“Bienaventurados...”

Lectura del santo evangelio según san Lucas 6, 20-26.

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía: “Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.

Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre.

Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero íay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo! íAy de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre! íAy de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis! íAy si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas”.



Elegir bien a qué Dios servir y amar

Cuando se trata de los Mandamientos y las Bienaventuranzas, algunos cristianos tienen la misma dificultad que nosotros para decidir si el huevo o la gallina son lo primero. He aquí algunas ideas para ayudarnos a decidir.

Los Diez Mandamientos tienen que ver con el “hacer”, pero las Bienaventuranzas tienen que ver principalmente con el “ser”. Nuestro ser es lo primero; el hacer fluye de nuestro ser. En otras palabras, lo que hacemos está determinado por lo que somos. Muchos cristianos parecen cansados, aburridos y faltos de alegría, precisamente porque basan su fe en ese laborioso hacer y deshacer sin haber descubierto el amor que lo hace posible. Es difícil seguir haciendo cosas cuando no fluyen de nuestro ser. Parafraseando una idea del teólogo James Alison, la fe cristiana no consiste en hacer el bien, ni siquiera en ser bueno; íse trata de ser amado! Una vez que nos damos cuenta de que somos amados “pase lo que pase”, nuestro ser se vuelve noble (Bienaventuranzas) y las acciones correctas simplemente fluyen de nosotros (Mandamientos). Bien sabe Jesús que el deseo más fuerte de todo corazón humano es conseguir la felicidad, disfrutar de una vida donde prevalezca la felicidad y no la tristeza y la amargura.

Por ello, como no podía ser menos, Jesús en varias ocasiones toca este tema y nos señala los caminos que nos llevan a esa vida feliz, a una felicidad limitada en esta tierra y total y para siempre después de nuestra muerte y resurrección. Todas sus enseñanzas en este sentido, también las bienaventuranzas del evangelio de hoy, tienen una nota común. Nos pide que dejemos a Dios, al Dios Padre presentado por él mismo, que sea nuestro Rey y Señor, el que rija y guíe nuestros pasos. Es lo que hacen los ochos proclamados por Jesús como bienaventurados. Y es lo que no hacen los que Jesús proclama como desdichados y alejados de la felicidad… dejan que sus vida las rijan dioses falsos.

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