“¡Ay de vosotros!”

Lectura del Santo Evangelio, según San Lucas (11,47-54)

En aquel tiempo, dijo el Señor: “¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, a quienes mataron vuestros padres! Así sois testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los mataron y vosotros les edificáis mausoleos.

Por eso dijo la Sabiduría de Dios: ‘Les enviaré profetas y apóstoles: a algunos de ellos los matarán y perseguirán’; y así a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo; desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que pereció entre el altar y el santuario. Sí, os digo: se le pedirá cuenta a esta generación.

¡Ay d e vosot ros, maestros de la ley, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia: vosotros no habéis entrado y a los que intentaban entrar se lo habéis impedido!”. Al salir de allí, los escribas y fariseos empezaron a acosarlo implacablemente y a tirarle de la lengua con muchas preguntas capciosas, tendiéndole trampas para cazarlo con alguna palabra de su boca.



Dios mira los corazones, donde se

halla el origen de lo que hacemos

Esta tercera sección del evangelio de Lucas, nos muestra a Jesús camino de Jerusalén. En ese camino se va percibiendo con más claridad el papel que Él desempeña ante determinadas actitudes de los líderes religiosos y políticos. En concreto, ante los doctores de la ley.

Ante su forma acomodaticia de vivir la ley, adaptada a sus intereses, Jesús manifiesta una actitud cada vez más decidida y asertiva, reprochándoles directamente sus engaños. Es la razón por la que también el enojo y la inquina de sus adversarios se va acentuando. Una vez más, Jesús nos hace volver, desde lo formal exterior, hacia lo profundo de nuestro corazón. Dios no es el fiscal dispuesto a probar que somos culpables.

Él mira dentro de nuestros corazones donde se halla el origen de todo lo que hacemos. Aplicado a nuestra propia vida, es una llamada a la coherencia exigente que indica que, lo que hay en el corazón, tiene su proyección en nuestros actos. Por eso es necesario cultivar nuestro interior, conscientes de que eso es lo que expresaremos en nuestra conducta. Revisar lo que somos y lo que expresamos en nuestro comportamiento, es una necesidad, si no queremos dejarnos arrollar por nuestra rutina o el mero formulismo.

Ser coherentes con lo que creemos, es garantía de vida sincera. La fe no es mera formulación de ideas. Es una forma de vida que abarca todo lo que somos. Ese esfuerzo nos ha de conducir a expresar en nuestros actos los mismos valores de Jesús. Ese ha de ser nuestro objetivo: imitar a Jesús acomodando nuestra conducta a su modo de obrar.

Ir a la nota original

MÁS NOTICIAS