ESPECIAL

Memoria de José Andrés Rivas

Por Alberto Tasso.

El profesor y el amigo. Ninguno es fácil de despedir, pero lo intentaré combinando la voz del cronista.


Ninguno es fácil de despedir, pero lo intentaré combinando la voz del cronista y el biógrafo con la del estudiante que recuerda a un maestro. El primero nos dirá que Rivas forma parte de una corriente inmigratoria escasa y a contrapelo: los que vinimos desde el sur al norte. Mientras muchos se iban buscando un mejor horizonte, otros lo encontraron aquí.

Figura entre los que vinieron con vocación intelectual -como Jacques, Olmos Castro, Taralli y tantos más después- que hallaron el leit motiv de su trabajo en esta provincia, su historia y su gente. Él encontró el tema en la literatura de Santiago, si por tal se entiende lo escrito y editado, que halló en archivos y bibliotecas y releyó con una nueva mirada los autores que creíamos conocer. Recuerdo, como ejemplo, las páginas que escribió sobre Jorge Washington Ábalos, Clementina Rosa Quenel y Bernardo Canal Feijóo.

Pero sobre todo un libro que me resulta clave: Santiago en sus letras; Antología crítico temática de las letras santiagueñas, editado por la Unse en 1989. Los textos seleccionados están precedidos por una breve semblanza del autor, que refleja el ojo atento del lector, la mano maestra del escritor y la reflexión del crítico.

Lo ayudaban su formación y sus numerosos méritos académicos, entre los cuales solo destaco que fue miembro correspondiente de la Academia Argentina de Letras, Profesor Emérito de la Unse y Ciudadano Ilustre de Santiago del Estero, a más de profesor en universidades de Estados Unidos.

Pero estos antecedentes de necesaria mención no aluden a su perfil propiamente humano, que caracteriza verdaderamente al sujeto. Trataré de describirlo a través de sus roles de profesor, charlista y amigo, según me dicta la memoria. Como esto sucedió hace unos cuarenta años mis recuerdos son más difusos de lo que quisiera.

Conocí a José Andrés en la Sala de Actos del Jockey Club (primer piso) donde presentó al escritor Moisés Carol, que ofrecía una conferencia acerca de los aparecidos y otros seres fantásticos que según él estimulaban las sequías. Después de los aplausos me acerqué a saludarlos. Recuerdo de Carol su curiosa hipótesis y de Rivas su facilidad de palabra y su decir claro y preciso, que admiré desde entonces.

Nos vimos varias veces en actos culturales, en los que a menudo tenía el papel de disertante, presentador o comentarista. También nos cruzábamos en la plaza Libertad, que le gustaba recorrer a la nochecita, y cruzábamos unas palabras sobre Jorge Luis Borges, La Brasa, Gerardo Sueldo o Ramón Gallardo y su memoria del salitral.

Dispuesto siempre a dialogar gozaba del antes y el después de los actos, del café de los sábados en el Bar de Los Cabezones o el periódico asado entre amigos. Tras el gesto afectuoso de un conversador infatigable se ocultan el profesor coloquial, el investigador y el recienvenido que se aquerenció en el clima de esta provincia.

Nos deja obra, ejemplo y familia, que supo enlazar con el aula y la amistad.




A José Andrés Rivas, inspector de apariencias

(Soneto con serventesio)


El hombre referido es alto y rubio

era en los tiempo que vino, mozo,

a conocer al árbol tan frondoso

de lo que aquí se escribe, que es su estudio.



Durante años su voz y sus razones

escuchamos en charlas, conferencias

y en las redondas mesas que su audiencia

poblaba el Jockey o Los Cabezones.


El aula fue su espacio natural

sin olvidar la Plaza Libertad

donde supimos conversar a veces.


Nos enseñó a leer con otro tono

a la literatura santiagueña.

Hoy se lo agradecemos y con creces.


No ha sido el vago azar sino el destino

quien lo trajo al calor de estos lugares.

Libros puso en relieve o en altares

y así los acercó a nuestro camino.


Autores: Alberto Tasso  y Carlos Zurita.

Ir a la nota original

MÁS NOTICIAS