ESPECIAL

Una jueza que no miró donde había que mirar

Por Diana  Wang

 

El horroroso caso de filicidio de Lucio Dupuy hiere nuestra fibra humana más básica. Pero hubo un escalón previo, la entrega del niño al perverso altar sacrificial.


Su progenitora había entregado la tenencia a la tía para ir de mochilera con su novia. Con el objetivo de que fuera legal se hizo tomando todas las diligencias que la ley ordena. Pruebas de testigos, informe socio ambiental, condiciones del hogar en donde viviría Lucio. Cuando, de regreso del paseo que duró dos años, la progenitora reclamó la tenencia, la jueza Ana Clara Pérez Ballester no requirió un informe socio ambiental ni otra diligencia de prueba tendiente a garantizar el bienestar del niño. Tampoco estableció el control de las condiciones en que vivía ni las situaciones de violencia que padeció Lucio. ¿Por qué esta diferencia de procederes con la tía y la madre? ¿Es que si era la madre biológica la jueza supuso que todo estaría bien?


Tengo dos hipótesis.


Una, la sacrosanta maternidad, modelo de amor incondicional, reverenciada y enaltecida. Tanto que es generadora de culpa (“pobre mi madre querida, cuántos disgustos le he dado…”), eterna víctima del desagradecimiento filial. Poderosa, infalible, perfecta e idealizada. Lamento informar que no fui ni soy una madre así. Por suerte, a pesar de mis falencias, me da mucha alegría que mis hijos hayan llegado a adultos, sean personas de bien y hayan generado familias de gente que parece que está bastante bien. No fui perfecta. Recuerdo esas noches en las que cuando eran bebés no me dejaban dormir y ese pensamiento de “¿para qué quise tener hijos?” me atormentaba mientras me levantaba de la cama arrastrando los pies. No fui esa madre incondicional, maravillosa que mis hijos deberían reverenciar. Fui una madre común, como la mayoría de las madres que conozco. Pero también conocí madres, o mejor dicho progenitoras, que no querían a sus hijos, que vivían presas de su maternidad y querían huir. Odiaban ser madres, odiaban a los hombres que las habían embarazado, odiaban al producto de aquel acto que muchas veces había sido una violación.


Tal vez la jueza falló influida por una idealización de la maternidad, creyendo que en toda mujer se despierta automáticamente el “instinto maternal y amoroso”. La que engendra es una progenitora, la que pare una paridora, aún no alcanza para que sean madres. La maternidad es un hacer, no es algo dado ni natural como nada en la esfera humana atravesada por la cultura. Es una construcción que se teje hilo a hilo, mientras se hace y se está. Las mamás adoptivas se llaman madres del corazón, no engendraron ni parieron, eligieron ser madres, construyen el vínculo y están para sus hijos.


La otra hipótesis, tan de nuestros tiempos de territorios minados y cancelaciones, se relaciona con la condición de la progenitora que pertenece a la comunidad LGTB. Fallar en contra de la solicitud de revinculación podría ser visto como un atentado discriminatorio contra este grupo y sus derechos. No miró lo que había que mirar, no tomó los recaudos que había que tomar, ¿fue por no ser acusada como discriminadora?


Ahora que las acusadas recibieron su sentencia, toca el turno a la jueza entregadora. La fiscalía de La Pampa que investiga el crimen dijo en su momento que no se habían encontrado elementos para iniciar una investigación paralela. Veremos qué sucede ahora ante la nueva denuncia recientemente presentada por “incumplimiento de los deberes de funcionario público”. Los jueces, como cualquiera, tienen sesgos cognitivos que los llevan a creer o tomar posiciones ideológicas como, en este caso, la sacrosanta maternidad y sus lugares comunes o posiciones políticas que enturbian su mirada. Esperemos que esta vez la mano artera de la ideología o de las lealtades partidarias deje la venda de la justicia en su lugar para que no mire a quién sino que juzgue a derecho.


A los jueces que liberan delincuentes se suman ahora los que evitan fallar contra temas que la policía del pensamiento señala como intocables. ¿Lo hacen por cuidar su trabajo? ¿Por cuidar a su familia? Y a los Lucio sin voz ni prensa, ¿quién los cuida?


Fuente: La Nación


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