Deportivo

Crónicas de los hallazgos en las ferias americanas

Por Belén Cianferoni.

Siento que ya nos conocemos lo suficiente como para confesarles una de mis grandes pasiones (y vicios): ir a las ferias americanas a comprar ropa en oferta. Amo el mundo de la moda, pero no cualquier vestimenta puede despertar mi lujuria textil y colorida. Amo la ropa que tiene estructura e historia... Pero, por sobre todo, ¡amo las ofertas!

Qué alegría al encontrar un pantalón rebajado a la mitad. Qué pequeño éxtasis al poder regatear dos remeras y conseguir un descuentito. Amo esa lucha de diálogo y negociación para llegar al consenso. Si me pongo a pensar, este amor por la ropa me lleva a explorar otras dos pasiones: los descuentos y la negociación.

Buscar y buscar, no detenerse en el primer lugar, seguir el boca en boca… todo eso te puede llevar a lugares insospechados. Tesoros ocultos a plena vista, perdidos en la cotidianidad. Así conocí las ferias americanas.

Hace un par de años, mis pasos cazadores de ofertas me llevaron a una que se encontraba entre Santiago y La Banda. Se decía mucho, era un secreto a voces. Así que agarré mi bastón y fui a esa bendita feria, con bajas expectativas pero con la mente abierta. Una siempre tiene que ir dispuesta a maravillarse, y a la vez a no frustrarse si la búsqueda no es fructífera.

Hablando con un par de buscadoras entre profesionales y adictas —Josefina y Celsa— decidí compartir sus tips, reflexionarlos y contárselos a ustedes, que seguro también tienen ese gustito por la aventura textil.

Ir a la feria no es solo una salida de compras, es casi una ceremonia. Antes de salir, conviene tener en claro qué se necesita: un abrigo, una camisa blanca, algo deportivo. Tener ese objetivo ayuda a orientarse y, con un poco de suerte, conseguir justo eso que se busca, sin perderse entre montañas de ropa. Aunque también es cierto que lo mejor de la feria muchas veces no se busca: se encuentra. Hay quienes van como quien va a una cita a ciegas, con el corazón dispuesto a dejarse sorprender.

Las prendas esperan apiladas o colgadas, algunas arrugadas, otras impecables. Hay que aguzar la mirada y el tacto. Mirar los cuellos y los puños, detectar manchas sospechosas o costuras flojas, tantear la calidad de la tela como quien lee en braille. A veces, los mejores tesoros están en esas mesas de saldos de "dos por cinco mil", listas para ser revueltas sin culpa. Pero ojo: hay quienes prefieren revisar pila por pila con cuidado, sin desordenar, como un ritual respetuoso entre cazadores de gangas.

Ir acompañado puede ser clave. Tener a esa amiga que te conoce el gusto como si compartiera tu ropero: "¡Josefinaaa, mirá este pantalón que es tan vos!" Esa complicidad transforma la feria en un paseo, y después en charla de café: "No sabés lo lindo que quedó una vez que lo lavé". Porque el disfrute no termina cuando se paga, sino cuando la prenda se integra al guardarropas, lista para su nueva vida.

La imaginación es esencial. Hay que saber visualizar esa prenda fuera del contexto de tierra y perchas desparejas. Verla en combinación con otros colores, con ese cinturón o esas botas que están esperando en casa. Y sí, hay técnica: medir pantalones con el antebrazo para evitar el probador, o usar los dedos como regla improvisada. Saber que si cierra desde el codo al puño, probablemente entre en la cintura. Ciencia pura de la feria.

También encontré la voz mentada de quien me recomendó ir con una cinta métrica y un cuadernito con medidas, para que la búsqueda sea más certera. ¡Y qué razón tenía!

Y los talles… esos benditos talles. La ropa que llega del norte entiende los cuerpos diversos: altos, flacos, de brazos largos, con más o menos panza. Camisas slim fit, regular fit, pantalones que no suponen que todos tenemos el mismo molde. Esa democratización del perchero hace que una se sienta, por unos pocos pesos, como Mariana Nannis o Wanda Nara. Porque comprar en la feria también es un acto de autoestima: encontrar eso que queda justo, que te hace sentir divina, y que no vació la billetera.

Por mi parte, también tengo un pequeño consejo para darles, sobre todo a quienes tienen problemas de movilidad: es más que obvio que asistir acompañado es una necesidad. Y para que la búsqueda no sea imposible, podés llevarte un banquito plegable para descansar entre mesa y mesa. Recuerden que también es buena idea llevar agua: la búsqueda te deja sedienta y con muchas emociones.

Al final, la feria tiene algo de terapia, algo de azar y bastante de arte. Ir a revolver, encontrar, imaginar, compartir. Volver con una prenda bajo el brazo y la emoción de haber ganado, otra vez, en esa ruleta textil de los sábados. Un fin de semana cualquiera puede cambiar todo: empezar una nueva vida, renovar el ropero o, por qué no, dar el primer paso hacia un nuevo emprendimiento. Con calma, con paciencia y con el corazón abierto a la aventura… porque, ¿y si esta semana te toca? a vos?

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