ESPECIAL PARA EL LIBERAL

Ni una menos

Por Francisco Viola. Médico y doctor en Psicología. @francisco.viola.salud.sexual

El 3 de junio pasado se conmemoró un nuevo aniversario del inicio del movimiento “ni una menos”. Una decisión colectiva de decir basta como sociedad a uno de los delitos que nos sacude: el feminicidio, consecuencia de la violencia contra la mujer.

La pandemia que vivimos y que aun estamos sufriendo día a día obligó en cierto momento al aislamiento obligatorio, es decir que nos pedía que salgamos menos, que guardemos distancia, que nos quedemos en casa, donde deberíamos estar más seguro.

Algo lógico que se convirtió, también en una trampa para muchas mujeres. Efectivamente, la pandemia por Covid-19 también puso en evidencia otras pandemias, desde la de la salud mental, como también la de la violencia contra la mujer.

Así, los datos alarmantes de las muertes de mujeres por culpa de la violencia, en todas sus dimensiones, nos preocupan, nos inquietan, nos afectan y, por suerte, motivan a hacer algo a muchas personas. Sin embargo, estamos abocados a lo que sería prevención secundaria o terciaria, la que es imprescindible en muchas situaciones. Pero, la pregunta que hoy quisiera hacer es ¿qué estamos haciendo y, también, ¿qué no estamos haciendo para que en el futuro haya menos violencia? A ver, hoy se hacen cosa para prevenir: sensibilizar, señalizar, sancionar a las violencias como algo que no queremos. Esto ya es un paso importante. Tanto como reducir los riesgos de que sucedan, como también que, cuando pase, los daños sean los menores posibles. Todo es de una actualidad ineludible.

Es más, lo sabemos, existen muchas personas comprometidas y que se dedican a esto. Sin embargo, a pesar que hay mujeres y hombres convencidos y comprometidas con el trabajo a hacer, falta mucho: mayor presupuesto, mayor cantidad de recursos humanos, entre otras cuestiones que son necesarias y urgentes. Pero quiero insistir con algo que ya mencioné en otras cartas. Está faltando lo que puede salvar nuestro futuro. Existe una ley nacional en vigencia que aún se resiste: la ley del programa de educación sexual integral. Esta ley señaliza el camino de la prevención, entre otras cosas, de la violencia. Es una ley que ofrece pistas de acción fundamentales: habla de dotar de competencias para la vida a los estudiantes, esto incluye aumentar y/o fortalecer la autoestima, ofrecer y optimizar las formas de resolver los conflictos sin violencia; de crear o perfeccionar los mecanismos personales para no exponerse a situaciones de violencia o para salir de ellas, el fomentar el desarrollo de habilidades para el diálogo, para el reconocimiento personal, para la protección y para el desarrollo integral; también estimula la igualdad de trato para varones y mujeres.

Esto y mucho más. Por ello, sigo sin entender por qué padres y madres, que aman a sus hijos y desean lo mejor para su educación, no reclamamos su implementación total como algo urgente, imprescindible, ineludible. Esto no debe ser hecho porque la ley exista, sino porque está en juego el futuro de nuestras hijas, de nuestros hijos y de nuestra sociedad. La violencia contra la mujer, es una urgencia, la resolvamos día a día, al mismo tiempo que hagamos que la educación sea lo que siempre dijimos que es: la garantía de un futuro mejor.

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