ANÉCDOTAS DE LA HISTORIA

Los hijos de los presidentes -segunda parte-

Por Eduardo Lazzari. Historiador

La crisis del ’30, tal como se conoce al período en que la quiebra global que comenzó con la caída de la bolsa de Nueva York provocó la mayor debacle económica del siglo XX, tuvo en la Argentina una repercusión política fundamental: en medio de un clima de época y a la par que varios países de la región, fue derrocado el gobierno del radical Hipólito Yrigoyen, interrumpiendo 68 años consecutivos de vigencia plena de la Constitución Nacional de 1853, iniciando una larga temporada que se puede llamar dela inestabilidad republicana”, que duró hasta la restauración de la República en 1983.

Es importante destacar que coincide este tiempo político con el gran cambio social marcado por la consolidación de los medios de comunicación modernos, como la radio y la televisión, además de la portentosa masificación de los diarios y revistas, todo en el marco de la popularización de las tecnologías. Esto tuvo como consecuencia directa una rápida invasión sobre aspectos de las vidas privadas de los funcionarios públicos, y sobre todo de los primeros mandatarios en todo el mundo. Por eso, la vida de las familias presidenciales en la Argentina se convirtió en un elemento fundamental para el juicio social de la personalidad de quienes gobernaron el país entre 1932 y la actualidad. Reiteramos el criterio de la primera parte de este artículo: dedicarnos a los presidentes constitucionales argentinos.

La mal llamada “Década Infame”

El tiempo político transcurrido entre los golpes de Estado de 1930 y 1943 es nombrado generalmente como “década infame”, lo cual ha provocado una falta de estudio serio y pormenorizado de un período muy interesante de la vida argentina, que como todos tuvo claros y oscuros, pero que no puede ser considerado homogéneo sino de gran dinamismo como intento de adaptar la vida social al nuevo orden que produjo la aparición del proteccionismo como modelo en la relación económica entre las naciones. Vale recordar la frase de un historiador moderno que dijo “ni década ni infame”, refiriéndose al hecho de los trece años que abarca y sobre todo a la significación moral que no debe ser impuesta a un lapso histórico sino a lo sumo a los personajes que lo protagonizaron.

Tres presidentes constitucionales abarcaron este tiempo de tensiones institucionales, de adaptaciones políticas y de reubicaciones diplomáticas que cambiaron el destino argentino. El 20 de febrero de 1932 asumió Agustín P. Justo, general de brigada e ingeniero civil, que llegó al poder por medio de una alianza entre conservadores y radicales antipersonalistas. Este entrerriano se había casado en 1900 con Anita, la hija de un expedicionario del desierto, Liborio Bernal. El matrimonio tendría siete hijos, tres de los cuales morirían en la infancia: Horacio, Elcira y a los 5 años Agustín Pedro, que había sido destinada preservar la tradición del nombre paterno completo en cuarta generación, cortándola para siempre. Esta fue la primera familia presidencial que comenzó a usar como residencia vacacional la quinta presidencial de Olivos.

El primogénito Liborio, homenaje al abuelo materno, iba a causar varios dolores de cabeza políticos a su padre: se hizo marxista trotskista, fue un duro opositor a sus políticas públicas, y durante la visita del presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt al Congreso argentino en 1936, aprovechó su condición filial para entrar al palacio legislativo y gritar desde un palco al inicio del discurso del visitante:“Abajo el imperialismo”. Agustín P. ordenó arrestarlo y lo envió a una estancia en La Pampa, a fin de que “entendiera de una vez cómo funciona el capitalismo”.

Pero sin duda Justo sufrió como ninguna la tragedia de su hijo Eduardo, que era su secretario personal, quien murió luego de que su padre le pidiera cambiar de avión para el regreso de la comitiva aérea que los llevó a Paso de los Libres, donde tuvo lugar una entrevista con el presidente del Brasil, Getulio Vargas.

A sólo un mes del fin de la presidencia de Justo, una tormenta hizo caer el avión en el que viajaba su hijo de sólo 27 años sobre el arroyo Itacumbú, en la República Oriental del Uruguay, muriendo los nueve tripulantes. En ese lugar se levantó un monumento que recuerda al primer hijo presidencial mayor de edad muerto en el mandato de su padre. Sólo una niña, María del Pilar, hija de Nicolás Avellaneda, había muerto hasta entonces durante el gobierno paterno.Las crónicas periodísticas y los testimonios de sus familiares coinciden en que don Agustín P. (así lo llamaban domésticamente) nunca se repuso de esta tragedia.

Los integrantes de la fórmula presidencial ganadora de 1938, Roberto M. Ortiz y Ramón S. Castillo, estaban casados con María Luisa Iribarren y María Delia Luzuriaga, teniendo tres y seis hijos, respectivamente, llegando todos a edad adulta.

El caso de Ortiz es particularmente dramático ya que su esposa sería la primera cónyuge en morir durante el mandato de su marido en abril de 1940 y el golpe anímico provocó a don Roberto una crisis diabética que lo dejó ciego, obligándolo a pedir licencia, que se hizo definitiva hasta su renuncia, sólo veinte días antes de morir en 1942.

Del 45 al 76: Perón y sus esposas. Frondizi, Guido, Illia y Cámpora

En la segunda mitad del siglo XX, las costumbres sociales modernizaron a las familias presidenciales, disminuyendo notablemente la cantidad de hijos. Juan Domingo Perón, casado en 1928 con Aurelia Tizón, en 1945 con María Eva Duarte y en 1961 con María Estela Martínez, quien lo sucedería en el mando, se convierte hasta hoy en el único presidente sin descendencia biológica, pero eso no significó que su herencia quedó vacante. Él mismo dictó su testamento para perpetuarse en la historia: “Mi único heredero es el pueblo”.

El caso de Arturo Frondizi es muy representativo de su época porque el correntino se casó con Elena Faggionatto en 1933 y a los cuatro años nació su única hija Elenita. La familia era el gran cimiento de don Arturo, y queda como testimonio físico la casa que construyó él mismo en las playas de Pinamar acompañado de esposa e hija, despuntando el oficio de su padre Julio que era carpintero. Esa construcción de madera sobre palafitos que aún se conserva lleva el nombre de “Elenita” y la familia la usó durante décadas.La prematura muerte de Elenita a los 38 años en 1976 significó para el matrimonio un golpe insoportable y el comienzo de la decadencia de don Arturo, que se acentuó al fallecer doña Elena en 1991.

José María Guido, protagonista de un gobierno de ribetes constitucionales de facto entre 1962 y 1963, se casó en Santiago del Estero el 20 de abril de 1946 con Purificación Areal y tendrían dos hijos: Amalia y Rodolfo. El pergaminense Arturo Illia se había casado en Punta Alta con Silvia Martorell en 1939 y tuvieron tres hijos: Emma, Martín y Leandro. El bonaerense Héctor J. Cámpora se casó con Georgina Acevedo en San Andrés de Giles en 1937 donde nacerían sus dos hijos: Héctor y Carlos.

Desde la restauración de la República hasta el presente

Raúl Alfonsín asumió la presidencia el 10 de diciembre de 1983 y estaba casado con doña Lorenza Barreneche desde 1949, con quien tuvo seis hijos. El caso de Carlos Saúl Menem es singular ya que fue el primer presidente de origen musulmán, casado bajo ese rito en1966 con Zulema Yoma, con quien tendría dos hijos. Su destierro en Formosa durante la última dictadura militar fue el tiempo en que tuvo a su tercer descendiente fruto de una relación extramatrimonial: Carlos Nair, a quien reconocería años después. No deja de llamar la atención que su primogénito Carlos Facundo haya muerto en un accidente de aviación durante su mandato, empardando la tragedia de Justo arriba mencionada. Luego de su presidencia, el riojano iba a casarse nuevamente y tendría a su cuarto hijo Máximo. Fernando De la Rúa, el cordobés hijo del santiagueño de Frías, don Antonio, fue quien presidió el país en el cambio de milenio y estaba casado con Inés Pertiné, habiendo sido padres de tres hijos.

Hay una frase que usa el periodismo respecto de acontecimientos que se van desenvolviendo: “noticia en desarrollo”. Vamos a parafrasearla diciendo que hay “historia en desarrollo”, como la vida de los presidentes del siglo XXI. El trajinado comienzo de siglo tuvo varios en poco tiempo: Adolfo Rodríguez Saá, Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner. El puntano tiene seis hijos, fruto de sus dos matrimonios. El bonaerense tiene cinco hijos en su matrimonio con Hilda González. El santacruceño protagonizó el segundo caso de un matrimonio que se sucede en el cargo cuando Néstor Kirchner cedió la presidencia a su esposa Cristina Fernández, con quién había tenido dos hijos antes de llegar ambos a la presidencia.

El caso de Mauricio Macri es de interés para la historia porque se trata del primer caso de un presidente divorciado en dos ocasiones antes de asumir su mandato. De sus tres matrimonios nacieron cuatro vástagos. Es curioso que desde el ‘83 los presidentes hayan superado el número de hijos de una “familia tipo argentina”, salvo los Kirchner. La prudencia de quien esto escribe apela a los lectores para decir que, viviendo la mayoría de los protagonistas, aceptaremos el consejo de Arnold Toynbee, uno de los grandes historiadores modernos, para esperar que transcurran veinte años de los hechos para hacerlos historia.

Desde 1932 hasta el 2020 las familias presidenciales estuvieron compuestas por 56 hijos. El caso del actual mandatario argentino, Alberto Fernández, que llegó a la presidencia con un hijo y va a convertirse en el primer padre durante su mandato desde el siglo XIX, será motivo de investigación cuando pase el tiempo amable que hará reposar las pasiones y permita a la historia convertirse en el relato sereno del pasado.

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