“Yo les doy la vida eterna”

Lectura del santo evangelio según san Juan 10, 22-30.

Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba por el pórtico de Salomón.

Los judíos, rodeándolo, le preguntaban: “¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente”.

Jesús les respondió: “Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre”.



Las ovejas distinguen la voz de su pastor

La escena del evangelio tiene lugar en el templo, durante la fiesta de la Dedicación al mismo.

En ésta se conmemoraba la nueva consagración del altar del santuario que había sido profanado años antes por Antíoco Epífanes (164 a. C). Jesús se pasea por el pórtico de Salomón que rodea la gran explanada, situada al lado Este del templo.

Los enemigos hacen corro a su alrededor, en cierta manera, acosándolo como hacen los hombres violentos contra el justo del Sal. 22, y provocándolo a fin de que diga una palabra que sirva de excusa para la condenación oficial: «¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso?

Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente”. En el fondo, el conflicto viene dado porque la imagen del Mesías de aquellos coetáneos de Jesús dista mucho de la imagen del Mesías con la que se autopresenta el Maestro de Nazaret.

Mientras la primera responde a un líder nacionalista y político contra la ocupación romana, Jesús se identifica con el Mesías de la promesa davídica encarnado en el pastor de Ezequiel, que “apacienta a sus ovejas y las hace reposar, busca la oveja perdida, recoge a la descarriada, venda a las heridas, fortalece a la enferma” (Ez 36,15-16). Sus obras, los signos realizados, han ido mostrando esa realidad, pero no han querido creerle porque no son de sus ovejas. En cambio, sus ovejas escuchan su voz, y Él las conoce en sus luces y sus sombras. Las ovejas del rebaño de Jesús distinguen la voz de su pastor entre las miles de voces que escuchan (Jn 10,3) y van tras Él porque saben que solo Él puede ofrecer la vida para siempre , esa que transforma toda la existencia, aquí ahora, y luego en “la otra vida” o mejor en “la vida otra”; esa vida eterna no es ni más ni menos que sumergirse en la comunión amorosa del Padre y del Hijo, participar de su vida divina, unirse a la danza eterna del Dios Trinidad.

El evangelio me interpela ¿soy de las ovejas de Jesús Pastor? ¿Reconozco su voz entre otras muchas? ¿Qué signos experimento que me hacen saberme sumergido en el Dios Trinidad? ¿Cómo ayudo a otros a encontrarse con ese Pastor cuidadoso que da vida y vida en abundancia?

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