ESPECIAL

Cuento

Por Belén Cianferoni.

La miraban y sabían que ella no era ninguna inocente. Iba a clases sin peinarse, con los rulos que espantaban viejas y con una modorra que la seguía como sombra.

Esa era ella.

Durante las clases de verano, nuestra querida se quedaba a supervisar el movimiento de las aspas del ventilador mientras la profe hablaba.

¿Que sabía de la vida la profe de psicología si era una cheta más?

Ella era una mujer de mundo y le podía enseñar un par de cosas. Miraba a la profe, hablando con ese tonito condescendiente de todos los que tienen un peso en el bolsillo, y que caen en la educación pública como fuente laboral.

Si es cierto, la educación libera, no lo iba a negar, pero la liberación que ella buscaba era distinta.

Quería liberarse de esa ciudad, conocer el mundo, escupirle en la cara a la policía mientras paseaba por las calles de París, y para eso hacía falta plata y mucha.

Algo que ella no tenía y otros sí.

Todas las noches, ella se quedaba estudiando sobre criptomonedas, las analizaba y pensaba posibles movimientos para poder salir a flote. Siempre le faltaba algo, nunca era suficiente. El factor dinero era el más grande, pero no era el único. El conocimiento era lo más difícil de conseguir, el saber qué comprar y a qué costo, pero ella era inteligente podía darse el lujo de aprender a escondidas.

Había que seguir jugándoselas de la chica tonta del colegio. Nadie desconfía de un tonto porque son carne de cañón. Siempre están, como el escombro, estorbando, ya se volvieron parte del paisaje.

Cuando nuestra amiga finalmente consiguió la información que necesitaba, el aprender a saber hacer, se volvió imparable.

Ahora solo faltaba el dinero. Pensó en esa profe que buscaba tanto ayudar a superarse y ser mejor cada día, esa profe de psicología era la solución.

Un día, aburrido y melancólico como todos, le pidió a su profe su celular para poder llamar a casa, necesitaba que la buscaran. Pobre profe nunca supo el error que estaba cometiendo, porque en menos de diez minutos, tenía instalado un programa de seguimiento y un pescador de información en su teléfono antes de devolver el aparato.

Nuestra querida desalineada fingió un llanto digno de un Oscar que le trajo como premio poder escapar a su casa.

Profe, yo que usted, no la dejaba ir.

Al llegar a su casa, limpió las cuentas de nuestra querida docente, pero agradezco que la estudiante haya tenido códigos, al menos no compartió las fotos de desnudos de la profe.

Tremendas, por cierto, no se privaba de nada ni de nadie. Picarona.

Cuando se despertó, al día siguiente, el dinero, ya no estaba ahí. Llamó a la policía, pero nadie pudo hacer nada.

No había huellas, ni rastros de lo que había pasado.

Solo una estudiante que miraba con cara de estúpida las aspas del ventilador

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