El que se exalta será humillado y el que se humilla será exaltado El que se exalta será humillado y el que se humilla será exaltado
casa de uno de los principales
fariseos. Jesús
acude allí, en día sábado,
para comer con el dueño
de casa y los demás invitados.
Luego de curar a un
enfermo, Jesús observa
que los invitados se disputaban
los primeros
asientos y que el dueño
de casa sólo había invitado
a los de su círculo.
Estos hechos le dan a Jesús
la oportunidad para
enseñar a sus discípulos
cómo deben comportarse
con sus semejantes.
El ocupar ciertos lugares
de prestigio no depende
de las estrategias
que uno pueda realizar,
sino del aprecio que los
demás le tengan, en éste
caso el anfitrión.
Pero,
al agregar Lucas, la
máxima sapiencial: “El
que se exalta será humillado,
y el que se humilla
será exaltado”, nos indica
que la auténtica gloria
viene de Dios, él mismo
exaltará al que se humilla.
Por lo tanto, la actitud
de los discípulos tiene
que ser de humildad,
no pretender acceder a
ciertos lugares de poder
y de prestigio sino servir
desde la humildad,
con la única intensión de
agradar a Dios y de que
sea reconocida su gloria.
Al ver que el anfitrión
había invitado al banquete
solamente a los de
su entorno, Jesús le dijo
que cuando de un banquete
invite a los pobres,
lisiados, etc. Porque
ellos no podrán corresponderle
y así se sentirá
feliz y tendrá su recompensa
en la resurrección
de los justos.
Esta enseñanza
trasciende la mera
corresponsabilidad,
el amor no piensa en posibles
compensaciones,
y, por eso la generosidad
no tendrá otro premio
que el que se concede
en la resurrección. El
discípulo es feliz cuando
ama y comparte con generosidad
su vida y sus
bienes sin esperar recompensa
alguna, el solo
hecho de compartir,
de solidarizarse con los
últimos de la sociedad es
motivo de alegría y gozo
en el Señor.
Conclusión
Los cristianos vivimos
insertos en el mundo, allí
tenemos que vivir nuestra
vocación y desarrollar
nuestra identidad. Pero
no con criterios mundanos
que deshumanizan.
Tenemos que vencer la
tentación de buscar puestos
de poder y privilegio
en la sociedad y en la Iglesia,
para servir a la causa
del Reino de Jesús, dónde
se invierte la lógica mundana
y privilegia a los que
auxilian a los pobres, a los
últimos de la sociedad.
La
verdadera grandeza de los
discípulos está en amar y
servir sin esperar ninguna
retribución, del mismo
modo que vivió Jesús:
alentando a los caídos, reconfortando
a los débiles,
incluyendo a los últimos,
sanando a los enfermos,
perdonando a los pecadores,
en definitiva, amando
sin límites a los “despreciados”
de la sociedad,
como un signo providente
del anuncio de la llegada
del Reino.





