Letras Santiagueñas

Breve autobiografía caótica de un médico escritor o un escritor que trabaja de médico

Por Antonio Cruz.

A prime facie y, a pesar de que la medicina y la literatura son dos artes catalogadas como “humanistas”, suelen parecer contrapuestas. Sin embargo, a lo largo de la historia humana, ambas disciplinas se llevaron muy bien.

Baste con nombrar a Hipócrates de Cos quien, además de ser considerado “Padre de la Medicina”, también fue el primer hombre que supo empuñar con igual destreza la pluma y el bisturí. Ambas configuran una simbiosis tan particular que, aquellos que podemos especular un poco más, nos imaginamos una mutación temporal en la que el individuo usa la pluma con la misma habilidad que el bisturí e interviene en las palabras como si fuesen una parte del organismo humano para modificar su “anatomía” (valga la metáfora) y así dotarlo del sentido lúdico que ofrece la lectura.

Desde que comencé a escribir, mucha gente me pregunta ─y yo también me lo he preguntado en infinitas noches de insomnio─, cuáles han sido las razones o disparadores que llevaron a un médico a dedicarse a la literatura. Debo decir a mi favor que siempre fui un gran lector, pero nunca se me cruzó la idea de escribir una línea. Es más, a quienes no me conocen, les cuento que escribí mi primer poema cuando ya llevaba más de veinticinco años dedicado al arte de curar. ¿Qué me impulsó? ¿Qué fue lo que determinó que comenzara? Creo que las razones fueron varias.

La primera y quizás más importante fue que quería agradecer a alguien por haberme ayudado a salir del pozo. Por aquellos tiempos atravesaba una enorme crisis existencial por algunas cosas del pasado reciente y vivía de manera muy bohemia, sin que me interesara demasiado lo que venía al día siguiente. Bueno, esa persona era alguien que sentía pasión por la literatura y, después de leer esos primeros versos me impulsó a seguir escribiendo.

La segunda cosa que descubrí fue que escribir era un inmenso alivio para la soledad que me acompañaba. El hecho es que, pensé que todo terminaba allí. Según mis cálculos, mi carrera “literaria” se iniciaba y terminaba con ese único libro. Lo que en realidad fue que, a partir de allí, se escribió una curiosa historia.

Comencé a escribir textos a manera de respuesta a desafíos (conscientes o inconscientes) Alguien me preguntó si había escrito algún soneto: mi respuesta fue que ni siquiera sabía bien que era un soneto. Su respuesta me mató (aunque creo que lo dijo de buena onda) «Y sí; el soneto no es para cualquiera».

Eso me sonó a desafío y aquella misma noche (ya con varios vinos en el medio), le prometí que mi segundo libro sería uno de sonetos y lo comprometí para que escribiera la contratapa. Me dediqué a estudiar todo lo que pude acerca del soneto y a probar este tipo de texto. De resultas, mi segundo libro fue de sonetos.

Alguien me dijo que no podría escribir un cuento y el primer cuento que escribí ganó un concurso, el segundo también y al final me vi escribiendo cuentos. Comencé a ir a un taller literario y una mañana de sábado, hablando de haikus, la coordinadora me dijo que ningún haiku era un verdadero haiku si no estaba escrito por un japonés.

Desde el día qué escuché aquella frase, durante un año estudié el canon, la historia y terminé publicando un libro de haikus. Cuando me di cuenta, ya estaba atrapado sin salida por la literatura. Tomé conciencia de que ya no podría abandonar la tarea literaria y ahora, ya comprendí con claridad la famosa frase de Antón Chejov: “La Medicina es mi esposa y la literatura mi amante”.

Como médico, tuve muchas alegrías y anécdotas sabrosas. Fui médico rural, aprendí un poco de cirugía a la par del mejor maestro que la vida pudo darme. También hice partos y asistí a no pocos niños. Fui jefe de auditores de la obra social provincial, médico de guardia, supervisor de zona y me jubilé dirigiendo una UPA. He pasado por tantas cosas en ambas que si hoy alguien me preguntara ─ya ocurrió varias veces─, si me siento un médico que escribe o soy un escritor que trabaja de médico, no sabría qué contestar. Mientras todo esto transcurre, yo sigo disfrutando de ambas.

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