NEFARIOUS (2023)
Dudas sobre la existencia del demonio en un relato fantástico
Cuando Clarice Sterling (encarnada por Jodie Foster) atravesó aquel lúgubre corredor de la prisión para entrevistarse con el perverso Hannibal Lecter (Anthony Hopkins), no sabía que estaba sentando (de la mano de Jonathan Demme) un tópico. La secuencia se replicó incansablemente en innumerables películas y series, y continúa haciéndolo sin vistas de agotamiento.
“Nefarious” hace de esta escena clásica su núcleo, pues prácticamente el 80 % del film consiste (dando lugar a una puesta casi teatral) en el diálogo entre un psiquiatra, el Dr. James Martin, y el asesino serial, Edward Wayne Brady. Luego de que otro psiquiatra se suicidara, Martin es convocado para certificar que el criminal no está perturbado mentalmente y, por lo tanto, no hay objeción para que se lo ejecute en la silla eléctrica.
El hecho de que los realizadores estadounidenses Chuck Konzelman y Cary Solomon (firmantes además del guion) trabajen con una trama estereotipada hace que “Nefarious” sea absolutamente previsible casi desde la primera escena hasta la última, la de una indigente que revuelve la basura. Está claro que los directores pretendieron dejar un final abierto, habitual en el terror actual, coherente con la ambigüedad del resto de la trama, y dar pie a una eventual secuela.
Si Konzelman y Solomon pretendían sorprender, me temo que ese cierre se ve venir de lejos; sin embargo, también es consecuente con la idea de una cultura degradada, las desigualdades sociales y demás miserias humanas que el relato quiere exponer con un espíritu moralizante por detrás de un planteamiento fantástico.
¿El demonio existe?
El asesino serial dice haber sido poseído por un demonio ancestral llamado Nefarious. De modo que el relato, siguiendo las reglas del fantástico, oscila entre la explicación natural (un trastorno de personalidad múltiple o una simulación para evitar la pena capital) y una sobrenatural (una auténtica posesión). Esta ambigüedad requiere la participación del espectador; el grado de este involucramiento dependerá de la experiencia en el género que tenga ese espectador. Como ya se señaló, solo alguien ingenuo podría ser sorprendido por el desarrollo genérico de “Nefarious”.
Como se ve, la película también transita por otro carril genérico, el de las posesiones demoníacas. El guion de Konzelman y Solomon no puede escapar de un defecto que suelen tener muchas obras de este subgénero de persistente vigencia: la necesidad de contar con la fe (en el sentido religioso) del espectador. La trama se sostiene sobre una convalidación de la cosmovisión cristiana.
De hecho, puede llamar la atención leer en algunas referencias periodísticas a “Nefarious”, que se trata de una “película cristiana de terror”. Es posible que se hayan tenido en cuenta los antecedentes de estos autores; escribieron el guion de “WhatIf...” (2010, sobre un hombre egoísta y materialista que, tras un accidente, despierta como un padre de familia predicador), “The Book of Daniel” (2013, el personaje bíblico de los leones) y “God’snotdead” (2014, que plantea el enfrentamiento – similar al de “Nefarious”– entre un profesor de filosofía y un estudiante devoto).
Gran desempeño actoral
Si algo rescata de la medianía a “Nefarious” son las actuaciones, sobre todo la de Sean Patrick Flanery, quien da vida con sobrado oficio al asesino serial. Como en todo género popular, una gran parte de su encanto radica en la posibilidad de variación del código. “Nefarious” logra cierta tensión mientras se espera alguna situación imprevisible en la trama. La película ofrece poco y nada de ello, incluso se permite algunas inverosimilitudes (una persona armada en la sala de testigos de la ejecución del reo, por ejemplo), como trampas burdas para lograr emotividad. Por otra parte, podríamos preguntarnos cuándo será el día en que veamos un thriller de este tipo en el que el detective / psiquiatra no sea un traumado fácilmente manipulable por un psicópata genial. Con todo, Konzelman y Solomon desplegaron un relato ágil, con momentos de impacto bien dosificados, que puede disfrutarse si se obvian sus trucos y su discurso moralizante.