POR DÉBORA SILVA CASTILLO

Una historia diferente

Matías, nuestro protagonista, no era aficionado del futuro. Nunca se preocupó demasiado por cómo las cosas pasarían mañana o pasado, mucho menos en cinco o diez años. Un alma libre que vive el día a día sería su mejor descripción, sin dudarlo. Por lo que, todo lo que les contaré aquí, a nuestro protagonista, le sorprendió día a día.

Cosas nuevas se asomaron a su vida a la corta edad de diecisiete años, cuando todos los chicos comienzan a pensar en futuro estando en el último año de preparatoria. Matías, confiado y fiel a su filosofía de vida, nunca se imaginó que terminaría del modo que lo hizo porque no ha medido su futuro con centímetros como sus leales amigos.

Él no lo imaginó, no lo planeó, y por eso fue feliz. Muy, muy feliz. Hasta último momento, me dijo que no se arrepiente de nada y está, por demás, feliz y conforme con su decisión. Siempre me repetía cuando podía, claro, que yo debería dejar de medir las cosas y “dejarme llevar”. Fuimos mejores amigos pero no nos caracterizamos por tener la misma ideología de vida. Yo, por mi parte, calculo todo lo que hago y haré. A veces un poco desmedido y fanático de las predicciones, nunca cayendo en la astrología o demás cosas que parecen fantásticas al ser humano.

Porque mi pensamiento lógico me lo impide. Pero, ¿cómo les cuento lo que le sucedió a mi amigo? Tal vez debería comenzar con esa reunión de curso sobre el tradicional viaje de fin de año que todavía, irónicamente, faltaba un año.

En donde, Matías, recibió la confesión de amor de nuestra compañera menor, la más joven del curso. No puedo decirles con exactitud qué fue lo que llevó a esa pobre e inocente señorita a confesarle su amor, al chico más codiciado de la clase, frente a todos. Una parte de mi cree firmemente que Matías la obligó a hacerlo así, con su personalidad molesta y engreída, rozando los bordes de lo detestable. No, no fue correspondida por mi amigo, al contrario, fue cruelmente humillada con un “¿crees que yo me fijaría en ti?”. La muchacha, antes de largarse (seguramente con el corazón roto), le aseguró que -Matías- sufriría por cuatro años, los años que le tomó a ella confesarle su amor. Amigos míos, aquí les contaré los cuatro tristes años de mi querido amigo. Profetizadas por una joven.

Todo comenzó unas semanas después del dichoso suceso que hasta el día de hoy es comentado por amigos como “la maldición”. Estábamos con Matt sentados en un café, teníamos un examen para física en dos semanas y discutimos si faltar a la práctica de fútbol un día de esos para estudiar, cuando una joven de unos dieciocho años se paseó por el frente con un vestido de flores azules y fue directo al mostrador.

Era sumamente elegante, su belleza era indiscutible, pero según Matt, él la vio primero. Así que, fuera de toda posibilidad de acercarme a ella, dejé que mi amigo lo hiciera. Siempre me agradeció ese gesto, pues fue el suceso que cambió su forma de ver la vida. Ella no estaba sol a , cuando Matt se fue a hablarle, vi que entró un joven alto, rubio, de ojos azules y carpetas con algunos libros. Pensé “Joder, la chica tiene novio” y traté de advertirle a mi amigo, pero este era completamente ciego y sordo, se acercó a hablarle. No eran novios, por lo que meses después supe, porque ella de todos modos lo rechazó en ese momento. Sería el primer acontecimiento malo en la vida del joven, según la profecía. Se dio vuelta para volver conmigo cuando chocó de frente con este chico que vaya a saber Dios que tenía que ver con la morocha (seguramente compañeros de clase).

Pude ver en mi amigo la sorpresa al encontrarse esos ojos azules mirándolo detenidamente, siempre negó haberse sonrojado cuando el joven rubio le puso la mano en el hombro disculpándose y apartándose de él. Yo lo pude ver claramente, lo conozco hace años, en ese momento, justo ahí, Matt se enamoró. Encaprichado por la chica regresó a preguntarle si era su novio, pero ella no le respondió nada. El amable joven que estaba allí con ella, se disculpó en su nombre y se presentó.

Christopher, es decir, el nuevo amor de mi amigo, no nos dio mucha charla. Poco tiempo después supimos que era francés y sólo estaba de paso por la ciudad haciendo un taller de no-sé-qué. Siete meses más tarde, Matías y Christopher se llegaron a encontrar en el mismo bar. El rubio lo marcó como una coincidencia, Matt comenzaba a creer en el destino. Estuvieron ahí todo el tiempo posible hasta que cada uno fue a su hogar. Así, en ese mes y medio que Christopher estaría en la ciudad, los encuentros fueron religiosos. Mismo bar, mismo horario.

Matías me dijo que nunca le confesó lo que sentía por miedo a ser rechazado, y no precisamente por el chico (que le había confesado su gusto por hombres), sino por la sociedad. Ese orgullo lo mantuvo en silencio por años. A esa edad, esas cosas importan mucho. Christopher me dijo, hace poco, que se enamoró de Matías a primera vista, pero jamás se animó a decirlo. Llorando, en su velorio. Tal vez muchos pasamos lo mismo, teníamos cosas por decirle y no tuvimos la oportunidad o valentía, lo cierto era que mi querido amigo, dos años después de la profecía de esa chica loca, enfermó con una enfermedad que lo llevaría a la muerte dos años después.

Nadie más que su familia y yo sabía que estaba enfermo, pues él lo dispuso así. Era un gran secreto, que nunca le compartió a Christopher, que durante cuatro años se decidió a venir a la ciudad, desde París, para ver a Matías y traerle nuevos libros, esa era su excusa tonta. Par de enamorados. De ese amor nadie supo, de ese verdadero amor. Ese que no pide nada, que lo entrega todo, que son miradas en silencio y tal vez una fugaz sonrisa, por miedo, por miedo sobre todo.

Matías pensaba que si todo fuera como debería ser, hubiera vivido sus últimos años en la tristeza pura de pensar que lo dejaría solo. Que cada segundo sería el último. Christopher, en ese lugar tan frío donde estábamos, reconoció su error y me comentó, que por esos largos años, no tuvo ninguna relación con otro chico. Quizás una que otra chica, nunca llegando a nada. Él estaba cegado, amaba a mi amigo y mi amigo lo amaba. ¿Qué injusto, no? Cuando todo el asunto del entierro pasó y Christopher se fue, quizás para no volver, el padre de Matías me preguntó quién era, porque nunca lo había visto con su hijo. “Él era todo y nada a la vez” le dije a su padre, que incrédulo miró hacia la lápida de su hijo y me respondió “su secreto”.

Quise plasmar esta historia de amor para que quede en la memoria de más de dos personas (Christopher y yo). Pues, amigos míos, jamás vi a dos personas amar tanto un café, unos libros y los segundos juntos. El esperar a que venga, el despedirse sin abrazos. Christopher, ah, nunca supe nada más de ese muchacho. Algunos me dijeron que se graduó, se casó y tuvo una niña. Otros me dijeron que se suicidó el día de su boda dejando el mundo para partir con su verdadero amor.

Ciertamente, me gustaría verlo. Solo para agradecerle que haya hecho los últimos años de mi amigo, los mejores. No quedes en silencio, si amas a alguien, si puedes incluso, grítalo a todos los vientos. Nunca sabes cuándo cuatro años puede ser muy tarde.



Bio

Deborah Silva Castillo, “Soleil”, nacida en San Isidro, Buenos Aires en el 96, fue a parar a Santiago del Estero a muy temprana edad. Y se considera, hoy en día, santiagueña. Esta estudiante de filosofía desde pequeña mostró interés en el arte, como la pintura, danza, canto y, claro, literatura. Entre cuentos, novelas y poemas se fue formando, viviendo el sueño, soñando la realidad.

Ir a la nota original

MÁS NOTICIAS