LOS OBISPOS REALISTAS primera parte
Por Eduardo LAzzari Historiador, especial para EL LIBERAL
En los tiempos del descubrimiento de América por la expedición de Cristóbal Colón, las bulas del papa Alejandro VI entregaron todas las tierras al oeste de la línea del tratado de Tordesillas, un meridiano a 370 leguas (unos 1850 kilómetros) al oeste de las islas de Cabo Verde a los Reyes Católicos Fernando e Isabel y sus sucesores, pero a cambio debía la monarquía española hacerse cargo de la evangelización de los “naturales”. Eso significó que España debió afrontar el costo material de la estructura de la Iglesia en América. Por lo tanto la relación entre la corona española y el trono de Pedro no estuvo exenta de conflictos, a tal punto que la creación de los primeros obispados fue motivo de una disputa entre el rey Fernando y el papa Julio II que duró entre 1504 y 1511.
Los 18 obispados creados en el nuevo continente hasta 1546 formaban una provincia eclesiástica dependiente de Sevilla. El 12 de febrero de ese año son elevadas a arzobispado Santo Domingo (la primera fundación), y México y Lima, capitales de los virreinatos de Nueva España y del Perú. Este es el nacimiento de la autonomía de la Iglesia americana. Desde entonces los prelados del Nuevo Mundo se dirigían directamente a Roma. En 1564 es nombrada arquidiócesis Santa Fe de Bogotá y en 1609 La Plata, cuyo nombre fue cambiado por Charcas, y ambas fueron las cabezas de la Iglesia en los nuevos virreinatos de Nueva Granada y del Río de la Plata. Durante la vigencia del imperio español en América se erigieron 43diócesis, de las cuales fueron arquidiócesis9.
En el virreinato del Río de la Plata surgió una anomalía: la capital política, Buenos Aires, no coincidía con la capital religiosa, Chuquisaca. Para 1810 existían además del arzobispado de Charcas 5 diócesis con sede en las capitales de las gobernaciones intendencias: Paraguay, Buenos Aires, Córdoba del Tucumán, Salta del Tucumán y La Paz. Cochabamba tenía su diócesis en Santa Cruz de la Sierra y sólo Potosí, cabeza de gobernación, no tenía obispo.
Las revoluciones de 1809 y 1810 provocaron un terremoto en la relación de la Iglesia con muchos de sus clérigos y de sus fieles que adhirieron a la causa rebelde. El Papado tardaría dos décadas en intentar una relación formal con los nuevos gobiernos independientes. Pero es poco conocida la vida de los obispos en ese tiempo, la mayoría de los cuales terminaron sus días malamente, luego de pasar privaciones, prisiones y destituciones. De estas desconocidas historias comenzaremos a hablar hoy.
Los mitrados en el actual territorio de Bolivia
El Arzobispo de Charcas
Benito María Moxó y Francolí, el filósofo de los Andes, nació en Cervera, provincia de Lérida, en la península ibérica, el 10 de abril de 1763. Noble catalán, ingresó en la Orden de San Benito y en 1784 lo destinaron a Roma, donde estudió historia, arqueología y ciencias, publicando allí el primero de sus libros, que fueron decenas. Regresado a España, y luego de oficiar de orador frente al rey Carlos IV y su esposa, fue nombrado obispo auxiliar de Michoacán, en México, en 1803. Viajó a América y la muerte del titular de la diócesis provocó que no tomara su cargo, y otra muerte, la del arzobispo de Chuquisaca, el cordobés José Antonio de San Alberto, le cambió el destino, ya que fue trasladado como metropolitano del virreinato del Río de la Plata en 1805. Llegó a su sede dos años después. Dejó escritaspara la historia sus “Cartas Mejicanas”, obra maestra de la literatura americana que serían publicadas recién en 1837 en Génova.
Desde el inicio de su misión se enfrentó a los párrocos y a su curia. La revolución de 1809 iba a acentuar sus modos autoritarios y decretó la excomunión de todos aquellos que no aceptaran la autoridad de la Junta Central de Sevilla. Los jefes rebeldes de la “ciudad blanca” dispusieron la prisión del arzobispo, quien huyó rumbo a Potosí. Poco tiempo después regreso a su sede y se dedicó a las actividades pastorales, bajo el amparo del gobernador realista Francisco de Paula Sanz, protección que cesó cuando éste fue fusilado a fines de 1810.
El cabildo de Charcas decidió aceptar la autoridad de la Junta de Buenos Aires y el arzobispo Moxó, en un brusco cambio de opinión, firmó la adhesión y celebró una misa en homenaje a la revolución porteña, donando además fondos de la curia a favor del ejército llegado desde el Plata. Sin embargo, producida la batalla de Huaqui, Moxó ordenó al clero sólo aceptar órdenes provenientes del Perú y se apersonó a la Real Audiencia para ofrecer su lealtad. Sus acciones lábiles fueron fatales para su credibilidad ante ambos bandos.
La Audiencia le encargó hacerse cargo de las diócesis del Río de la Plata que no hubiesen caído en manos del gobierno de Buenos Aires al tiempo que el tercer ejército auxiliar argentino, al mando del general Rondeau, invadió el Alto Perú en 1815. A principios de mayo los argentinos ocuparon Potosí y Cochabamba y apresaron a todos los sospechosos de colaborar con el virrey del Perú, entre ellos Moxó. Rondeau impidió al arzobispo retornar a Chuquisaca y ordenó su inmediato confinamiento en Salta.
Mientras se encaminaba hacia su último destino escribió una “Carta a los americanos escrita camino del destierro”, que se puede considerar como su testamento político. Falleció en Salta socorrido por su ayudante de cámara Agustín Francisco de Otondo, recluido en un convento. El 25 de noviembre de 1816, la Catedral de Charcas celebró unas exequias en su memoria. Años después, sus restos fueron trasladados a la iglesia del Oratorio de San Felipe Neri de la ciudad de Sucre.
El Obispo de La Paz
Remigio de La Santa y Ortega nace en Yelca, provincia de Murcia, España, el 1° de octubre de 1745. Ordenado sacerdote, es nombrado profesor del Seminario de Alicante. Carlos IV lo nombra su capellán personal y en 1792 lo destina como obispo de Panamá.En 1797 es trasladado a La Paz, en el Alto Perú, adonde llega poco antes del fin de siglo. No hay noticias importantes sobre su actuación religiosa durante la primera década en el altiplano, salvo por la carta pastoral de amonestación contra los ingleses que habían invadido Buenos Aires.
La prudencia del obispo cambia por temeridad cuando se produce el levantamiento del 16 de julio de 1809, que provoca la caída del gobierno realista en La Paz. Fiel al antiguo régimen, renunció a su cargo ante la Junta Tuitiva nombrada por la revolución, y ésta aceptó la dimisión desterrándolo además a la estancia de Millocato. La Santa y Ortega decidió refugiarse en Irupana, desde donde excomulgó a todos los rebeldes. En ese lugar al sur de su sede, el obispo organizó un ejército a favor del Rey, poniendo al mando a sus clérigos, otorgándoles grado militar. Sus hombres vencieron a los revolucionarios de Gregorio Lanza en 1810.
Sin embargo, decidió retirarse hacia Circuata, y luego de la recuperación realista del Alto Perú, el general José Goyeneche le pidió que regresara a su sede, lo que hizo luego de visitar Cochabamba, Potosí y Chuquisaca. Ante la llegada del ejército desde Buenos Aires, pidió el traslado de la sede episcopal a Puno y se sumó a las tropas que derrotaron al general Antonio G. Balcarce en Huaqui el 20 de junio de 1811. En 1813 fue nombrado diputado a las Cortes de Cádiz, y en 1814 viajó a Lima para pasar a España. En la ciudad de los Reyes renunció a su obispado, lo que fue aceptado sólo dos años después, en 1816.
La Santa y Ortega, ya en España, fue condecorado por Fernando VII por su lealtad a la Corona, fue nombrado obispo de Lérida el 31 de mayo de 1818 y murió sólo seis meses después, el 14 de noviembre, cuando iba rumbo a su sede episcopal, que nunca conoció, pero su catedral se convirtió en su sepulcro.
El Obispo de Santa Cruz de la Sierra
El más desconocido de los últimos obispos virreinales del Plata, el peruano Francisco Javier Aldazábal y Lodeña, nace el 3 de diciembre de 1741 en Andahuaylas. Es ordenado presbítero en 1765 por el obispo de Cusco, Juan Manuel Jerónimo de Romaní y Carrillo. El 23 de marzo de 1807 es nombrado obispo de Santa Cruz de la Sierra y demora más de dos años es ser ordenado el 11 de junio de 1809 por Remigio de La Santa y Ortega, obispo de La Paz. No hay memoria de su actuación pastoral hasta los tiempos de la revolución cruceña del 24 de septiembre de 1810, cuando es destituida la autoridad imperial y es reemplazada por una Junta Provisoria formada por Antonio Vicente Seoane, Antonio Suárez, José Andrés de Salvatierra, Juan Manuel Lemoine y Eustaquio Moldes.
La adhesión del obispo al nuevo gobierno, que iba a durar sólo hasta la derrota de Huaquia mediados de 1811, hizo que el clero de la diócesis adhiriera en su mayoría a la revolución, a tal punto que fue elegido el canónigo José Seoane como diputado a la Junta de Buenos Aires.La represión del movimiento independentista llevada a cabo por el coronel José Miguel Becerra limitó al máximo la libertad del obispo, reduciéndola a su tarea ritual. Aldazábal muere el 24 de junio de 1812 en su sede.
El rey Fernando VII propone en 1816 a Agustín Francisco de Otondo Escurruchea, un potosino nacido el 4 de julio de 1760 para la diócesis de Santa Cruz de la Sierra, pero nunca será ordenado y morirá presbítero el 13 de junio de 1826. Los tiempos de la independencia iban a retrasar la reorganización de la Iglesia Americana. Si Dios lo permite, el próximo domingo en las páginas de “El Liberal” se encontrará la historia de los obispos de la cuenca del Plata. l