EL EVANGELIO DEL DOMINGO – PBRO. MARIO RAMÓN TENTI

Ámense los unos a los otros

Juan 13,31-35.

En nuestra cultura actual, al igual que en tiempos de Jesús, el amor se entendía de un modo muy diferente a como lo vivió y enseñó el profeta de Nazaret. El amor es entendido de un modo utilitario, interesado, ligado casi exclusivamente a los deseos, desarrollando conductas narcisistas y egocéntricas. Jesús vivó esta dimensión humana desde otro lugar.

Él se acerca a las personas para ayudarlas, sin esperar nada a cambio, por el solo hecho de hacerles el bien, de dignificarlas: cura a los enfermos, perdona a los pecadores, come con los pobres, incluye a los últimos de la sociedad como a las mujeres y los niños, crea a su alrededor círculos de empatía y amistad como nunca se había visto antes.

Enseña a sus discípulos que el amor es servicio, por eso les lavó los pies en la cena de despedida antes de dar su vida en la Cruz. Con este gesto, quería enseñarles que entre ellos debían hacer lo mismo: lavarse los pies unos a otros como gesto de amor. Por eso, inmediatamente después Jesús dejó el más grande mandamiento que alguien pudo enseñar jamás: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado”. Es cierto, que antes de Jesús varios “rabí”, maestros, habían enseñado amar al prójimo, pero nadie nunca enseñó amar “hasta dar la vida” como lo hizo Jesús no sólo con palabras sino entregando su propia vida en la cruz. Y este amor, donativo, no era solo para los que pertenecían a su grupo de seguidores o discípulos sino para todos. El amor de Jesús trasciende los círculos de la sangre, raza, religión y se abre al universo entero. Es este amor que pide a los discípulos practicar: “En eso sabrán que son mis discípulos”. La carta de presentación de los cristianos es el amor, es nuestra identidad. Cuando amamos a los demás hasta dar la vida hacemos creíble el mensaje que predicamos y abrimos de par en par las puertas de la Iglesia, para que todos los que deseen puedan entrar. ¡Quién no quiere ser parte de una comunidad donde el amor es el centro de su vida! ¡Quién no quiere servir allí donde se respira un clima de fraternidad!


Conclusión

Uno de los dramas de nuestras comunidades hoy es que las personas no nos conocemos, vivimos un cristianismo a la carta, es decir, sólo según nuestras necesidades y gustos. Somos parte de un grupo, pero no de una comunidad de hermanos. Participamos de las celebraciones, de la evangelización y de otras acciones eclesiales, muchas veces sin conocernos y más aún sin amarnos. La fe sin amor es algo vacío, superficial. Sería bueno volver a considerar esta maravillosa enseñanza de Jesús: amarse los unos a los otros. Que nuestras comunidades sean espacios de amor, de fraternidad, de inclusión, donde todos vivamos con alegría siendo así testigos de la presencia del Reino de Dios en el mundo. Que juntos, podamos construir la cultura del encuentro y de la paz tal como lo sueña el Padre Dios.

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