Cristo es mi alegría Cristo es mi alegría
creyentes que viven continuamente
aburridos, como si
nunca hubiesen tenido la experiencia
de estar con Cristo, como
si para esas personas el Evangelio
no fuera un mensaje esperanzador.
Han hecho de la tristeza
una compañera inseparable. Sus
vidas son como un rosario de lamentos,
llanto, quejas y aflicciones.
Su rostro es el reflejo de un
alma enferma y no han permitido
que el Señor les dé alegría a su
corazón (Salmos 4 y 7). No podemos
vivir sin alegría, sólo con
amargura.
La alegría permanente en un
creyente es reflejo de una fe muy
grande, producto de una permanente
comunión con Dios. San
Pablo, en la primera carta a los
cristianos de Tesalónica (5. 16-
18) dice: “Estén siempre alegres;
oren sin cesar y den gracias a
Dios en toda ocasión. Esa es por
la voluntad de Dios nuestra vocación
de cristianos”.
Entonces nuestra vocación,
como dice el papa Francisco, no
es para vivir con rostros de amargura,
sino mostrar rostros de alegría,
de felicidad, que es una demostración
de madurez que implica
un buen testimonio, es
una buena señal del amor y gracia
a Dios. En nuestro ser interior,
en su condición no sólo de la
mente, sino de corazón, Dios no
quiere que sus hijos e hijas seamos
hombres y mujeres secos de
Cristo. Porque hay creyentes tan
amargados que dan la impresión
de que los han bautizado con jugo
de limón, porque cuando tomanos
ese jugo, ponemos una
cara fea. Pero no debemos vivir
de esa manera.
La alegría verdadera no tiene
ninguna relación con exclusiones
de vida, porque muchas personas
tienen momentos de risas y
después momentos de cara triste.
Es producto de un cristianismo
mal entendido, o sea que tienen
un momento de entusiasmo
y después dejan de pensar que
Dios está dentro de nosotros.
La alegría es producto de una
buena relación con Dios, de andar
con Jesús que sólo puede vivir
en corazones centrados en
Cristo. Esa alegría no tiene nada
que ver con ambientes religiosos.
Hay misas carismáticas, con
predicadores carismáticos, pero
que nos pueden hacer vivir a esas
personas, con todo lo que hay como
celebraciones, vivir la ilusión
y la emoción con que se enfrentan
las realidades de nuestras vidas.
H
oy es justo reconocer que
muchas de nuestras celebraciones
o asambleas han perdido la
naturalidad, la frescura, cayendo
en rutinas, en un mar de sana
doctrina y poca profundidad, para
encontrarnos con Jesús palabra,
verdad y vida, y el verdadero
camino para ser alegres.
Hay miles de peregrinos, muchos
devotos que van a venerar
al santo patrono, pero después,
¿qué vivimos? Volvemos a la realidad
concreta. Con Cristo, como
dice San Pablo, todo es posible
con él, no quedarnos en esa tristeza,
no quedarnos en esos momentos
de dificultad.
La carta a los Filipenses 4.13
dice “todo lo puede en aquel que
lo fortalece. Cristo sabe lo que
hay dentro de un hombre o de
una mujer; hay que descubrir en
Cristo el amor de la propia vida;
el amigo que no falla; el compañero
fiel. No hay nadie como él
capaz de mostrarnos el camino;
de ir a nuestro lado, de ir adelante,
de ir detrás, de sostenernos en
el cansancio. Se alegra con nosotros
cuando podemos avanzar
con entusiasmo real y decisión
con verdad; en momentos difíciles
nos sostiene de la mano, en el
momento de la caída nos levanta,
sin juzgarnos, sin condenarnos.
Cristo es mi alegría, como cantamos
nadie te ama como yo, Jesucristo”.
En estos momentos en que estamos
preparando la venida de
ese salvador, no debemos vivir
sin esperanza, sin alegría. Dios
quiere que nosotros podamos
confiar en él porque él nunca nos
abandona. En la fiesta que preparamos
no solamente hablemos
de paz, hablemos también de la
alegría porque la vida es alegre,
no es una vida de padecimiento.
Si no hay alegría no hay paz; si no
hay alegría vamos a enfrentarnos
y buscar el mal que viene de otro.
Pero cuando superamos con
la gracia de Dios esas dificultades,
aunque vivamos con enfermedades,
vivamos con problemas
o vivamos sin saber cómo
vamos a vivir estas fiestas,
lo importante es estar con Cristo.
Como la Virgen María nunca
ha mostrado una cara de tristeza,
y para qué somos hijos e hijas
de esa mujer si no estamos para
imitarla a ella, que con su ayuda
y su intercesión nos muestra el
verdadero camino a su hijo, camino
de la felicidad, de la alegría.
Que Dios haga desaparecer todas
las dificultades, todo lo que
puede amargar nuestras vidas,
porque Cristo viene para salvarnos,
para alegrarnos, y que él sea
siempre nuestra alegría y nuestra
felicidad. Amen. l