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EL LIBERAL . Padre Koffi Gilbert

“Éste es el sacramento de nuestra fe”

17/06/2017 21:54 Padre Koffi Gilbert
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“Éste es el sacramento de nuestra fe” “Éste es el sacramento de nuestra fe”

HACÉ CLICK AQUÍ PARA UNIRTE AL CANAL DE WHATSAPP DE EL LIBERAL Y ESTAR SIEMPRE INFORMADODespués de la consagración el sacerdote

dice: “éste es el sacramento de nuestra

fe” y es una invitación suya a toda la comunidad

reunida porque muestra el misterio fundamental

de nuestra fe. El pueblo responde:

“Anunciamos tu muerte, proclamamos

tu Resurección. Ven, Señor Jesús”. La eucaristía

es el memorial del sacrificio pascual

del Señor, presencia viva de Cristo en medio

de nosotros, verdadero banquete de comunión,

que impulsa a transformar la propia vida,

el mundo y la historia. El sacramento del

sacrificio de Cristo implica una presencia

muy especial: la presencia real del Señor bajo

la especie del pan y del vino. Con la consagración

el pan deja de ser pan, y se convierte

en cuerpo de Cristo; y el vino se transforma

en la sangre de Cristo.

Sólo los sacerdotes, obispos, cardenales

y el Papa son los que hacen la consagración

del pan y vino. Por eso debemos tener

cuidado para no vivir esa confusión. La celebración

de la Palabra no es una misa, porque

en la misa hay una consagración.

Los sacerdotes, obispos, cardenales

y el Papa han recibido la unción de las manos

en el momento de la ordenación sacerdotal.

Las manos son ungidas con el santo

crisma, mientras que el obispo dice esta

oración: “Jesucristo, a quien el padre ungió

con la fuerza del espíritu santo te auxilie para

santificar el pueblo cristiano y para ofrecer a

Dios el sacrificio”. Después entrega al nuevo

sacerdote el cáliz y la patena mientras le dice:

“Recibe la ofrenda del pueblo santo para

presentarla a Dios. Considera lo que realizas

e imita lo que conmemoras, y conforma

tu vida con el misterio de la Cruz”.

Por eso los sacerdotes al momento de la

Consagración hacen presente a Cristo. Podemos

encontrar las palabras de Consagración

en la Primera Carta de San Pablo a los

cristianos de Corinto: “Yo he recibido del Señor

lo que a mi vez les he transmitido. El Señor

Jesús, la noche en que fue entregado,

tomó pan y después de dar gracias lo partió

diciendo: “Esto es mi Cuerpo, que es entregado

por ustedes. Hagan esto en memoria

mía”. De igual manera, tomando la copa,

después de haber cenado dijo: “Esta copa

es la nueva alianza de mi Sangre, todas

las veces que la beban háganlo en memoria

mía”. Fíjense bien, cada vez que cogen este

pan y beben de esta copa están proclamando

la muerte del Señor hasta que venga”. (1

Cor 1, 23-26).

La eucaristía es el centro de la vida de

la Iglesia, es ante todo Comunión. La Iglesia

no es sólo un experimento de evangelización,

sino que además tiene por misión ser

el lugar donde podemos experimentar nuestra

unión con Cristo y entre nosotros. Proclamar

la muerte, la resurrección y que Cristo

va a venir para nosotros es un sacramento

de fe.

Las eucaristías celebradas cada día en

el mundo entero y en todas las latitudes se

suceden horas tras horas recordando que la

muerte de Cristo ocupa todo el tiempo hasta

su regreso.

Antes de comulgar decimos: “Señor no

soy digno de que entres en mi casa, pero

una palabra tuya bastará para sanarme”. Es

una entrega total a nuestro Dios, con confianza

y fe.

Por eso cuando el sacerdote o ministro

extraordinario de la comunión dice “El

Cuerpo y Sangre de Cristo”, hay que decir

“Amén”, es decir que estoy de acuerdo que

es verdaderamente el cuerpo y sangre de

Cristo.

Recibimos a Cristo vivo, entonces debemos

respetarlo, no vivirlo como una formalidad.

Debemos entrar en el espíritu de nuestro

Dios e Iglesia.

Hagamos la oración al Santísimo Sacramento,

que puede ayudarnos a dar gracias

y reconocer la presencia de Dios en nuestras

vidas:

“Te doy gracias, Señor, Padre Santo,

Dios Todopoderoso y eterno, porque aunque

soy un siervo pecador y sin mérito alguno,

has querido alimentarme misericordiosamente

con el Cuerpo y la sangre de tu Hijo

Nuestro Señor Jesucristo.

Que esta sagrada comunión no vaya a

ser para mí, ocasión de castigo, sino causa

de perdón y salvación, que sea para mí armadura

de fe, escudo de buena voluntad;

que me libre de todos mis vicios, y me ayude

a superar mis pasiones desordenadas;

que aumente mi caridad y mi paciencia, mi

obediencia, mi humildad, y mi capacidad para

hacer el bien; que sea defensa inexpugnable

contra todos mis enemigos, visibles e invisibles;

y guía en todos mis impulsos y deseos.

Que me una más íntimamente a tí, único

y verdadero Dios, y me conduzca con seguridad

al banquete del cielo, donde tú, con

tu Hijo y el Espíritu Santo, eres luz verdadera,

satisfacción cumplida, gozo perdurable y

felicidad perfecta. Por Cristo nuestro Señor.

Amén”.

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