POR MARCELA NADER - ESPECIAL PARA EL LIBERAL

La otra educación

Nunca es tarde para aprender. La educación formal, la que empieza a los 3, 4 o 5 años, dependiendo de la suerte de un niño de nacer en una ciudad o provincia donde la educación inicial esté disponible, no es completada a veces por múltiples razones. La deserción escolar es un problema universal con tantas causas como desertores.

El analfabetismo o aún peor, el semianalfabetismo no solo afecta al individuo, sino a la familia y a toda la sociedad. La economía familiar, la falta de establecimientos secundarios, las decisiones personales apresuradas de adolescentes que no ven utilidad de una educación formal, son algunas de las razones más significativas de la deserción escolar. Sin embargo, en todo el mundo hay múltiples caminos de continuar en la adultez una educación formal en otros términos.

La educación de adultos es el área en el que los maestros y profesores experimentan mayor satisfacción en su trabajo porque es el alumno quien decide, por sí mismo, tomar las riendas de su propio proceso de aprendizaje. Lo que antaño era la escuela nocturna, a la que asistían chicos y chicas que trabajaban de día y se esforzaban por terminar con un requerimiento escolar, hoy es considerada una segunda oportunidad para aprender y demostrar una disciplina personal que permite a jóvenes, adultos y en los últimos años más y más adultos mayores, obtener un logro mayor e incomparable que el que obtienen los adolescentes de 17 años que nunca abandonaron la escuela.

El joven o el adulto que decide terminar la secundaria da a su mente una nueva oportunidad. Tienen experiencias de vida que les permiten entender ciertos conceptos de lenguaje, matemática, historia, etc, que un niño no alcanza a obtener cuando el currículum de esas materias los obligan a estudiar palabras, operaciones o hechos a los cuales no termina de comprender. La madurez y la continuación de estudios terciarios o universitarios facilitan eventualmente ese proceso de comprensión de temas más abstractos en los jóvenes que completan la secundaria en tiempo y forma.

Para disimular el porcentaje avergonzante de semianalfabetos en la sociedad, se desestima a veces la educación formal de la escuela primaria y secundaria, enfatizando que la experiencia laboral o la capacitación en ciertos oficios pueden sustituirla. O simplemente se acepta la deserción escolar pensando que el hecho de “dejar la escuela” es un hecho transitorio. En la mayoría de los casos no lo es. Sin embargo, ninguna experiencia, ni capacitación no formal dará a la persona una visión global humanista del aprendizaje. Los objetivos de la educación formal con su estructura de conocimientos y esfuerzos progresivos en los niños o en los adultos les permiten aprender, saber, pensar, comparar y comprender por sí mismos.

En la infancia los maestros transmiten los conocimientos de una manera directa, clara, y creativa, se esfuerzan por mostrar absolutamente todo, describir de manera que los niños puedan conectarse con los conceptos, y explicar todo con elementos que formen parte de su vida para facilitar la asimilación.

En la adultez, los maestros y profesores son facilitadores de ese proceso de aprendizaje que tiene un elemento fundamental: la decisión y voluntad de la persona de aprender. El esfuerzo y la capacidad personal comienza a reemplazar a la estimulación y creatividad (sin eliminarla totalmente) de los maestros de primaria. Aún el estudiante más motivado requiere del factor sorpresa ante un nuevo concepto. Con el tiempo nos damos cuenta que solo aprendemos lo que tiene sentido para nosotros, con lo que nos relacionamos e identificamos. Aprender, cómo enseñar, son procesos que mutuamente se retroalimentan ya sea en un aula, o en la vida misma.

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