San Martín: Aspectos poco conocidos del Libertador
Por Eduardo Lazzari H I S T O R I A D O R
L a trayectoria de José Francisco de San Martín, libertador de tres naciones y genio militar de la historia americana, ha sido relatada por excelentes biografías centradas en los aspectos públicos de los setenta y dos años de vida de quien se convirtió en el “Padre de la Patria” de media América del Sur. Bartolomé Mitre y su “Historia de San Martín y de la Emancipación Sud – Americana”, José Pacífico Otero y su “Historia del Libertador Don José de San Martín”, Ricardo Levene y su “Genio Político de San Martín”, entre otros muchos, son la muestra representativa de historiadores y biografías que han convertido al correntino en uno de los personajes más estudiados por la academia y más conocidos por los ciudadanos.
Sin duda, es tarea del historiador dedicarse a aquellos eventos en los que los personajes cambian la historia, contando sus éxitos y detallando sus fracasos. La obligación de ser fieles a los hechos y a todos los hechos, sobre todo aquellos de los que se conocen sus consecuencias, hace que ignotas circunstancias y ocultas anécdotas queden relegadas, aunque son muy ilustrativas de aspectos vitales de la personalidad de los hombres y de las mujeres de la gran historia. Vamos hoy con sucesos poco conocidos de don “Pepe”, tal como lo llamaba su esposa, María de los Remedios de Escalada. Causa una sonrisa irónica recordar que en la película “El Santo de la Espada” dirigida por Leopoldo Torre Nilson, las autoridades hayan censurado el apelativo cariñoso de Remedios porque al “Padre de la Patria” no se lo podía llamar Pepe.
Sus hermanos
El matrimonio formado por los palentinos Juan de San Martín y Gregoria Matorras, nativos de Cervatos de la Cueza y de Paredes de Nava, respectivamente, se consagró en la Catedral de Buenos Aires el 1 de octubre de 1770, con el novio representado por poder debido a que sus superiores ya lo habían enviado a las Caleras de las Vacas, una antigua fundación jesuita abandonada desde la expulsión de la orden en la Banda Oriental. Tuvieron cinco hijos, todos americanos. Los tres primeros nacieron en las cercanías de Carmelo: María Elena, Manuel Tadeo y Juan Fermín entre 1771 y 1774, y una vez que don Juan se hizo cargo de la tenencia de gobernación de Yapeyú, allí nacieron Justo Rufino en 1776 y José Francisco en 1778. Vale destacar que los cuatro varones iban a seguir la profesión de su padre militar.
La primogénita María Elena se radicó en Madrid desde 1802, cuando se casó con el catalán Rafael González Álvarez de Menchaca, con quien tendría una hija: Petronila, la única prima de Merceditas, la hija de José. Los hermanos mantuvieron correspondencia toda su vida y cuando don José redactó su testamento le dedicó la cláusula sexta: “Es mi expresa voluntad que mi hija suministre a mi hermana María Elena, una pensión de mil Francos anuales, y a su fallecimiento, se continúe pagando a su hija Petronila, una de 250 hasta su muerte, sin que… sea necesaria otra hipoteca que la confianza que me asiste de que mi hija y sus herederos cumplirán religiosamente esta mi voluntad”.
María Elena murió en Madrid en 1852. El segundo hermano, Manuel Tadeo, ingresa al Regimiento de Soria en 1788 y se desempeñó durante décadas en el Ejército de España. Fue prisionero de los invasores franceses hasta su fuga en 1814. Su foja de servicios al retirarse en 1826 reza lo siguiente: “Valor acreditado; aplicación, mucha; capacidad, mucha; conducta política y militar, buena, conducta religiosa, buena; adhesión al Rey Nuestro Señor y su legítimo gobierno, mucha, y que era de estado civil soltero. La totalidad de sus servicios… sumaban cuarenta y siete años, siete meses, siete días”. No tuvo descendencia y mantuvo una relación muy afectuosa con su hermano José, que siempre lo admiró por sus dotes militares.
Murió en Valencia en 1851. El hermano del medio, Juan Fermín, acompañó a Manuel enrolándose juntos en el Regimiento de Soria, aunque desde 1797 se embarcó en la Armada de España. Al comenzar el siglo XIX fue enviado a las Filipinas, donde permaneció en Manila y Mindanao hasta su muerte en 1822, al tiempo que su hermano José se entrevistaba en Guayaquil con Simón Bolívar.
De este hombre no han quedado retratos que permitan conocer sus rasgos. El benjamín Justo Rufino será protagonista de una gran carrera militar desde su incorporación a la Compañía Americana del Cuerpo de Guardia, destinada a la protección personal del rey. Su actuación entre 1808 y 1813 fue muy destacada por su valentía y su audacia, además de su pericia táctica. Se retiró al tiempo en que las tropas napoleónicas abandonaron el territorio ibérico. Fue el hermano con el que don José mantuvo la relación más cordial, a tal punto que al desembarcar en el puerto francés de El Havre en 1824 se abrazaron largamente. Se visitaron muchas veces durante el exilio del Libertador e incluso Justo ofició como su amanuense.
La tragedia de Solano y su parecido con San Martín El relato histórico argentino suele ser amarrete en contar la vida de los próceres fuera del territorio nacional. No es San Martín la excepción. En su larga estadía en España hay que destacar su relación con el general Francisco María Solano, marqués de Socorro y de la Solana durante la invasión francesa.
El 2 de mayo de 1808 el pueblo español se levantó contra los napoleónicos y se desató una sangrienta guerra muy caótica por la defección de los reyes Carlos IV y Fernando VII. El 28 de mayo el gobernador de Cádiz Solano, del que San Martín era subordinado, es intimado a declarar sin más la guerra a Francia.
Solano reúne a su gobierno y se demora la decisión, lo que confundió sus propósitos ante los gaditanos, provocando una revuelta trágica que atacó su casa mientras cenaba con su estado mayor. San Martín, como edecán, trata de defender la casona ordenando disparar al aire para dispersar la turba. Para evitar una masacre, Solano ordena a San Martín cesar en la acción militar. Mientras el general intentó huir a través de la azotea rumbo a la casa de una vecina irlandesa, San Martín se replegó. Descubierto Solano, la multitud ingresó saqueando la casa de Mrs. Strange hasta hacerse del general.
Según el historiador Pacífico Otero así continuaron los hechos: “El propósito de los amotinados era el de deshonrar a Solano, llevándolo a la horca, pero al llegar a la plaza de San Juan, el cortejo macabro se detuvo, y mientras un religioso mercedario… le prodigaba a Solano los consuelos de la religión, una mano criminal desenvainó su puñal y alevosamente se lo clavó en la espalda. Al crimen sucedió el sarcasmo y la plebe desbordante de ira tomó los despojos del victimado y los paseó como trofeo por las calles”. El parecido de San Martín con su jefe hizo que lo confundieran con él y salvó su vida ocultándose en la casa de Juan Murgeón, más adelante presidente de Quito, quien sacó al correntino clandestinamente hacia Sevilla.
San Martín siempre conservó una miniatura de Solano en su cartera de mano y la mantuvo hasta su muerte. Cada vez que recordó a Solano en público, lo hizo con gran respeto, admiración y dolor, como ejemplo del terror que desatan las puebladas.l