivo en su homenaje en los campos cordobeses de la familia.

Por Eduardo Lazzari

Historiador


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