ESPECIALES DE EL LIBERAL

La carta

Cuento ganador de una mención especial del concurso de la Fundación ProArte género epistolar, dedicado a Victoria Ocampo, Córdoba. Autora: FABIANA CALDERARI, pseudónimo Figarillo.

La arrogancia, 31 de septiembre de un otoño eterno.

Estela:

He puesto sobre el margen derecho, una fecha inexacta y tu espacio favorito. Aún no alcanzo a comprender la utilidad de pertenecer a un punto geográfico o la de acorralarse voluntariamente en el tiempo. Sobrevivir asidos a esos indómitos cordeles para mentirnos abrigo.

Tampoco sé cuando leerás esta carta. Imagino que al encontrarla te esconderás asustada en el jardín de la arrogancia (así lo bautizaste cuando esa plantita verde, cuyo nombre científico ignorabas, daba gajos por todos lados y sembraba hijos). ¡Qué arrogancia la de esta planta!, dijiste y a partir de ese día lo convertiste en tu refugio.

Al abrirla, cerrarás los ojos y contendrás el aire perfumado. La leerás, llena de pausas, repitiendo los párrafos, como si retroceder fuera una dócil manera de volver a empezar. Por eso, el tiempo y el lugar se vuelven indiferentes. Solo te pido que a estas palabras les pongas tu voz y que, al reproducirlas, puedas sentir como se convierten en tus letanías silenciosas y persistentes. Escúchate, para aprenderlas otra vez...

Siento deseos de abrazarte porque hoy sé demasiado sobre lo que debo confesar. Y no podrás ocultar el temblor mientras descubres los misterios, porque, contrariamente, todo se vuelve inexplicable.

Las incertezas están navegando dentro de tu cabeza. Ahora escuchas los latidos como si fueran el sonido inconcluso de bombas programadas. En este instante frío, necesito que sientas lo mismo que yo y, como si me conocieras de toda la vida, me creas, te creas con tu voz íntima, y correspondas con la franqueza que requieren estas verdades. Verdades que sabrás a medias, porque habrá algo en ti, un lugar privado, inseguro, reservado al asombro y a las dudas. Aún así, escucha, descubre, aprende.

Al llegar, un día cualquiera, reconocerás el olor de la casa y te sentirás, casi a salvo. Sé que recorrerás confiada cada rincón de la biblioteca, como si los libros fueran otras habitaciones en el mundo. Con estas cosas no habrá inconvenientes.

En las madrugadas, seguirás renegando porque la luz encendida del pasillo ciega tu descanso. Y no la apagarás, consintiendo los caprichos de Francesca y Joaquín. Ellos temen a la oscuridad -en eso, todavía se parecen a su padre- además, tampoco recuerdas los cuentos que narrabas para dormir a tus hijos. Intentarás inventarlos y las historias serán antiguas, inconexas para el ritmo vertiginoso al que se han acostumbrado tus nietos, a causa del celular. Las movedizas historias del instagram, los boomerangs con caras ridículas, las selfies que construyen posiciones casuales pertenecen a una tierra extranjera. Piensas que, jamás, podrán igualar a los espirales de imágenes que brotan de la imaginación cuando se posa en los libros. Igual, son cosas que se van haciendo permeables al ánimo, aunque nos resistamos, porque al mundo no le queda otra. No sé si es avanzar, es aceptar, es cambiar, es mezclarse con las ocurrencias de las generaciones nuevas. Esa parte nos toca a todos.

Seguro, ya estás lejos y estas palabras, con tu voz, intentan atraerte una vez más, para que te quedes. Fueron tantas las veces que te has ido y has vuelto, sin que nadie lo notara, que una vez más no va a costar. Una vez más...

Sé que, aunque te sorprenda el tatuaje en tu muñeca derecha, no dirás nada. Lo has descubierto también en la muñeca izquierda de Pedro, en el cuello de Pablo, en el tobillo de Malena y cerca del pupo de Rafaela. Una flor de lis, no, cinco flores de lis, el honor y la lealtad multiplicados en la familia. Que la familia sea otro refugio, aunque te asusten los álbumes de fotografías, las láminas de esas personas que te abrazan recostadas en la playa. Los chicos pequeños disfrazados en carnaval, el bautismo de los nietos. La bandera pesada de Joaquín que le ayudas a sostener entre miradas cómplices. Las amigas con sus figuras esqueléticas (no todas) que insisten en conservar a fuerza de desear los alimentos sin tocarlos. Las mismas amigas que fingen ser adolescentes desabrochando sus blusas y contorneando las huellas de aquello que fueron. No te niegues, comparte algunas salidas, pese a que conversen sobre historias que no entiendas. Igual, nunca las entendiste.

Lo que más te sorprende es que sepa tu secreto: sientes bronca, ansiedad, mal humor, tristeza, porque ese octavo sentido del que siempre te has jactado ya no está ahí. Las percepciones se han debilitado, ya no eres la maga, la hechicera, la bruja de los acontecimientos develados. Ahora ya no sabes nada, ni para adelante ni para atrás...

He pasado horas intentando pronunciar las palabras que se desfiguraban en mis labios y lo sabes. Cuando las consonantes comenzaron a trepar solas y se quedaron en mi lengua rugiendo como un tren en marcha, decidí escribir esta carta.

Junté los cuadros del comedor y se los regalé a Daniel. No los busques, los regalé a todos. A Daniel y a Sofía. Ellos me cuidan desde que todo esto comenzó. Merecen ver, un ratito al menos, otra realidad de colores, un mundo con apariencias alegres y divertidas. Los hospitales tienen el olor de los miedos.

He perdido días enteros buscando un sitio conocido para ocultar tantos rostros ajenos. Eso ya no importa ahora. Ahora tienes que saber que estoy para ayudarte.

Aquí estoy. Estás. Estamos. En primera persona, en segunda si prefieres o en un nosotras, para que nos asuste menos. Las dos Estelas.

Son nuestros los temblores compartidos, la soledad del cuarto, el llanto cuando todos duermen o se van. La casa vacía que es, de igual manera, un consuelo y un tormento como los espejos; la biblioteca llena de ecos; la lengua muda.

En medio de la ausencia, también somos las que conocimos el amor incondicional, los aromas apasionados dentro de la cocina, el calor de una cama que cobija frente a esos otros inviernos sin frío; las plumas que nos arrancaron y con las cuales pintamos versos alados. Somos esos reconocimientos tardíos de los libros publicados. Somos las arengas que permitieron que no huyera la esperanza.

Yo, Estela, la que fui, ahora puedo estar en tu voz, y en tu voz, te traigo de regalo los recuerdos que me quedan.

Cada vez que los necesites para seguir de pie, cada vez que las fuerzas se tiendan de bruces entre los huesos, solo vuelve a pronunciar, con tu voz, todas estas palabras hechas de aire, de agua, de tierra y de fuego.
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